
A la revista 'Caminar Conociendo', nº 2, se le han ido agregando escritos. Si desea ojear el número de ella retroceda hasta encontrar el índice, el staf o los titulares de la misma.
domingo, 25 de marzo de 2007
lunes, 12 de marzo de 2007
RIMA VII - BECQUER
lunes, 22 de enero de 2007
Julio Valdeón Baruque: LA 'INVENCIÓN' DE LA HISTORIA

LA ‘INVENCIÓN’ DE LA HISTORIA
Por Julio Valdeón Baruque(*)
“Pensar sin referencia continua, permanente, a la historia, me parecería tan imposible como a un pez... vivir fuera del agua”, dijo en 1987 el conocido hispanista francés Pierre Vilar. En efecto, el ser humano es ante todo un “ser en el tiempo”. Ciertamente vivir es proyectar el futuro, pero al mismo tiempo apoyarse en el pasado. De ahí la permanente relación dialéctica entre pasado, presente y futuro.La palabra historia, no obstante, tiene dos acepciones muy diferentes , pues significa tanto la sima de acontecimientos que protagoniza la humanidad como el discurso elaborado por la mente humana para relatar o explicar ese proceso. La historia, entendida en este último sentido, es una disciplina académica, que tiene su liturgia y sus oficiantes, que se plasma en textos escritos y se enseña en los centros escolares, que construyen unos especialistas, los “historiadores”, y manejan todos los ciudadanos. Y es que la historia, por su estrecha conexión con la formación social e ideológica, tanto de los individuos como de las colectividades, es susceptible de manipulación hasta límites inverosímiles. Por eso dijo en su día P. Valery que la historia era la elaboración más perversa de cuantos productos habían salido del cerebro de los hombres. La historia puede servir los propósitos de los amos, pero también de los esclavos. ¿No se ha dicho asimismo que toda clase de historia es un panfleto, de derechas o de izquierdas?
No obstante el terreno en que la historia ha prestado y presta más servicios, aunque con altos riesgos, es el relativo a la configuración de la conciencia nacional. “La historia y su conocimiento son uno de los de los principales elementos de la conciencia nacional y una de las condiciones básicas para la existencia de cualquier nación”, ha dicho el historiador polaco J. Topolsky. Por su parte, el francés B. Gene ha puesto de manifiesto, con la mayor rotundidad, que “no existe nación sin historia nacional”. Claro que este último postulado puede ser invertido: fabriquemos una historia nacional “ad usum” y habremos puesto los cimientos de una nación. Así se explica que después de tantos años de utilización en España de la historia como alimento de la conciencia nacional, incluso echando mano de una materia denominada “Formación del espíritu nacional”, que básicamente se nutría de materiales históricos convenientemente aliñados, la llegada de la democracia y la puesta en marcha del estado de las autonomías hayan supuesto una nueva era para los historiadores-nacionalistas, por más que ahora los marcos territoriales sean simples partes de lo que hasta ayer era el todo. Pero, como advirtieron los profesores Barbero y Vigil, una cosa es la legitimidad de los pueblos de España a recabar su autonomía y otra convertir cada nacionalidad y región en “unidades de destino en lo universal”.
Sin embargo ahí está la realidad. Veamos lo que sucede en el ámbito de la educación. En las directrices generales elaboradas por el Ministerio de Educación a propósito de la Enseñanza Secundaria Obligatoria no se habla de historia de España, ni de conciencia nacional española, ni de ciudadanos españoles, quizá como parte de la penitencia que tenemos que pagar por los pasados excesos del nacional-catolicismo. Pero simultáneamente en las Comunidades Autónomas con competencias educativas, particularmente en algunas de ellas, se pretende instrumentalizar el área de Ciencias Sociales, Geografía e Historia al servicio de la formación de una conciencia nacional propia. Por su parte, los políticos de turno no dudan en organizar festivales histórico-patrióticos, conscientes de la rentabilidad que pueden obtener de los mismos. Desde las perspectivas nacionalistas no sólo se acude al arsenal de la historia para recoger aquellos elementos que convenga a los objetivos que se persiguen sino que, en caso necesario, se hace algo más sencillo, se “inventa” la historia.
Julio Valdeón Baruque, Valladolid 1993
__________
SUMARIO:
"DESDE LAS PERPECTIVAS NACIONALISTAS NO SÓLO SE ACUDE A LA HISTORIA PARA RECOGER LO QUE CONVENGA A SUS FINES SINO QUE, SI ES NECESARIO, SE 'INVENTA' LA HISTORIA"
(Este artículo de Julio Valdeón Baruque apareció en la revista “Caminar conociendo”, número 2, pag 7. Junio de 1993)
(*)J. Valdeón Baruque. Vallisoletano. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Valladolid. Presidente de Ámbito Ediciones. Ha escrito La Edad Media en la Historia de España de la editorial Labor e Historia 16 y ha dirigido la Historia de Castilla y León de la editorial Ámbito, entre otros libros.
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Historia,
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nacionalismo
EDITORIAL: Por el camino

Por José Mª López García
La Cultura es un bosque misterioso e inacabable que se ha ido formando y transformando a lo largo de los siglos: en él hay viejas plantas y brotes recién nacidos, hermosos áboles, ignorados por frecuentes, y raros ejemplares que fueron quizás transplantados desde silenciosos claustros, desde pupitres de estudiantes, desde viejas carpetas de profesores.
Al inacabable bosque han llegado plantas que nacieron regadas por el sudor de las eras y cuidadas por las manos doloridas de empujar el arado. Aquí, en este bosque verdaderamente sagrado, está la memoria de hombres inmóviles sobre los microscospios o de aquellos que, acodados en la borda de una nave, repasan con ojos lentos y mínimos el nunca alcanzado horizonte del mar.
En la Cultura está el recuerdo de toda la risa y de todo el llanto de la humanidad, de su trabajo, de su razón y de su fantasía. Nuestra cultura se ha ido haciendo de miles, de millones de páginas a las que los hombres fueron cambiando la blancura por el indescrptible colorido de pueblos, paisajes y gentes reales o imaginarias... millones de páginas, y de palabras y de sonidos. Nuestra Cultura se ha ido haciendo tanto de los golpes rítmicos y monótonos de sombríos talleres o estridentes astilleros como con el sonar agudo de instrumentos en la danza de polvorientas romerías.
Ningún quehacer humano es pasado, todo ha dejado su semilla y su fruto en este bosque de la Cultura por el que nosotros ahora caminamos. Necesario será, pues, Caminar Conociendo. No podemos permitir que nuestro paso por la vida como el de ese pobre viajero que, encerrado en extraño artefacto y seducido por la velocidad, ignora o tolera que los sentidos se tornen inútiles para saber y disfrutar de cuanto pudiera rodearle en el camino. Tenemos que echar pie a tierra, tenemos que caminar al ritmo de nuestros ojos, de nuestro olfato... caminar palpando, oyendo y así saber, soborear, conocer.
Vamos a caminar con los cinco sentidos; como aquel, hoy viejísimo, Parménides que un día, en su primera juventud, deseó conocer las últimas causas de todas las cosas y, lleno de ánimo, se encaminó hacia el templo de la Verdad para preguntar a la Diosa por el camino de la Sabiduría. No estaba demasiado lejos, la Sabiduría reside en la quietud del propio ser y en el entorno que le configura. También en nuestro entorno hay un claro en el bosque para que podamos contemplar la belleza de la arboleda y la dirección de los caminos, hablamos de la Biblioteca; la Biblioteca es el lugar propicio para encontrarnos con la Diosa; desde allí, ella nos puede mostrar los árboles más sorprendentes que produce y cuida la humanidad: árboles del trabajo y de las fiestas, árboles del pensamiento y de la imaginación, añosos árboles del pasado y tallos verdes del futuro. Allí, en la Biblioteca, nos ofrecerá la Diosa el manso lomo de sus libros como cabalgadura que nos facilite el camino por el atrayente bosque del conocimiento. De la Biblioteca sale, también esta revista que no es mas que el testimonio de que no estamos solos en el sendero, de que somos un grupo de caminantes, no sé si grande o pequeño, pero alegremente decidido a Caminar Conociendo.
Por el Equipo Asesor:
José Mª López García
ESTE EDITORIAL, ESCRITO POR JOSÉ MARÍA LÓPEZ GARCÍA, SE HALLA EN EL Nº 2 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' EN LA PÁGINA 3
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José Mª López García
Manuel Sánchez Mariana: El primer marqués de Las Navas

El primer marqués de Las Navas y el ‘encabezamiento’ de alcabalas de 1551
Por Manuel Sánchez Mariana (*)
Don Manuel Sánchez Mariana, Jefe del Servicio de Manuscritos, Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional, hace, en su artículo, una semblanza biográfica del primer marqués de Las Navas, insertándolo en su momento histórico; es decir: en las dificultades económicas por las que atravesaba el gobierno de Carlos I después de la Guerra de las Comunidades.
Don Pedro de Ávila y Zúñiga, hijo del Conde del Risco y Señor de las Navas y Villafranca, había heredado los títulos de su padre en 1504. Hombre de confianza del Emperador Carlos V, y quizá uno de sus principales valedores en Castilla, recibió de aquel en 1533 el Marquesado de Las Navas, creado expresamente para premiar sus servicios. Por entonces era también alférez mayor perpetuo de la Ciudad de Ávila, por lo que tuvo ocasión de acoger como anfitrión en dicha ciudad al Emperador en 1534. También fue el principal organizador de las Cortes de Toledo de 1538, en plena guerra con Francia, cuando los asuntos de Castilla requerían especial atención. Don Pedro había casado 1524 con la hija del Marqués de Priego, doña María Enríquez de Córdoba, y en el mayor de los cinco hijos que hubieron quedó asegurada la sucesión del Marquesado.
La fidelidad de D. Pedro al Emperador dio lugar sin duda a que éste le nombrara Mayordomo de su hijo y heredero el príncipe Felipe, a quien acompañó en su viaje a Flandes en 1549. Su principal reconocimiento como hombre de estado tuvo lugar en 1553, en que fue designado embajador extraordinario en Inglaterra, encargándose al año siguiente de transportar, con gran aparato, la joya que el príncipe, futuro Felipe II, regalaba en su matrimonio a la reina María de Tudor. Varios ingenios de la época le señalan como destacado protector de las letras, aunque en esto no superase a su hermano, D. Luis de Ávila y Zúñiga, Maestre de la Orden de Alcántara, cronista y también hombre de confianza de Carlos V. Los principales rasgos biográficos de este personaje quedaron reflejados en el Memorial en que representa al rey nuestro señor la antigüedad, calidad y servicios de ssu casas, de don Diego Benavides y de la Cuesta y don Francisco Dávila y Corella, impreso en Madrid en 1660.
Pero el año de 1534 el Emperador debía de andar excesivamente preocupado para allegar caudales para financiar sus inacabables campañas. Por otro lado el debilitamiento del reino castellano, tras la guerra de las Comunidades, no solo no permitía conseguir allí grandes recursos, sino que antes bien aconsejaba acudir en su remedio. En las Cortes de Madrid de 1534 los procuradores de las ciudades y villas de Castilla debieron de hacer lo imposible por conseguir que el reparto de los impuestos fuera lo más equitativo posible, y el resultado de ello fue el lograr que se elaborase un censo o ‘encabezamiento’ en el constasen las rentas por cabeza en cada localidad. El documento resultante, terminado en Valladolid a 9 de abril de 1551, en un grueso volumen de más de mil páginas que existe en la Biblioteca Nacional (ms. 706) y al fin del mismo figura la firma original, como contador real, de don Pedro de Ávila, primer Marqués de las Navas.
(Luego del artículo viene fotocopia del final del documento con la firma del Marqués y una nota de la revista ‘caminar cconociendo’ que dice: “Final del censo o ‘encabezamiento’ de alcabalas terminado en Valladolid a 9 de abril de 1551, con la firma original de don Pedro de Ávila, como contador real y primer Marqués de las Navas. Manuscrito de la Biblioteca Nacional ‘ms. 706’)
(*) Manuel Sánchez Mariana, Jefe del Servicio de Manuscritos, Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional
ESTE ESCRITO DE MANUEL SÁNCHEZ MARIANA SALIÓ EN LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2, PÁGINAS 5-6
domingo, 21 de enero de 2007
José Mª Amigo Zamorano: ENTREVISTA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO

ENTREVISTA A AGUSTIN GARCÍA CALVO
“Mi relación con los amigos ecologistas o verdes es ambigua. Pienso que es más útil el ataque a lo que mata a la naturaleza que su intento de defensa”
CERCA DEL TREN, DE AQUEL CAMINO DE HIERRO QUE QUIEREN HACER DE RECUERDO, PASA AGUSTÍN GARCÍA CALVO DÍAS Y ETERNIDADES, ALLÍ DONDE EL LUGAR TOMA EL NOMBRE DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, CHARLAMOS, CON EL SOLO APARENTE HILO INTEGRADOR DE LA VOZ DE AQUEL CUYA OBRA, DISPAR E INQUIETANTE, SOBREVUELA SONORA Y RITMICA A CADA PREGUNTA
Caminar conociendo: A Ud. le gusta el tren. Es un gran defensor de este medio de transporte. Pasa buenas temporadas en Las Navas. ¿Cómo ve la relación tren-Las Navas?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las Navas ha quedado en una posición curiosa porque habían querido hacer una especie de estación ejemplar, incluida la calefacción de los andenes por energía solar. No sé en qué habrá quedado todo ello. Desde luego no es de los sitios que hayan quedado abandonados. Mi queja constante es de abandono de grandes tramos de vías por la famosa rentabilidad. Mi lucha contra el auto es lo esencial. La defensa del ferrocarril se vuelve inútil si no se entiende como una lucha frontal contra la imposición de los medios inútiles de trasporte: el auto personal en primer lugar, los camionazos y los autobuses. Una inutilidad que estos medios ya tienen de sobra demostrada (no hace falta más que asomarse al tráfico de Madrid o al de una autovía), pero que siguen imponiéndose y coartando el desarrollo de los medios útiles de trasporte: ferrocarriles urbanos, tranvías, ferrocarriles entre ciudades. Si se hubieran dejado desarrollar, habrían podido llegar, no a Las Navas, que después de todo, queda al paso, sino a cualquier rincón.
“Mi relación con los amigos ecologistas o verdes es ambigua. Pienso que es más útil el ataque a lo que mata a la naturaleza que su intento de defensa”
CERCA DEL TREN, DE AQUEL CAMINO DE HIERRO QUE QUIEREN HACER DE RECUERDO, PASA AGUSTÍN GARCÍA CALVO DÍAS Y ETERNIDADES, ALLÍ DONDE EL LUGAR TOMA EL NOMBRE DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, CHARLAMOS, CON EL SOLO APARENTE HILO INTEGRADOR DE LA VOZ DE AQUEL CUYA OBRA, DISPAR E INQUIETANTE, SOBREVUELA SONORA Y RITMICA A CADA PREGUNTA
Caminar conociendo: A Ud. le gusta el tren. Es un gran defensor de este medio de transporte. Pasa buenas temporadas en Las Navas. ¿Cómo ve la relación tren-Las Navas?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las Navas ha quedado en una posición curiosa porque habían querido hacer una especie de estación ejemplar, incluida la calefacción de los andenes por energía solar. No sé en qué habrá quedado todo ello. Desde luego no es de los sitios que hayan quedado abandonados. Mi queja constante es de abandono de grandes tramos de vías por la famosa rentabilidad. Mi lucha contra el auto es lo esencial. La defensa del ferrocarril se vuelve inútil si no se entiende como una lucha frontal contra la imposición de los medios inútiles de trasporte: el auto personal en primer lugar, los camionazos y los autobuses. Una inutilidad que estos medios ya tienen de sobra demostrada (no hace falta más que asomarse al tráfico de Madrid o al de una autovía), pero que siguen imponiéndose y coartando el desarrollo de los medios útiles de trasporte: ferrocarriles urbanos, tranvías, ferrocarriles entre ciudades. Si se hubieran dejado desarrollar, habrían podido llegar, no a Las Navas, que después de todo, queda al paso, sino a cualquier rincón.
Caminar conociendo: Las Bibliotecas se están quedando vacías. Este hecho preocupa hasta a los países del ‘sol de medianoche’, con gran tradición de Bibliotecas…
AGUSTIN GARCÍA CALVO -¿Vacías de adeptos?
Caminar conociendo: De asistentes, de lectores
AGUSTIN GARCÍA CALVO -No de libros, pues la producción es enorme.
Caminar conociendo: De libros hay montones. Solo en Las Navas se reciben de 800 a 1.000 volúmenes al año, enviados por el Centro Coordinador… ¿Qué relación puede tener este hecho, con los Medios de Formación de Masas como Ud. los llama?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Tiene una relación directa, por supuesto. Sobre todo con el imperio del que está a la cabeza de los Medios de Formación de Masas, la Televisión. Ya desde que se inventó, no servía más que para eso: para la formación de masas. Pero no hay que engañarse en esta lucha, porque muchos a los que oigo hablar de la televisión, como algo que mata la lectura y que, por lo tanto, tendrá la culpa de todo eso. No hay que olvidar que lo que mata la televisión es mucho más importante que la lectura: es la vida misma, es la ocasión de vivir. A la gente se la pone delante del televisor y lo que menos importaría es que no leyera; lo que más importa es que tampoco vive en ninguna otra manera, con la Televisión y con los Medios auxiliares que sirven para el mismo proceso de Formación de Masas. No hay que olvidar que los libros en su tiempo, sirvieron también, un poco, para lo mismo que la Televisión. La gran producción literaria estaba destinada, también, a la corrupción del pueblo y a la Formación de Masas. De manera que yo pienso que la lucha contra los Medios, contra la televisión en primer lugar, debe hacerse en nombre de la vida, y, si después con la vida viene también la curiosidad y por tanto la lectura, pues miel sobre hojuelas.
Pero el problema es más profundo.
Pero el problema es más profundo.
Caminar conociendo: En Zamora se ha hecho un acto de desagravio al río Duero en el que Ud. participó. ¿Qué parte de la naturaleza de Las Navas, si es que hay alguna tan degradada, desagraviaría Ud.?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Mi intervención en ese homenaje que organizaron poetas de Zamora, ese desagravio, fue un poco a contrapelo: fue para decir, sobre todo, que el agravio que la hacían al Duero era el decir que no se podía bañar en él. Cosa que yo demostraba que se podía hacer, aunque fuera entre las espumillas de las fábricas de quesos. Es decir, una intervención contra la Higiene y el Deporte, los dos grandes fantasmas que nos dominan.
Nada de esto tiene una aplicación directa al caso de Las Navas. Es evidente que una gran parte de la vegetación está ya hecha, impuesta de una manera artificial: tipos de pinos resineros que servían en otro tiempo y que ahora ya no sirven. Eso, probablemente, ha costado el abandono de otras formas de vida, sobre todo vegetal, que podían ser, pues no sé, más de abajo, más desde la tierra. Algo podía decirse también, de la Ganadería y su relación con otras formas de vida más salvajes. Sin embargo, mi relación con los amigos ecologistas o verdes, es ambigua y no dejo de decírselo cada vez que tengo ocasión: no hay que pretender poder hacer cosas tales como defender a la Naturaleza, salvar la Fauna o la Flora, porque eso implica creer que se sabe y que se domina la Naturaleza. Yo pienso que siempre es más útil el ataque contra lo que mata, que el intento de defensa; es decir: luchar contra la imposición de los medios de trasporte inútiles, que antes decíamos, luchar contra el atontamiento de la vida por medio de la televisión; así me parece un camino más honrado y más directo. Después, ya la tierra se encargará de hacer lo que pueda.
Nada de esto tiene una aplicación directa al caso de Las Navas. Es evidente que una gran parte de la vegetación está ya hecha, impuesta de una manera artificial: tipos de pinos resineros que servían en otro tiempo y que ahora ya no sirven. Eso, probablemente, ha costado el abandono de otras formas de vida, sobre todo vegetal, que podían ser, pues no sé, más de abajo, más desde la tierra. Algo podía decirse también, de la Ganadería y su relación con otras formas de vida más salvajes. Sin embargo, mi relación con los amigos ecologistas o verdes, es ambigua y no dejo de decírselo cada vez que tengo ocasión: no hay que pretender poder hacer cosas tales como defender a la Naturaleza, salvar la Fauna o la Flora, porque eso implica creer que se sabe y que se domina la Naturaleza. Yo pienso que siempre es más útil el ataque contra lo que mata, que el intento de defensa; es decir: luchar contra la imposición de los medios de trasporte inútiles, que antes decíamos, luchar contra el atontamiento de la vida por medio de la televisión; así me parece un camino más honrado y más directo. Después, ya la tierra se encargará de hacer lo que pueda.
Caminar conociendo: Un poco al hilo de esto: los campesinos, los ganaderos, se han manifestado por las calles de las grandes ciudades; han caminado por senderos y carreteras; están inquietos por el porvenir; la leche de Las Navas, no hace mucho, era casi una leyenda; ahora apenas quedan ganaderos. ¿Cómo ve el futuro del campo?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Estoy haciendo un trabajo, aprovechando todos estos acontecimientos que han protagonizado los campesinos, sobre todo para decir que el mal de fondo es la Planificación Nacional y ahora Planificación por el Mercado Central Europeo y cosas por el estilo: que hoy haga hacer a la gente abandonar el ganado de repente, o cambiar de este cultivo al otro o dejar los cultivos recibiendo, a veces, una compensación en dinero. Y esto es lo terrible: lo de la creencia en la Planificación, creer que, efectivamente, se puede planear. Esto implica desconfiar profundamente del ingenio de los campesinos para arreglárselas desde abajo si se les deja. Esta estupidez de la Planificación me parece que debería ser el punto de ataque de cualquier rebelión que pudiera surgir de los campesinos. Por desgracia, no van a ser sus dirigentes, ni los líderes sindicales, los que los lleven por este camino. Por el contrario, los harán perderse, como siempre, en reivindicaciones insignificantes y consabidas.
Caminar conociendo: Cambiando de tercio, como suele decirse: este número de la revista va a estar dedicado mayormente a las LEYENDAS. Al respecto, nos gustaría saber si esconden algún mensaje subliminal, si son reflejo de deseos, de aspiraciones…
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las leyendas o mitos hay que tomarlas de donde no podemos tomarlas; es decir, antes de la invención de la Escritura. Son, evidentemente, o fueron, o eran, una manera de lenguaje artístico, más o menos desarrollado, que vivía y que costituía tradiciones anteriores a la Cultura, anteriores a la Escritura. De esto quedan recuerdos más o menos vagos. Pero no hay que hacerse ilusiones; porque el mundo que nosotros vivimos, es un mundo histórico, es decir, fundado en al Escritura y donde, por tanto, las Leyendas siempre están como residuos de algo que en otro tiempo pudo haber. Son muy de estimar. Creo que pueden traer algo de la voz del pueblo, descubrimientos del pueblo precientíficos respecto a la Realidad, o a la memoria de la Realidad. Muchas de ellas, todavía, nos suenan de esa manera. Pero por desgracia, lo que a nosotros, hombres leídos y escribidos, nos toca, es intentar romper a través de esta capa de la Escritura y de la conversión de las Leyendas, en Literatura, para tratar de descubrir por debajo de lo Literario de las Leyendas algo que puede haber de más profundo en lo que la voz del pueblo hace.
A veces, algunos, yo mismo, nos dedicamos a esta labor. Pero no hay que olvidar que es la negación o rotura de la Literatura, para poder llegar a lo que pueda sonar de debajo de la Historia, y donde pueda haber un mensaje, en cierto modo, de voz del pueblo, pero de abajo.
A veces, algunos, yo mismo, nos dedicamos a esta labor. Pero no hay que olvidar que es la negación o rotura de la Literatura, para poder llegar a lo que pueda sonar de debajo de la Historia, y donde pueda haber un mensaje, en cierto modo, de voz del pueblo, pero de abajo.
Caminar conociendo: No me resisto a preguntarle, en relación con la Historia, su opinión sobre el artículo del yanquiniponito, que daba ya por concluida la Historia.
(ESTA ENTREVISTA REALIZADA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO POR JOSÉ Mª AMIGO ZAMORANO, DIRECTOR DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', APARECIÓ EN Nº 2 DE DICHA REVISTA -DE JUNIO DE 1993- EN LAS PÁGINAS 9-10-11)
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Caí en la tentación de publicar en la revista ‘Claves’, hace dos años o cerca, una crítica contra ese artículo, representativo de un Ejecutivo, de un alto Funcionario de Organismos Internacionales. Toda su gracia consistía en que representaba la voz de un alto Ejecutivo. Denunciaba yo allí, en dos palabras, que lo que él llama ‘fin de la Historia’, en realidad lo que quería decir era el triunfo de la Historia para siempre, como si en la intención de un ejecutivo, ya hubiéramos llegado a una situación donde la Política no es mas que Economía, en la que se ha dado satisfacción a ese ideal del Individuo que Ellos tienen, y que no es mas que dinero. Un individuo que es todo dinero. Donde, por tanto, ya no puede haber nada. Bajo la pretensión del ‘Fin de la Historia’, lo que ocultaba en verdad era esto: la pretensión de que la Historia hubiese triunfado. Es contra esto contra lo que, a propósito de las Leyendas, le recordaba que siempre por debajo de la Historia –que nunca está del todo bien hecha, que nunca llega a un triunfo-, quedan ecos, resonancias de algo que no era Historia y que está por debajo que es del pueblo.
Texto: José Mª Amigo Zamorano
Las Navas del Marqués (Barrio de la Estación)
7 de marzo de 1993
Texto: José Mª Amigo Zamorano
Las Navas del Marqués (Barrio de la Estación)
7 de marzo de 1993
(ESTA ENTREVISTA REALIZADA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO POR JOSÉ Mª AMIGO ZAMORANO, DIRECTOR DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', APARECIÓ EN Nº 2 DE DICHA REVISTA -DE JUNIO DE 1993- EN LAS PÁGINAS 9-10-11)
FANNY RUBIO: Ja-Li
JA-LI
Por Fanny Rubio (*)
Por Fanny Rubio (*)
Todo comenzó el día en que –por primera vez en toda mi vida- Wei se olvidó de mirar hacia donde yo estaba. Jamá
s había ocurrido: cada que pasaba cerca de la puerta, que nos dividía, silbaba, daba con los nudillos en el picaporte y esperaba a ver reflejada al otro lado del cristal mi cabeza, inquieta al percibir su proximidad. La verdad es que, desde que tengo recuerdos callejeros, yo salía a su encuentro cuando percibía su cercanía a aquella casa, colgada de una colina de la ciudad, tras su jornada de trabajo en la fábrica que la retenía casi todo el día. Raras veces venía a buscarme al solar donde yo acostumbraba a esconder mis reservas alimenticias, artilugios para la dentadura y exquisitos huesos y cuadraditos de calcio en proporciones que ella llamaba ‘queso’, pues mi intuición recuperaba su presencia antes de escuchar la señales que de lo alto me enviaba. De una manera u de otra, casi al anochecer, echábamos a andar a las afueras de la ciudad mirando como verdaderas urracas todo lo que en el campo cercano se escondía de la urbe: nidos de águilas donde los pollos cambiaban de plumaje mientras aprendían a pronunciar ‘auc’, ‘auc’, ‘auc’ o la persecución de una lagartija trasnochadora por otro pájaro cualquiera buscapresas. Seguíamos con la vista a las migradoras camino del norte y descubríamos de entre todos los grupos a las heridas, rezagadas, a las que atraíamos con quietud y atención extremas. Ella me hablaba lentamente de los pájaros reconocidos como si fueran de su raza: el halcón, por ejemplo, tenía bajo el ojo una manchita roja símbolo de la fecundidad universal y era –según decía- la esperanza de la luz en el que vive en las tinieblas; el águila se escapaba a dos mil metros para huir de los hombres.
--Aunque le llamen altitud, es una huída- se decía muy segura.
En los últimos meses habíamos conseguido un cierto entendimiento según viniera la estación: el verano solía quedarme algún tiempo en la terraza de la casa de la colina, en donde yo poseía un reducto de consuelo y sombra cuando dejaba las peleas de mis iguales, y era entonces cuando ella me retenía ya entrada la tarde una vez liberada del estricto horario de trabajo en un lugar en el colocaba -entre cientos de compañeros y una decena de jefes- pequeñas piezas de metal dentro círculos dorados que medían el tiempo. Llegaba y permanecía horas y horas sentada en la sillita de bambú y miraba con atención hasta que yo participaba de sus proyectos de camino con alegría manifiesta y planes tendentes a descubrir nuevas aves del cielo para el día siguiente. En cambio, en invierno, yo era quien pasaba a su ámbito después de dar uno de mis paseos por las afueras de la ciudad desde donde podía contemplar la balconada de la casa de la colina y, finalmente, no había jornada que no cuajara en una reunión de, por lo menos, seis horas.
Sin embargo, aquel día en el que todo comenzó –pese a que fuera invierno-, no dispusimos del tiempo de otras veces. Ni ella ni la visita que apareció de pronto repararon en mí, pero yo sí; y debo confesar que no me hizo demasiada gracia. Las visitas eran muy raras en la casa de la colina y aquella era una vista poco cordial (sin abrazos, ni presentes, ni queso, ni alegría) que yo seguí con la lengua desde el otro lado del cristal que me separaba de la reunión. Wei, con chándal blanco, pasó de largo con ellos por el pasillo de al planta alta hacia el saloncito en el que a veces en invierno nos quedábamos horas y horas jugando alrededor de una taza de té. Uno de los hombres, con lentes, portafolios y muy poco cabello, habló durante largo rato de lo que estos documentos decían; el segundo, el más joven, sonreía cortésmente a Wei hasta que ella terminó de firmar uno de los papeles que había leído el mayor muy despacio. Entonces el joven sonriente recuperó su expresión natural, ya sin rictus, se levantó con prisa y arrastró con él de un salto al señor de la calva y el portafolios mientras ella preguntó algo (imperceptible desde donde me hallaba) al visitante más anciano que el señor calvo contradijo con un tajante movimiento de cabeza camino de la puerta, dejando a Wei esperando al tiempo que los hombres se apresuraban a decir adiós y escapar a buen paso como pude comprobar a través del cristal que separaba mi zona de la de ellos. Las dos sombras rozaron la barrera donde yo había estampado mi hocico con interés, golpeando con sus gruesos zapatones el suelo y dejando tras de ella a Wei, silenciosa y leve como su fuera de puntillas y vestida como acostumbraba, con el chándal blanco de ribetes azules.
Delante de la casa había crecido un sauce, un sauce alto cuyas ramas más altas caían junto al columpio rosa sobre el que Wei cantaba para mí. Parecía un flaco gigante plateado venido abajo. Será por eso que dicen que los sauces lloran. Este lloraba, sin lágrimas, interminablemente, por lo supuse que debía de ser muy mayor. Y cuando Wei dejó de ir a la fábrica donde se preparaban los círculos dorados que medían el tiempo después de la visita, empleaba casi todo su tiempo en mirar a los alrededores, incluso al sauce. Y el sauce se crecía.
--Una ciudad llena de sauces es la estancia de la inmortalidad- repetía en mi oído mi dulce compañero Wei.
El día de la visita yo permanecí largamente detrás de la reja sin esconderme ni andar en lo mío, ni escaparme al solar de mi tribu. Ella llegó sonriendo a medias –haciéndome entender que no pasaba nada cuando yo tenía la seguridad de que algo extraño había en el ambiente-. Rascó mi frente como solía y me dijo:
--Jali, nos han dejado sin trabajo, comeremos de lo que sobre a los pajaritos.
Me tomó en brazos como acostumbraba solo en los días de fiesta, colocó sobre una mesa baja de madera un tubito de capsulas que iba gastando cada hora desde que la visita se marchó y se sentó, conmigo en su regazo, en el balancín rosa al mismo tiempo que susurraba su canción preferida: ‘este es el lugar, Ja-Li, donde las palomas visitan a los humanos’.
A partir de ese día y desde muy temprano, mirábamos cada mañana y uno a uno todos los pájaros de la ciudad, y ellos, sin duda –convencidos de que Wei defendía una ciencia antigua que adjudicaba al excremento poderes sagrados- sembraba el mirador de una especie de lluvia fina y negra que era recibida por Wei como muestra de cordialidad. Después mi compañera cantaba nuevamente sobre el balancín rosa la canción del lugar donde las palomas visitan a los humanos ofreciendo su sauce para refugio de las aves heridas.
Así que Wei, el sauce y yo comenzamos a vivir una vida ‘sauce. Llamamos a la terraza de la ciudad de Tien-ti-huei, ciudad de la inmortalidad, en el que el sauce es el árbol de la vida, el eje verde sobre el han posarse a tomar impulso los pájaros errantes, desde los mirlos cantarines a, por ejemplo, el indiscreto y burlón cuco. Cuando alguno de ellos se presentaba yo iba a todo correr hasta el cuarto donde Wei pensaba ponerla en aviso de los huéspedes cotidianos y salíamos juntas hasta la terracita, y una vez añadido el compañero, volvíamos a balancearnos con ellos de corona anudadas en la rama más larga del sauce. Era todo tan bello que Wei llegó a poner en mi oreja estas palabras:
--La felicidad es como esta paz, por eso no tiene por qué durar; y la muerte también, un mar hecho de olas de paz que mueven el balancín de nuestra vida hasta que cesa el ritmo.
Aquel año Wei y yo y el sauce permanecimos horas y horas en esa especie de goce que solo entendíamos los tres balanceados: ella en posición sedente con su chándal blanco de ribetes azules y yo con la cabeza entre sus corvas, el morro hacia la brisa que llegaba del norte y el sauce viéndonos de frente y melancólico de gusto. Tan felices éramos los tres que Wei no se incorporaba más que para reponer el agua de mi cuenco, al tiempo que nos piropeaba al sauce y a mí.
Hasta que un día Wei miró más tiempo que de costumbre al árbol. Estuvo largo tiempo acariciando una de sus ramas hacia arriba y hacia abajo, hacia abajo y hacia arriba, y cantando la canción de nuestra casa como el lugar de las palomas con el mismo chándal blanco de ribetes azules, pero sin volver la cabeza hacia donde yo estaba. Enredé mis orejas por entre sus piernas para ganar su atención, morreé los pies de mi dulce amiga con la insistencia de mi género, quise saltar hasta su cuello, pero ni entonces reparó en mí. No me advirtió ni una sola vez, ‘tranquila, Ja-Li, vale ya’ con el nombre que escogió para mí la primera vez que nos encontramos (y que quiere decir en esta lengua ‘no tiene ninguna importancia’, sigue, sigue’) sino que descubrí de pronto que ahí estaba yo solo en mi puro salto. Porque mi triste Wei dibujó una voltereta sobre la barandilla de la terraza que daba al sauce en la colina más alta de la ciudad de las palomas que la llevó directamente al sauce y de allí al suelo, suave y en progresión, como si se tratara, en el descenso, de uno de esos toboganes de parque alrededor de los hacen cola los niños. Por primera vez observé a Wei con vocación de pájaro al verla deslizarse con su cabello ondulado y brillante y su chándal blanco de ribetes azules sauce abajo y luego volar unos segundos hasta que su cuerpecillo de balancín se detuvo en seco con un solo ruido sobre la arena de la calle, donde un corro de gente parecía preparada para un espectáculo de mayor importancia.

--Aunque le llamen altitud, es una huída- se decía muy segura.
En los últimos meses habíamos conseguido un cierto entendimiento según viniera la estación: el verano solía quedarme algún tiempo en la terraza de la casa de la colina, en donde yo poseía un reducto de consuelo y sombra cuando dejaba las peleas de mis iguales, y era entonces cuando ella me retenía ya entrada la tarde una vez liberada del estricto horario de trabajo en un lugar en el colocaba -entre cientos de compañeros y una decena de jefes- pequeñas piezas de metal dentro círculos dorados que medían el tiempo. Llegaba y permanecía horas y horas sentada en la sillita de bambú y miraba con atención hasta que yo participaba de sus proyectos de camino con alegría manifiesta y planes tendentes a descubrir nuevas aves del cielo para el día siguiente. En cambio, en invierno, yo era quien pasaba a su ámbito después de dar uno de mis paseos por las afueras de la ciudad desde donde podía contemplar la balconada de la casa de la colina y, finalmente, no había jornada que no cuajara en una reunión de, por lo menos, seis horas.
Sin embargo, aquel día en el que todo comenzó –pese a que fuera invierno-, no dispusimos del tiempo de otras veces. Ni ella ni la visita que apareció de pronto repararon en mí, pero yo sí; y debo confesar que no me hizo demasiada gracia. Las visitas eran muy raras en la casa de la colina y aquella era una vista poco cordial (sin abrazos, ni presentes, ni queso, ni alegría) que yo seguí con la lengua desde el otro lado del cristal que me separaba de la reunión. Wei, con chándal blanco, pasó de largo con ellos por el pasillo de al planta alta hacia el saloncito en el que a veces en invierno nos quedábamos horas y horas jugando alrededor de una taza de té. Uno de los hombres, con lentes, portafolios y muy poco cabello, habló durante largo rato de lo que estos documentos decían; el segundo, el más joven, sonreía cortésmente a Wei hasta que ella terminó de firmar uno de los papeles que había leído el mayor muy despacio. Entonces el joven sonriente recuperó su expresión natural, ya sin rictus, se levantó con prisa y arrastró con él de un salto al señor de la calva y el portafolios mientras ella preguntó algo (imperceptible desde donde me hallaba) al visitante más anciano que el señor calvo contradijo con un tajante movimiento de cabeza camino de la puerta, dejando a Wei esperando al tiempo que los hombres se apresuraban a decir adiós y escapar a buen paso como pude comprobar a través del cristal que separaba mi zona de la de ellos. Las dos sombras rozaron la barrera donde yo había estampado mi hocico con interés, golpeando con sus gruesos zapatones el suelo y dejando tras de ella a Wei, silenciosa y leve como su fuera de puntillas y vestida como acostumbraba, con el chándal blanco de ribetes azules.
Delante de la casa había crecido un sauce, un sauce alto cuyas ramas más altas caían junto al columpio rosa sobre el que Wei cantaba para mí. Parecía un flaco gigante plateado venido abajo. Será por eso que dicen que los sauces lloran. Este lloraba, sin lágrimas, interminablemente, por lo supuse que debía de ser muy mayor. Y cuando Wei dejó de ir a la fábrica donde se preparaban los círculos dorados que medían el tiempo después de la visita, empleaba casi todo su tiempo en mirar a los alrededores, incluso al sauce. Y el sauce se crecía.
--Una ciudad llena de sauces es la estancia de la inmortalidad- repetía en mi oído mi dulce compañero Wei.
El día de la visita yo permanecí largamente detrás de la reja sin esconderme ni andar en lo mío, ni escaparme al solar de mi tribu. Ella llegó sonriendo a medias –haciéndome entender que no pasaba nada cuando yo tenía la seguridad de que algo extraño había en el ambiente-. Rascó mi frente como solía y me dijo:
--Jali, nos han dejado sin trabajo, comeremos de lo que sobre a los pajaritos.
Me tomó en brazos como acostumbraba solo en los días de fiesta, colocó sobre una mesa baja de madera un tubito de capsulas que iba gastando cada hora desde que la visita se marchó y se sentó, conmigo en su regazo, en el balancín rosa al mismo tiempo que susurraba su canción preferida: ‘este es el lugar, Ja-Li, donde las palomas visitan a los humanos’.
A partir de ese día y desde muy temprano, mirábamos cada mañana y uno a uno todos los pájaros de la ciudad, y ellos, sin duda –convencidos de que Wei defendía una ciencia antigua que adjudicaba al excremento poderes sagrados- sembraba el mirador de una especie de lluvia fina y negra que era recibida por Wei como muestra de cordialidad. Después mi compañera cantaba nuevamente sobre el balancín rosa la canción del lugar donde las palomas visitan a los humanos ofreciendo su sauce para refugio de las aves heridas.
Así que Wei, el sauce y yo comenzamos a vivir una vida ‘sauce. Llamamos a la terraza de la ciudad de Tien-ti-huei, ciudad de la inmortalidad, en el que el sauce es el árbol de la vida, el eje verde sobre el han posarse a tomar impulso los pájaros errantes, desde los mirlos cantarines a, por ejemplo, el indiscreto y burlón cuco. Cuando alguno de ellos se presentaba yo iba a todo correr hasta el cuarto donde Wei pensaba ponerla en aviso de los huéspedes cotidianos y salíamos juntas hasta la terracita, y una vez añadido el compañero, volvíamos a balancearnos con ellos de corona anudadas en la rama más larga del sauce. Era todo tan bello que Wei llegó a poner en mi oreja estas palabras:
--La felicidad es como esta paz, por eso no tiene por qué durar; y la muerte también, un mar hecho de olas de paz que mueven el balancín de nuestra vida hasta que cesa el ritmo.
Aquel año Wei y yo y el sauce permanecimos horas y horas en esa especie de goce que solo entendíamos los tres balanceados: ella en posición sedente con su chándal blanco de ribetes azules y yo con la cabeza entre sus corvas, el morro hacia la brisa que llegaba del norte y el sauce viéndonos de frente y melancólico de gusto. Tan felices éramos los tres que Wei no se incorporaba más que para reponer el agua de mi cuenco, al tiempo que nos piropeaba al sauce y a mí.
Hasta que un día Wei miró más tiempo que de costumbre al árbol. Estuvo largo tiempo acariciando una de sus ramas hacia arriba y hacia abajo, hacia abajo y hacia arriba, y cantando la canción de nuestra casa como el lugar de las palomas con el mismo chándal blanco de ribetes azules, pero sin volver la cabeza hacia donde yo estaba. Enredé mis orejas por entre sus piernas para ganar su atención, morreé los pies de mi dulce amiga con la insistencia de mi género, quise saltar hasta su cuello, pero ni entonces reparó en mí. No me advirtió ni una sola vez, ‘tranquila, Ja-Li, vale ya’ con el nombre que escogió para mí la primera vez que nos encontramos (y que quiere decir en esta lengua ‘no tiene ninguna importancia’, sigue, sigue’) sino que descubrí de pronto que ahí estaba yo solo en mi puro salto. Porque mi triste Wei dibujó una voltereta sobre la barandilla de la terraza que daba al sauce en la colina más alta de la ciudad de las palomas que la llevó directamente al sauce y de allí al suelo, suave y en progresión, como si se tratara, en el descenso, de uno de esos toboganes de parque alrededor de los hacen cola los niños. Por primera vez observé a Wei con vocación de pájaro al verla deslizarse con su cabello ondulado y brillante y su chándal blanco de ribetes azules sauce abajo y luego volar unos segundos hasta que su cuerpecillo de balancín se detuvo en seco con un solo ruido sobre la arena de la calle, donde un corro de gente parecía preparada para un espectáculo de mayor importancia.
Fanny Rubio
(ESTE RELATO DE FANNY RUBIO APARECIÓ EN EL Nº 2, EN LAS PÁGINAS 12-13-14-15 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' DE JUNIO DE 1993)
(*)Fanny Rubio es doctora en Filología Románica, en la actualidad es profesora Titular de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, después de haber ejercido como docente en la Universidad de Granada y haber sido Maitre de Conference en la Universidad de Fez. Colabora en prensa y televisión. Dirigió los Cursos de Humanidades de la Universidad Complutense en El Escorial y ha sido conferenciante en numerosas Universidades (UIM, El Escorial, Salamanca, Sevilla, Vitoria San Sebastián, Lisboa, Nápoles, Clemont Ferran, La Paz, Santiago de Chile, Montevideo, Berlin, Rabat, Nueva York City Kansas, etc)
Después de haber sido premiada con el "Ciudad de Jaen" por sus primeros poemas, adolescentes, ha publicado libros de poesía y narrativa breve: Acribillado amor, en VV.AA, Poemas, Madrid, Premio de poesía de la Universidad Complutense, 1970; Retracciones, Madrid. Ediciones Endymion, 1979, Reverso, en Maillot Amarillo; 1988; Retracciones y Reverso en Endymion 1989 Dresde, Madrid, Ediciones Devenir, 1990 ; En Re Menor, Málaga, Colección Tediría, 1990.Cuentos: A Madrid por capricho, Madrid, Libros del Tren, 1988. En prensa, Fuegos de invierno bajo los puentes de Madrid, (Madrid, El tercer nombre, 2006)También ha publicado libros de crítica literaria: Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid, Edtorial Turner, 1976, recientemente reeditada en facsímil por el Servivio de publicaciones de la Universidad de Alicante; Edición fascímil de Pueblo cautivo /Anónimo 1946), Madrid, Hiperion, 1978; Aportación a la historia de la poesía española de la posguerra. Las revistas de poesía (1939-1970). Hacia una bibliografía total, Granada, Tesis Doctorales de la Universidad de Granada, 1975; Poesía española contemporánea. Historia y Antología (1939-1980), Madrid, Alhambra, 1981 (en colaboración con José Luis Falcó); Noticia de Gabriel Celaya, Madrid, Biblioteca Nacional, 1987; Cuadrantes (artículos), prólogo de Rafael Alberti, Jaén, Diputación de Jaén, 1985; Edición, prólogo y notas de Hi jos de la ira de Dámaso Alonso, Madrid Espasa Calpe, 1981 y Epigramas de El Escorial de J-A. Goytisolo (premio Ciudad de Barcelona, 1995). Su último libro de ensayo hasta el momento es El embrujo de amar, Madrid, Planeta, Temas de Hoy, 2001.Durante los últimos quince años se ha dedicado a la novela: La sal del chocolate, Barcelona, Seix Barral , 1992; La casa del halcón, Madrid, Alfaguara, 1995; El dios dormido, Madrid, Alfaguara, 1998; El hijo del aire, Barcelona, Planeta, 2001. En bolsillo, El dios dormido y La casa del halcón (Madrid, Punto de Lectura, 2002) Es editora de El Quijote en clave de mujeres (Madrid, Editorial Complutense, 2005)
(*)Fanny Rubio es doctora en Filología Románica, en la actualidad es profesora Titular de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, después de haber ejercido como docente en la Universidad de Granada y haber sido Maitre de Conference en la Universidad de Fez. Colabora en prensa y televisión. Dirigió los Cursos de Humanidades de la Universidad Complutense en El Escorial y ha sido conferenciante en numerosas Universidades (UIM, El Escorial, Salamanca, Sevilla, Vitoria San Sebastián, Lisboa, Nápoles, Clemont Ferran, La Paz, Santiago de Chile, Montevideo, Berlin, Rabat, Nueva York City Kansas, etc)
Después de haber sido premiada con el "Ciudad de Jaen" por sus primeros poemas, adolescentes, ha publicado libros de poesía y narrativa breve: Acribillado amor, en VV.AA, Poemas, Madrid, Premio de poesía de la Universidad Complutense, 1970; Retracciones, Madrid. Ediciones Endymion, 1979, Reverso, en Maillot Amarillo; 1988; Retracciones y Reverso en Endymion 1989 Dresde, Madrid, Ediciones Devenir, 1990 ; En Re Menor, Málaga, Colección Tediría, 1990.Cuentos: A Madrid por capricho, Madrid, Libros del Tren, 1988. En prensa, Fuegos de invierno bajo los puentes de Madrid, (Madrid, El tercer nombre, 2006)También ha publicado libros de crítica literaria: Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid, Edtorial Turner, 1976, recientemente reeditada en facsímil por el Servivio de publicaciones de la Universidad de Alicante; Edición fascímil de Pueblo cautivo /Anónimo 1946), Madrid, Hiperion, 1978; Aportación a la historia de la poesía española de la posguerra. Las revistas de poesía (1939-1970). Hacia una bibliografía total, Granada, Tesis Doctorales de la Universidad de Granada, 1975; Poesía española contemporánea. Historia y Antología (1939-1980), Madrid, Alhambra, 1981 (en colaboración con José Luis Falcó); Noticia de Gabriel Celaya, Madrid, Biblioteca Nacional, 1987; Cuadrantes (artículos), prólogo de Rafael Alberti, Jaén, Diputación de Jaén, 1985; Edición, prólogo y notas de Hi jos de la ira de Dámaso Alonso, Madrid Espasa Calpe, 1981 y Epigramas de El Escorial de J-A. Goytisolo (premio Ciudad de Barcelona, 1995). Su último libro de ensayo hasta el momento es El embrujo de amar, Madrid, Planeta, Temas de Hoy, 2001.Durante los últimos quince años se ha dedicado a la novela: La sal del chocolate, Barcelona, Seix Barral , 1992; La casa del halcón, Madrid, Alfaguara, 1995; El dios dormido, Madrid, Alfaguara, 1998; El hijo del aire, Barcelona, Planeta, 2001. En bolsillo, El dios dormido y La casa del halcón (Madrid, Punto de Lectura, 2002) Es editora de El Quijote en clave de mujeres (Madrid, Editorial Complutense, 2005)
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