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miércoles, 13 de junio de 2012

Relato de la Onda Pesquera (*)


(*) Germen del cuentecillo: la palabra algoritmo

A: apuesta
L: lateral
G: genio
O: orden
R: radio
I: islote
T: tablón
M: moreno
O: ovalado

Frase: Se oye por la radio pesquera la noticia de que arribaría al islote, en un tablón ovalado, el genio moreno. Y ellos, los locutores, han apostado por el lado verdadero de la información. Por eso la dan.
___________________
Se oyó por la radio pesquera, poco antes del amanecer, que arribaría al islote, navegando en un tablón ovalado, el genio moreno. El moreno vendría acatando órdenes recibidas de arriba, de las altas esferas.

La emisora elaboró la noticia a partir de sucesos acaecidos recientemente; hechos que entroncaban con creencias y leyendas muy antiguas; algunas aun en la mente de muchos y otras casi olvidadas,  sobre todo por la juventud. Y, como se debía la radio a sus oyentes, avisaba de ello. Para que todos, absolutamente todos, supieran a que atenerse.

Los seres del islote, sabiendo de la seriedad de sus informaciones, no en vano, los locutores o eran pescadores o hijos del gremio, se fueron congregando en el embarcadero y sus aledaños. Si alguien hubiera estado en el peñasco mas alto del islote hubiera visto encenderse, casi a un mismo tiempo, las ventanas del poblado; y casi de repente apagarse y salir los moradores de sus casas rumbo al puerto. 

Padres e hijos llegados al embarcadero miran inquietos el horizonte marino. A esas horas tempranas del amanecer el mar, en calma chicha, parecía confundirse con el cielo en un gris blanquecino. De cuando en cuando, en las proximidades del puerto, el agua se rompía levemente y los peces saltaban a oxigenarse y sin duda a saludar a las gentes congregadas. Luego retornan  en zambullida al mar, produciendo pequeños círculos concéntricos que lentamente desaparecen. Se serena el agua semejando a un cristal hasta donde se confunden mar y cielo en horizonte grisáceo.

Según avanza la mañana la zona cristalina se amplia. Del mar se eleva ahora un vaporcillo en girones. Son las nubes que, lentamente, se separan del agua. El mismo islote se despeja. Sus contornos circulares dejan ver las orillas opuestas al puerto, antes cubiertas por la neblina. Algunos lo notan volviendo la vista atrás diferenciando la isla del firmamento.

En estos instantes la radio pesquera recuerda a los espectantes isleños la leyenda del genio moreno quien, navegando majestuosamente en un tablón ovalado, un día vendrá a juzgarlos a todos por los pecados cometidos. 

Es el genio moreno un ser vengativo. Es cierto. Tiene razones para ello. La leyenda habla de una revuelta de esclavos traídos desde África. Los castigos de los negreros, la desesperación por no volver a ver sus seres queridos y la esperanza de un retorno a la tierra que se desvanece cada día que pasa mueven a los negros a revolverse; se sublevan, cogen armas y se lanzan contra los blancos del barco donde están aprisionados; pero son derrotados; entonces al genio moreno, que es el líder, lo abandonan y es arrojado al mar; según la leyenda volverá un día a pedirles explicación a los descendientes, o en su caso a vengarse de la inacción... 

Pero es vengativo y justo. Lo ha sido siempre. De tal modo que suele avisar, eso se cree, a ciertos marineros de sus crímenes y, si no hacen caso, como a menudo ocurre, les castiga. Pero antes advierte. 


De ahí que de, cuando en cuando, se cobrara alguna vida entre los isleños ahogándolos en el mar. Entonces, solo entonces, arrepentidos, acudían a la ermita del Santo Moreno. Cubrían de peces las escalinatas del templo. Mientras los monjes les recriminaban sus acciones criminales. Se miraban unos a otros intentando adivinar quien era el compañero o compañera que había cometido tales excesos malignos. Los monjes, no obstante, siguiendo la política del palo y la zanahoria a continuación agradecían sus suculentas dádivas marineras anunciándoles que ya percibían cómo la cólera del genio moreno se iba aplacando por su generosidad. Y daban por terminada la ceremonia. Los pescadores y sus familias se retiraban. Pronto olvidarían las recriminaciones. Tienen que volver a sus trabajos. Sin la pesca no hay comida para sus hijos. 

Así se ha repetido en multitud de acasiones. Mas, con el paso del tiempo, las visitas a la ermita y los regalos a los monjes se han ido transformando en folclore; y la dádiva de hermosos pescados ha devenido en fiesta anual; la cual termina en jolgorio y merienda de  peces asados en parrilla en comunión masticadora con los monjes que, de paso, bendicen el acto. 

Mas ha llegado la hora en que la leyenda del genio moreno cobre fuerza sobre el tablón ovalado, se renueve, y los incrédulos crean a pies juntillas porque, según la radio pesquera, se hará visible en unos pocos minutos.

Algunos no las tienen todas consigo. Son, caro está, los de mala conciencia.

La radio les informa de que en el islote A ya han visto señal de la próxima llegada del genio moreno con la llamarada zigzagueante del relámpago. La culebrina se ha asomado al cielo y al tiempo que las aguas comienzan a agitarse.

-¡Oh! -gritan los congregados y un hilo de terror recorre sus corazones.

La radio pesquera dice a los niños que estén atentos, no se distraigan jugando pues el genio moreno les trae regalos para todos... menos para los que no guarden decoro. Los niños aplauden y gritan de alegría.

-¡Bien! ¡Viva el Santo Moreno!

Exclamaciones que no casan con las creencias de sus padres que están muy inquietos.


La radio pesquera se calla.  Emite música clásica.

Los espectadores del embarcadero, tanto los que están cerca y los que están mas alejados, los que se hallan sentados, los que están de pie, los arrodillados, los subidos en los terraplenes, en los lindones, en las peñas,  los que sonríen, los serios, los llorosos, los escépticos, los que miran con la boca... fijan los ojos en el agua. Se ha levantado un poco de viento. Las mujeres recogen sus faldas levantadas. Algunas se sientan. Los hombres agarran los sombreros amenazados con irse de sus cabezas. Algunos se los quitan de la testa. Murmullos. Los ancianos ordenan callar. Las aguas empiezan a ondularse. 

-La cosa va en serio -dice uno.

La radio vuelve a transmitir noticias. 

-Según fuentes de todo crédito los habitantes de los islotes C, D, E, se están acercando a las playas de sus islotes. Al parecer el genio les ha avisado que, en breve, pasará de islote en islote camino del nuestro. Y va a juzgar, tanto a los vivos como a los muertos.

-¡A mi padre no, por favor! -grita desesperada una mujer.

-Será justo y bondadoso a pesar de ser omnipotente, les ha dicho, categórico, a las gentes de esos islotes, por intermediación de los monjes -termina diciendo radio pesquera.

Por los micrófonos anuncian que la señorita Isleñina, que todos conocen, les dirigirá unas palabras desde el lecho donde está postrada por cruel enfermedad.

-Queridos amigos y amigas -comienza la enferma- no he podido unirme a vosotros a la espera del genio moreno. Que él me perdone. Mis oraciones van encaminadas a que Él nos colme de felicidad. Yo sé que es justo y sabio. Hará que los mares se cubran de peces para que no haya nadie que pase hambre. Impulsará la igualdad para que sea el común denominador de nuestra isla. Y que el amor y la amistad inunden los corazones. Y la desconfianza, el recelo y el odio de unos a otros desaparezca para siempre, que...

La radio pesquera corta el discurso de Isleñina. Agradece sus palabras. Algunos protestan. Otros reaccionan arrodillándose. Rezan. Lloran. Confían. Miran al mar. Se miran entre ellos. Se les ilumina el rostro. Tienden las manos hacia el agua. Si. En el horizonte marino el tablón. Eso parece. Se eleva en la cumbre y se hunde en el valle. Baila en el oleaje. El mar se agita. Se encrespa. Ruge sordo.

La radio pesquera informa ahora de que los habitantes del islote B ya perciben el tablón ovalado y el ruido de los remos chocando con el agua. Y, en medio, el genio moreno confundido con el azul.

-Si los del B ya lo ven... pronto estará aquí. Es el inmediatamente anterior al A

Es decir al suyo. Los minutos pasan. Si antes vieron como se elevaba y se abajaba ahora ha desaparecido de la vista. Solo las olas cada vez mas grandes se adueñan del mar. Rompen en el embarcadero. Los barcas de los pescadores se mecen arriba y abajo. Algunos chocan con otros. De momento sin peligro de astillarse. El cielo azul. Sin nubes. El aire mueve los arboles. La radio pesquera se oye ahora muy debilmente. Las gaviotas se lanzan al mar en busca de pescado. A mar revuelto ganancia de gaviotas rapaces.

-Mal rayo las parta -maldice un pescador.

-¡Allí! ¡Mirad allí! -grita una isleña.

Las miradas se concentran. Rostros ansiosos, atónitos. Algunos con un poco de miedo. Todos ven el tablón ovalado y en medio, confundido con el azul del mar, el genio moreno.

-Rema majestuosamente -dice uno y todos asienten.

El tablón se acerca. Ovalado.

Un niño dice algo a otro que está junto a él y este al siguiente y así sucesivamente.

-Es moreno de verdad el genio. Como nuestros antepasados esclavos - reflexiona uno.

-Si, es oscuro como el azul del mar, como la noche -asegura otro.

-Y negro como boca de cocodrilo -aseguran todos.

Los niños, que han cogido cantos, tiran al tablón ovalado. El impacto hace mover la tabla.

-¡En el tablón no hay regalos! ¡En el tablón no viene nadie! -gritan los niños.

Y los espectadores adultos del embarcadero no tiene mas remedio que admitir, desaparecidas las telarañas de la ilusión, que lo que ha llegado no es mas que un tablón de forma oval.

Mas, algunos piensan que es un Ser, superior al genio moreno, quien lo ha destronado lanzándolo al agua; allí se ha ahogado como él ahogó a muchos. Hincan la rodilla en tierra y entonan loores al nuevo Ser, superior al genio moreno. Los monjes toman nota. Los niños, lanzándose al agua, juegan con el tablón que debajo tiene una cuerda.

La radio pesquera, enterada de que el camelo ha sido descubierto por los niños, aclara ser una broma, inventada por los locutores, lo de la  arribada al islote, navegando en un tablón ovalado, del genio moreno. Pide disculpas y emite canciones infantiles.

sábado, 4 de julio de 2009

Iswe Letu: La seca cañaleja de la idea pura


Quiso ser él, sólo él, sin mezcla alguna. Fue después de ver una película por televisión. Le vino de pronto ese deseo al darse cuenta de que, cada vez que metía más y más imágenes de vidas ajenas se vaciaba de la suya. Era como si le estuvieran extrayendo su esencia poniéndole otra. Al final pensaría tal y como los hacedores o creadores de las películas que iba viendo. Una marioneta de esos peliculeros.
Y eso le sublevaba.
Había apagado el imaginario (lease televisión) y sentado a la mesa de su salón contempla el hule que la cubre. Alargó la vista viendo el bolígrafo, el cenicero y el periódico diario. Miró hacia la ventana. A esa hora de la noche, en la calle, no había nadie. El silencio era casi absoluto...
Se cortó en su razonamiento. Llegado a esos puntos suspensivos, y acababa de empezar su recorrido mental en pos de una posible recreación, de una necesaria purificación, se dio cuenta de que toda esa reflexión, en puridad, nacía con elementos propios de una sociedad y de un tiempo determinado que se abalanzaba sobre su persona poniéndose en lugar que él, por derecho propio, debería protagonizar dejándole fuera de escena. Pues lo hacía componiendo sus pensamientos con ideas, con objetos, con conceptos que le habían sido dados: silencio, periódico, absoluto, bolígrafo... Todo eso no era él. Se lo habían impuesto.
Volvió a fijar la vista en el hule, hule cuadriculado en blanco y marrón. Logró meterse tanto en el tapete de hule que lo percibía, en ese momento, como una superficie de colores difuminados. Y en el medio se paseaba señor de esa tierra plana, o del cielo llano, o del infierno sin escabrosidades. Se veía en medio de una meseta ajedrezada y neblinosa. Tierra, cielo o infierno. Era un principio de despojamiento. Pero no quería eso. ¿Qué anhelaba entonces? Deseaba ser y caminar en la mera pureza. Sin que nada ajeno viniera a introducirse en si mismo.
A ese respecto recordaba a un conocido que reivindicaba la idea de no leer jamás a escritores para que no le influyeran. Quiso ser original antes que él.
Si partiera del vacío, de la nada... entonces... quizás... podría considerarse...
Seguía ultilizando, continuaba valiéndose de conceptos que no salían de su mollera. Ajenos a su ser. Impuestos. O heredados.
Mas él tenía que ser original, singular, único. Donde cada idea que sacara viniera exclusivamente de su magín, de su coco, de su cerebro. Y sin imperfecciones. Y sin impurezas. Y sin...
¿Cómo decirlo? ¿Cómo describir la idea? ¿De dónde extraer la materia que dibujara plásticamente ese pronto surgido de la nada del vacío?
Solo los dioses tenían el poder de sacar de la nada algo... Incluso esa idea de un dios había surgido fuera de su ser. Lo había leido por ahí. Y oido. Era de otros, sin duda, que acuciados por la necesidad de una inmaculada esencia y al no poder encontrarla al parecer se inventaron un ser para esconder esa incapacidad.
Al llegar a este punto viose acorralado de imposibilidades. ¿Qué hacer?... ¿Por donde tirar?... ¿Por cual sendero encaminarse?...
Empero pensando, como pensaba, como lo había pensado siempre, que no hay callejones sin salida se dijo para si que el mejor método era la destrucción de todo lo que no era su persona. Se ensimismaría totalmente. Haría desaparecer del entorno todo lo que no era su esencia pura: televisión, sillas, cenicero, periódico, casa...
¡Volvería a las cavernas!
Allí frente al fuego...



-¡No no! ¡Tampoco! -exclamó.

Retrocedería aun más: al tiempo de los macacos en los árboles saltando de rama en rama...

-Ni con esa opción conseguiré encontrarme conmigo mismo en esa meseta o llanura celeste, terrenal, o infernal, sin imperfecciones, sin desniveles... pura... sin mácula alguna... cuajada de vacío, de nada, para poder comenzar desde el principio una nueva vida.
Y no lo alcanzaría, no, de ninguna manera, porque eso de monos, árboles, ramas, aires... no son él sino cosas extrañas...


-¡Ya está! ¡Albricias! ¡Lo logré!

Saltó de alegría, de júbilo. Pero solo un instante. Y muy fugaz. Diose cuenta de un hecho cierto: para renacer necesitaba el concurso de otros que, sin duda, consciente o inconscientemente, vertirían alguna herencia en el nuevo nacido; herencia que recibirían de otros anteriores, quienes, a su vez, serían influidos por ancestros que sacarían sus...

En este punto estaba cuando brilló en el cielo un relámpago. Al poco el trueno rompió el silencio de la noche haciendo temblar los cristales de las ventanas. Se asomó a la calle. Comenzaba a llover mansamente. Las gotas mojaron su cara como acariciándole. Se sintió muy a gusto aunque la lluvia no fuera algo intrínseco de él, sino del mundo exterior...
Pero, ¿no era él parte del mundo exterior, de ese cosmos?...
Alargó los brazos. Abrió las manos que la lluvia humedeció. Y, así, mojadas, las pasó por su cara, respirando profundamente agradecido de ser impuro y no una seca e inmaculada idea, tan esteril como el polvo estéril de la seca meseta. De ese reino no saldrá jamás, nunca, por ejemplo la pintura paisajística. Ni aunque se juntasen todos los dioses en asamblea. Si acaso... sacarían secas cañalejas sin sonido.
Parece que se hubiera liberado de un peso que lo aplastaba, de un empeño sin pies ni cabeza, de un sinsentido, que lo había preocupado primero, luego angustiado y por fin lo redujo a la mínima expresión cerebral llegando a la conclusión, como llegó, de que era un ser de una capacidad cerebral reducida al no hallar, como no halló, respuesta cabal a las preguntas que se hizo...
Mientras desechaba, definitivamente, 'las secas cañalejas' de la erial originalidad bañada de vacío y de nada que eso es la idea pura en el ser puro, recordó un poema anónimo africano que decía así, más o menos:

Yo digo: De los alimentos de la tierra, el gusto de ellos va conmigo.
E insisto: De mi amada tan querida, los goces que tuve van conmigo.
Prosigo: De la carne tan rica que comí, el placer de ello va conmigo.
Reitero: De las bebidas del mundo, el sabor que tuve va conmigo.
y repito: De las pipas que me fumé, el placer que saqué va conmigo.


Le quedaba un último desasimiento: ¡Nacer de nuevo!

martes, 28 de abril de 2009

Iswe Letu: Con el rabo entre las piernas

Después que la conociera en la presentación de un libro y tomaran unos vinos por tascas de Madrid, se interesó por Las Navas del Marqués. Por eso se llegó hasta allí. En fiestas. Reconoce que lo suyo no son las llamadas fiestas 'populares'. Subraya lo de 'popular' porque no es el pueblo quien las organiza sino conspicuos caciques. La asistencias a estos sucesos lo hacía casi siempre obligado. Y al poco de llegar al lugar que fuera ya estaba apartado del jolgorio, del bullicio, perdiéndose por calles o callejas que nadie, o pocos, hollaban en tales momentos. Y siempre acompañado de sus ensoñaciones. A Las Navas del Marqués acudió voluntariamente sin que nadie le empujara.

-Bueno, se dijo para si, siempre hay algo que te incita; en este caso la moza y el conocido romance tradicional castellano que se conservaba en la localidad, Gerineldo; que allí llaman 'baile de tres'; un poco verde en su tiempo: '¡Gerineldo, Gerineldo! / ¡Gerineldito pulido! /Quién te tuviera esta noche / unas horas a mi albedrío'. ¡Si. Quien te tuviera unas horas a mi albedrío! Pues eso... Aun tiene su verdor.

El romance navero parece que lo descubrió, según le dijo la chica, Menéndez Pidal. Y lo decía con ardor. Quizás empujada por el romance. O eso es lo que él creyó.

Unos días después leyó el programa de festejos que, por lo que se ve, le había dado ella... Pero no recordaba el momento... Sabe, es cierto, que llegó un poco mareado a casa... Subrayó lo interesante o curioso según su punto de vista:

1er. día: concierto de la banda municipal 'que dirige el competente maestro Saulo Sánchez'.
2ª día: 'Repique de campanas, disparo de bombas y alegre diana; tradicional Asamblea de la Archicofradía presidida por el Presidente Perpetuo, el excelentísimo S. D. Manuel Delgado Barreto'.
3er. día: Concurso de belleza y fealdad con premio a la chica más guapa y al chico más feo.
8º. día: Carrera de burros y 'baile de tres'.
9º. día: Comedia titulada '¡Pase usted la jaca, amigo!' y un entremés de D. José Jackson Veyán. 'El producto de la fiesta se destinará a los pobres de la villa'.

-Por cierto -se preguntó al leer lo de Delgado Barreto- que hace por Las Navas este destacado fascista, provocador y gracioso de pacotilla. Recuerdo que el otro día venía en su periódico un artículo referido al poeta Lorca con el título 'Federico García Loca' ¡Qué cabrón! ¡Vaya personajes que andan por ahí!

Estuvo dudando en si ir o no ir. Al final cogió el tren.

Llegó el 4º día. A las 5 de la tarde, como en el poema de García Lorca. Y a esa hora había algo en plaza de toros: un émulo de Kronne 'presentará su colosal Circo en el cual figurarán las más terribles fieras y los más acreditados' tontos, pollospera y...'

-Conmigo que no cuenten.

Se hospedó en la fonda La Florida de la Calle Real. Paseó por la rua principal llena de chiringuitos y abarrotada de gente. Sobresalían por su corpulencia y elevada estatura los emigrantes rumanos. Rubios y sonrosados.

Al poco se desvió del bullicio general y se vio metido en calles o callejas solitarias. Recuerda que en una pared pintada de azul ponía 'Mezquita de la Paz'. De su puerta salían, es un suponer, devotos musulmanes: tez bronceada, pelo y bigotes negros y algunas barbas floridas.

Siguió adelante deteniéndose un poco en un espacio que consideró recoleto, agradable, solitario. Plaza del Velón rezaba. Y estaba rodeada de dos casa abiertas, dos cerradas y un muro casi cubierto de enredaderas, tras del cual trepaban hasta el cielo algunos árboles.

Se acostó temprano y tuvo un sueño del que sacó la conclusión, nada original por cierto, de que en la información que nos dan muchas veces esconden la verdad con inconfesables intenciones.

Sueño que, al día siguiente, estando en la esquina de la avenida principal con la de Antonio Peña Segovia, le venía a la memoria de cuando en cuando, mientras miraba el ajetreo de las gentes. Iban llegando carretas engalanadas y burros enjaezados quienes más tarde, según el programa, emprenderían camino del Valladar que debía ser un lugar del término municipal. Allí habrá comida. Comida 'el que la lleve o la haga y ya se sabe que el que la hace la paga'. Pero no se queda esa cabalgata con el solo condumio, no. Anuncian 'bailes, gallinita ciega, cuatro esquinas, partidas de mus, pesca de merluza y demás entretenimientos campestres'.

Este espectáculo le aburría. Lo que buscaba no aparecía y para el romance, para el 'baile de tres', faltaban dos días que le iban a resultar eternos. Se estaba arrepintiendo de haber ido.

Junto a él se arrimó a la pared un numeroso grupo de marroquíes, argelinos o... vete tu a saber: en pocas palabras moros o árabes. Al que se juntaron otros tantos coterráneos saludándose con la mano uno tras otro. Un buen rato. Siempre le había chocado esos gestos tan ceremoniosos o protocolarios. Quizás fueran propios de su cultura o de la alegría de verse con otros miembros de su patria en tierra extraña.

La cabalgata inició su marcha y él se dirigió a una calle paralela a la principal, Juan Fernández Yagüe. Parece ser que fue un cura este señor. Entre fascistas y curas está lleno el pueblo. El día estaba fresco y pasó a la acera de la derecha que daba a la solana.

-Me calentaré sin quemarme.

Lo decía por el sueño que ahora volvía a sus mientes. Era un sueño que, como siempre le pasaba, el principio se hundía en una nebulosa de inconcreciones, de un detalle poco preciso, algo cierto que se le escapaba y al mismo tiempo creía saberlo. Palpaba el suelo porque había peligro de que se le calentara en exceso. y muriera achicharrado alguien. En concreto su madre. Pero alguien más. Su madre que estaba en un lecho, en una cama. Continuamente acudía a tomar la temperaura. Comprobaba inquieto que, efectivamente, quemaba. Sabían que cocía la tierra. Se levantaba en burbujas. Hasta que una vez, comiendo o cenando, la televisión revela el misterio: estaban en zona propicia a movimientos sísmicos. Alguien dijo que al excabar habían descubierto la lava al flor del aire y se había dedicado a taparla con un bloque de hormigon. Y así la habían dejado. Es decir estaban encima de un infierno y serían condenados. Si nadie lo remediaba.

Aunque los sueños parecen siempre, o casi siempre, ilógicos, los suyos no tenían un desarrollo completo de trama. Solo jirones. Lo que le dejaba confuso.

El aire movía las ramas de los árboles produciendo un sonido de caducidad. El verano se terminaba. Miró al fondo de la acera. Nadie. Hasta él llegaba, eso si, el rumor sordo del gentío pero como acolchado. Por lo que estaba a gusto. Y el sol bañando su cuerpo de calor ayudaba a este estado de bienestar.

-Por una de estas casas, pensó, vive la madre de Concha Barbero de Dompablo. No todo son curas y fachas.

Una escritora que conocía y había escrito un libro, 'Palabras para el bienestar'. De una linealidad, sencillez y claridad admirables.

A lo largo de la acera había bastantes poyos. Se sentó en uno que tenía forma de sofá, con respaldo inclinado y todo, Solo faltaban los brazos.

Miró a izquierda y derecha. Nadie. Por la acera de enfrente, por la umbría, caminaba un hombre, andar cansino, rostro triste, cabeza calva, bronceado. Recordó haberlo visto salir de la mezquita. Lo siguió con la vista. Se fijo en la cruz gamada pintada en la pared. Sus brazos parecían uñas. Aunque él nunca supo en que dirección tenían que tener los brazos, si se dio cuenta que parecían unos brazos crispados. A continuación se leía una pintada: 'En esta calle algunas piedras son más duras que el alcalde'. El hombre se alejó.

Cruzó los brazos. Cerró los ojos. Así debía ser la vida: ajena a conflictos. Un mundo donde el sol calentara los cuerpos llenándolos de bienestar. Un estado de placentera bonanza. Para recitar a Porfirio Barba Jacob: Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos,/niñez en el crepúsculo, laguna de zafiro/que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, /y hasta las propias penas nos hacen sonreír...' Puro espíritu. Sin nazis, ni racistas, ni caciques. Bogando con barcaza por un mar en calma chicha.
Se dejó llevar por olas de mansedumbre, hasta que unos gritos le sobresaltaron logrando que sus ojos se abrieran a la cruda realidad de un mundo sin firmamentos angelicales. Los gritos siguieron, aunque menos fuertes. Luego el silencio, la paz, volvió a la calle Juan Fernández Yagüe. El eco de la cabalgata se iba apagando.

Se levantó del poyo y prosiguió su andadura acera adelante. ¡Aun dos días hasta contemplar el 'baile de tres'! Y sin un conocido con el charlar. No había calculado bien el viaje. El pueblo era pequeño, pero no tanto como para encontrar facilmente aquello que buscaba. Aparte de que, si tuviera que describirla, tampoco sabía. Por no acordarse no se acordaba ni que le había dejado el programa de fiestas. Ni su nombre.

Se sentó en otro poyo. Este, si, tenía brazos. Uno solo. En la parte derecha. Un poyo cuyo brazo hacía esquina con una calleja. Calleja que atravesaba la calle y continuaba hasta la avenida principal. Ya apenas pasaba nadie. Estarían todos camino del llamado Valladar. Y él aquí solo. Bueno solo no, más adelante estaba una mujer sentada en otro poyo con una maleta al lado. Sola como él.

-Esperará a alguien -pensó.

En este tramo de la calle había varios poyos separados por escaleras de entrada a las casas. Y dos de estas escaleras estaban artisticamente adornadas y pintadas de un marrón claro tirando a naranja. Un sencillo apéndice arquitectónico, este de los poyos, cuyo fin era el descanso a la atardecida, incluso a la noche, en charla amigable con el vecindario. Como una terraza para la gente del pueblo. Unos sillones pétreos pero que, con una almohada, dejan su dureza. Poyos donde se fraguaron amores. Donde se tramaron traiciones. Donde se criticó o se ensalzó la labor de gobernantes nacionales y municipales. O se recitaron poesías o se contaron chistes. Donde se derramó lágrimas. O se prorrumpieron carcajadas. En fin, o se esperó la muerte.

Habían pasado varios vehículos y la mujer seguía sentada. Con su maleta al lado. No debía ser del lugar porque sino estaría en marcha camino de la romería. ¿Qué haría allí? Parecía un poco triste. ¿Triste? ¿Desde donde él estaba había captado su estado de ánimo? ¿Que datos tenía para hacerle sacar esa conclusión? Ninguno. No eran muchos metros, pero, aun así, no podía captar su rostro con claridad. Fantasmas de su imaginación. Siempre con sus ensoñaciones. El silencio ahora era casi total. Excepto el rumor de las hojas de los árboles, nada enturbiaba ese silencio. De las casas, todas con las ventanas cerradas, no salía voz alguna.

El pueblo se había vaciado en romería.

Miró hacia la mujer. Seguía impertérrita. Mirando al frente. A la calzada. Y con la maleta al lado. De pronto, él se dió cuenta golpeándose en la frente:

-¡Claro! La han echado de casa. Los gritos decían: '¡Que te vayas de una puta vez, coño! Claro...

¿Y a él qué le importaba? Nada. Absolutamente nada.

Aunque... esa indiferencia no era precisamente la base por la que se guiaba. Ni siquiera era una característica de la cultura que había mamado. Los quijotes -podrán reirse los que lean esto- eran semillas sembradas en los campos de España. Y él era español. Y a mucha honra. Y con eso no quería transformarse en un nacionalista, no, pues ese quijotismo fue elevado a categoría de generosidad universal desde que Cervantes lo pariera. Todos los pueblos del mundo lo tiene como suyo. E incluso poseen su quijote particular.

Sin ir más lejos el poeta martiniqués Aimé Cesaire había dicho (y eso que su morada, en las Antillas, estaba alejada miles de kilómetros del hogar patrio español y separado, para más inri, por el mar océano)aquello tan quijotesco:

-No te guies por la actitud de espectador pues un hombre que grita, una persona que sufre, no es un mono que danza.

-Asi que -se dijo- levanta el culo de este poyo. Y acércate a apoyar o a animar o a consolar a esa dama que, allí, triste, se ve. Tienes suficientes datos, suficiente información. Casi toda. No como en el sueño, al principio. Sino al final.

Opoyándose en esa apoyatura, se dirigió a la mujer que seguía sentada pocos metros más allá. Llegando a su altura su timidez le empujó a pasar de largo y contestar débilmente al saludo de ella.

¿Qué mas quería saber? ¿Qué necesitaba para darse cuenta de que la pobre mujer se sentía sola y abandonada? Se dio cuenta de que el saludo quería decir algo. Era una invitación a que socorriera su desgracia. No podía permanecer indiferente en actitud de un espectador. Ni hablar. Era una cuestión de principios.

Dio la vuelta. Se acercó, La miró y le dijo:

-Hola.

-Creí que no me habías conocido.

-Tu cara me resulta conocida.

-¿Conocida? Pero tú, ¿de qué vas, tío?

-No sé... que quiere decir.

-¡Vamos ya! Nos conocimos en Madrid. En la presentación de libro de José Esteban.

-¡Claro! Y de Urbano Blanco Cea.

-Y pasabas de largo. A pesar de aquellos vinos que nos tomamos...

-Recuerdo que me hablaste del 'Baile de tres'...

-¡Qué cabrón! Y se hacía el despistado. ¡Joder!... ¿Que coños haces en mi pueblo?

-¡Bueno, bueno!... Nada. Buscándote. ¿Y tu, qué haces con esa maleta?...

-¿Me buscabas a mi?... ¡Que risa!

-En serio. Te lo digo en serio. ¿Te ibas de viaje?

-Has dicho bien: me iba... a Madrid. Ahí viene el Sindo.

-¿Quién es Sindo? ¿Tu novio?

-¿Mi novio? ¡Si seré gilipollas!... No, es el conductor del autobús.

-¿Gilipollas?... ¡Que cosas!... ¿El coche va a la estación?...

-Si. Hacia allí se dirige. ¿Te vas?...

-Me vuelvo a Madrid. Aqui ya no tengo nada que hacer.

-Yo me quedo. Tampoco tengo ya nada que hacer en Madrid.