viernes, 19 de enero de 2007

Pilar de Miguel Moreno: Andrés García Cortés, empresario

ANDRES GARCÍA CORTES
EMPRESARIO

ENTREVISTA DE PILAR DE MIGUEL MORENO, PSIQUIATRA

A ANDRES GARCÍA LO DEFINIA EL PUEBLO COMO UN ‘SEÑORITO’. CIERTAMENTE TENÍA UNA VIDA MAS FACIL DE LO QUE ERA PARA LOS NAVEROS. A LO LARGO DE LA ENTREVISTA SE VISLUMBRA EN ÉL UN CIERTO ORGULLO DE PERTENECER A UNA FAMILIA QUE, A TRAVÉS DEL TRABAJO, HA CONTRIBUIDO A PRODUCIR RIQUEZA. FRENTE A LA ‘ELITE’ DE LA CIUDAD DUCAL, AISLADA, PROCLIVE EN TODO CASO AL JUEGO DE LA RECOMENDACIÓN Y EL FAVOR, ANDRÉS GARCÍA SEÑALA LA EXISTENCIA DE UNA BURGUESÍA, LA SUYA, QUE NO PUEDE PERMITIRSE ESE AISLAMIENTO. LA ENTREVISTA DEJA MUCHOS INTERROGANTES. NO ESTARÍA MAL QUE ALGUIEN LOS VOLVIERA PLANTEAR, INCLUSO, DE MANERA POLÉMICA.

PAR EL PUEBLO ERAMOS ‘LOS SEÑORITOS’. LOS CHAVALES NOS TENÍAN UNA MANÍA TERRIBLE.

Pilar de Miguel: ¿Cuándo y por qué viniste a Las Navas y a la Estación?
Andrés García: Yo nací en el 15. Cuando vine a Las Navas tenía 5 años a raíz de tener una tos ferina muy fuerte. Mi padre pensó que viniendo a un sitio alto, con ganado, se me iba a quitar.
P. de M.: Por el cambio de clima.
A. G.: Así que vivíamos entonces en la huerta del tío Jilguero, que estaba donde vive Boni, en el fondo de la vaguada donde pasa un arroyuelo.
Sólo había aquí 3 hoteles: 2 de la Infanta Eulalia, otro de uno de Madrid más el Hotel Iris. Aquí no había nada: huertas de gente del pueblo. Los 2 hoteles de la Infanta estaban en venta por lo que mi padre fue a Palacio y compró los 2 por 50.000 pesetas. Todos decían que era una locura: eran los ahorros que tenía. Había venido a Madrid con los pantalones rotos y con mucho trabajo y sacrificio se había hecho comerciante
.
P. de M.: Me estás hablando de los años 20.
A. G.: Si, del 23 al 27, más o menos… Como te decía así empezó la Colonia García. El primero que vino a veranear fue el torero Vicente Pontos. Cobraba mi padre 1.600 pts. De renta. Con lo que sacaba iba construyendo otras casas.
P. de M.: Las casas las construía gente de Las Navas…
A. G.: Sí, un señor del pueblo, el señor Gumersindo hacía de maestro de obras.
Mi padre se enteró que aquí en la resinera daban baños de aguarrás para la gente que tenía reuma. Construyó entonces unos pabellones: unos con habitaciones y otro con cocina y comedores. Pero aquello fracasó porque era gente de pocos medios económicos, en fin, fue un desastre. Así que mi padre convirtió los pabellones en casitas.
P. de M.: ¿Para los veraneantes?
A. G.: Sí, el verano era entonces de 3 meses. Toda gente de dinero: burguesía alta. En lo que ahora es el Carmen se hospedaba el dueño de una tienda de Madrid., ‘El millón de corbatas’, en el piso de abajo vivía Ramos Carrión, autor de un libreto de zarzuela.
Llegaron a juntarse 20 ó 30 familias. Aquí no había de nada, ni luz eléctrica, y lo traían todo del pueblo, en una caballería. Mi padre puso una tienda y se la alquiló a un señor del pueblo para que le gente estuviera abastecida.
Nosotros éramos ‘los señoritos’ para la gente del pueblo. Los chavales nos tenían una manía terrible: ‘ya están los señoritos a quitarnos el aire’ y más de una vez te llevabas una pedrada. También estaba el miedo a los enfermos del pecho…
P. de M.: Los tuberculosos. En el Dominguillo, ¿llegó a haber un hospital?
A. G.: Había un político, Martínez Anido, que fue Ministro de la Gobernación durante la dictadura de Primo de Rivera, que quiso poner un hospital allí para niños. Pero se opuso el pueblo. La tuberculosis era una enfermedad terrible.
P. de M.: Y la Resinera, ¿qué recuerdas de la Unión Resinera?
A. G.: Se sacaba la resina con un recle, una especie de palo acabado en forma de guadaña que abría una brecha en el pino, sacando un trozo, al viruta. Así el pino iba poco a poco sangrando recogiéndose en tiestos la resina. Había mucha miseria. Los obreros en verano vivían en chozas y se alimentaban con pan y tocino. Rara vez se mataba una oveja
.
P. de M.: ¿Eran todos naveros. Y trabajaban de todas la edades. Desde niños?
A. G.: Todos naveros. Metían las resinas en latas y las llevaban a unas barricas. Era un trabajo tremendo. Siempre manchados de negro por la resina. Venían carretas de bueyes y recogían al resina para llevarla a la Resinera. De allí se sacaba la colofonia que se exportaba a Francia y con ella se hacían cosméticos y productos industriales, entre ellos el aguarrás. También había industria de la madera, pero con los árboles que iban quedando viejos.
P. de M.: ¿Era muy distinta la vegetación de lo que es ahora? ¿Había pinos?
A.G.: Muchísimos más. A veces tenías que abrirte camino con las manos de espeso que era el bosque.
Además de pinos había muchos helechos, que se empleaban para guardar quesos y mantequilla. Había cantidad de flores silvestres. Imagina, junto con la jara, qué olor maravilloso. Lagartos, lagartijas, muchos conejos y ardillas. Se ponía una hilera de hombres con conejos en la estación para vendérselos a los viajeros.
P. de M.: ¿Y la ganadería?
A. G.: Aparte de las vacas, con lo que empieza Las Navas es con cabras. Pero al hacer la Resinera repoblaciones forestales va desapareciendo el ganado caprino, bueno no del todo, quedan algunos núcleos. La cabra destrozaba el pinar y se comía la retama por lo que se transforma en una ganadería de ovejas.
P. de M.: ¿Cómo era el pueblo antes de la guerra del 36-39?
A. G.: Mucha relación no teníamos. Subíamos algún día a la fiesta del Cristo. Había bastante miseria
.
P. de M.: ¿Había cine en Las Navas?
A. G.: Había cine mudo. Yo iba más al baile. Estaba penadísimo por la Santa Madre Iglesia y cuando ibas tenías que confesarte. El pueblo era como todos muy retrógrado
desde el punto de vista religioso y el cura insistía en que el baile era malo, aunque la gente no le hacía mucho caso.
P. de M.: Los señoritos también contribuían a dar vida al pueblo, ¿no?
A. G.: Recuerdo a un señor que se llamaba Paco Segovia, que tenía negocios en Madrid. Aquí hizo algunas mejoras: hizo una casa que llamaban la casa de los pobres APRA que tuvieran los ancianos un asilo, pero no se llegó a utilizar, la gente aquí no quería el plan de meterse en un asilo.
P. de M.: ¿La gente del pueblo participaba en vuestras fiestas?
A. G.: No mucho. Había clases sociales. Las criadas a un lado, los señoritos a otro. Primo de Rivera, José Antonio o un hermano, que acampaban en el Valladar se acercaban alguna vez por aquí.
P. de M.: ¿Y la Ciudad Ducal?, ¿qué me cuentas de ella?
A. G.: La Ciudad ducal nace en la inmediata posguerra con señores de determinada posición política que viene a construirse aquí su hotel. Gente como D. Pedro González Bueno
P. de M.: Ministro de la Gobernación con Franco.
A. G.: estábamos un poco desligados de la Ciudad Ducal porque era una élite; eso sí que era una élite
.
P. de M.: Eran más élite que vosotros…
A. G.: ¡Uy, muchísimo más! Eran un mundo aparte. No querían saber nada. Alguna vez una recomendación. Cuando el Caudillo viene aquí a inaugurar el Castillo de Magalia para el Servicio Social va a tomar té a casa de González Bueno.
P. de M.: ¿Y qué pasó en Las Navas en la Guerra Civil?
A. G.: Mi padre construye el Hotel del Carmen. ¡Y lo inaugura el 18 de julio de 1936! Te puedes imaginar que inauguración fue aquella. Se llenó de milicianos. Había un señor, Ibáñez Serrador, un poco sospechoso, que venía de Valladolid a dejar la familia aquí. Se declara el Movimiento y nos dice quién era: un capitán general de Canarias que necesitaba una documentación falsa para irse y hacerse cargo de las Fuerzas de Avila. Se fue y al volver para acá se encuentra con la columna del General Mangada, que iba a Navalperal.
P. de M.: Mangada, ¿era republicano?
A. G.: Sí, y ya no entra. Aquí nos quedamos aislados.
P. de M.: Políticamente, ¿cómo eran Las Navas?
A. G.: Estaban divididos en dos bandos. Por un lado, los socialistas. Largo Caballero etnía mucha gente en Navalperal.
Y luego, los caciques del pueblo, que eran la derecha. Las represalias aquí vinieron por la gente de fuera, no de los del pueblo, para no involucrarse. En el frontispicio de la iglesia están todavía sus nombres: caídos por Dios y por España.
Los empleados de casa (teníamos ya el matadero) cogieron enseguida el fusil y se pusieron a las órdenes de las milicias socialistas.
Nos pudieron pegar dos tiros pero no lo hicieron. Teníamos mucha relación con ellos: jugábamos e íbamos juntos a cazar conejos.

Texto: Pilar de Miguel Moreno


(Entrevista aparecida en la revista ‘Caminar conociendo’ en las páginas 23, 24 y 25 del nº 2 de julio de 1993)

miércoles, 17 de enero de 2007

Jacinto Herrero Esteban: La CULEBRA y la LECHE

LA CULEBRA Y LA LECHE

Por Jacinto Herrero Esteban

Hace ya años que anduve por Muñotello, aldea cercana a Avila, tratando de hacer mi primer trabajo lingüístico y, al amor de la lumbre, espumando una sartén de leche de cabra recién ordeñada, oí una leyenda popular que explicaba el origen del pueblo (técnicamente hablando, una narración etiológica) La viejecita iba quitando la espuma blanca de la sartén colmada de leche. Nunca había visto algo igual, aunque nacido y criado en un pueblo, porque la leche en el mío se cocía en una perola y se retiraba del fuego cuando subía para luego aprovechar la nata amarillenta y mantecosa.
Fijos los ojos en la espumadera, miraba los movimientos lentos de mi huésped y su voz aclaraba el misterio del nacimiento del pueblo. Porque Muñotello no estaba aquí, sino un poco más arriba en la ladera, al resguardo del cierzo, en la solana. Y es que una vez invitaron a todos los vecinos a una boda, creo que era una boda, que usted en esto no me haga caso, pero, eso si, estaban invitados, o sea, que comerían juntos, ¿me comprende?
-Acérqueme ese dornajo para echar esta espuma. Eso es.
-Bueno, le decía que compraron vino para la comida y traían la cántara sobre la cabeza -¿me comprende?- y ávate que un águila culebrera iba volando por encima del muchacho que traía la cántara de vino, y la culebra, que había cazado el águila, se defendía, claro, y quería hincarle el diente, pero el águila culebrera la apretaba y la apretaba…
-¡Cuidado, que se va a derramar la leche!
-No creas, hijo, que esto es cosa de cada día.
Decía… pues así es que el águila apretaba a la culebra y la culebra soltó el veneno y mire por cuanto acertó a caer en la cántara de vino. Así es que los invitados bebían un vino envenenado.
-¿Y qué pudo pasar?
-Pudo pasar y pasó que no todos bebieron, pero los que bebieron, al rayar el sol, estaban muertos. De modo y manera que la boda se volvió duelo, como usted me oye; que así fue. Pero como nadie sabía lo del águila, que cómo lo iban a saber, pues corrió la voz de que eran las aguas. Así que se vinieron a vivir más abajo, aquí en medio del valle, que ya ve usted que esto es más húmedo, que más sano sería estar en la ladera, creo yo. Y así fue como Muñotello está aquí cerca del agua y entre estas piedras y estos árboles que dan mucho frescor en verano. Y a mi me gusta, ya le digo, a lo mejor porque me he criado aquí y sé defenderme del frío en el invierno, que en verano buen sitio es este para las cabras y para los hombres también. Y ahora con la carretera la capital está más cerca.
Pero la historia no termina aquí. Ya dije arriba que esto parece una leyenda etiológica. Lo que sucede es que, andando el tiempo, vine a poner los ojos en Sendebar, un libro de cuentos que vino de la India a través de los árabes y que el infante don Fadrique mandó traducir allá por 1253; y allí estaba, en el Sendebar, el cuento de Muñotello con este título: Ejemplo del home e los que convidó, e de la manceba que envió por la leche, e de la culebra que cayó la ponzoña. Poco cambiaba de lo que había oído en Muñotello: la cántara era de leche y no de vino; el águila culebrera eras un milano, y no bebieron todos sino unos pocos invitados. Así que este era un caso curioso de transmisión oral, de padres a hijos; una historia que llega desde el siglo XIII hasta la viejecita que espumaba leche en su sartén al amor de la lumbre. Nada etiológico por cierto, sino un caso de supervivencia del Sendebar, por otro nombre Libro de los engaños e los asayamientos de las mujeres.

(APARECIDO EN LA REVISTA DE LA JUNTA DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS (AVILA) ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2 PÁGINA 27)

martes, 16 de enero de 2007

Antonio Escudero: Cuando los Hebreos fundaron las Navas del Marqués

Por Antonio Escudero Ríos

El 15 del mes de Shevat, según el calendario hebreo, que corresponde al día 6 de febrero, es el Año Nuevo del Árbol para el pueblo judío. Pues bien, por la tarde y en compañía de mis amigos Pilar de Miguel, de Daniel -su inteligente y joven hijo- y del bibliotecario José Mª Amigo, como niños diligentes y animosos, nos dedicamos a plantar árboles, varios cipreses esbeltos en esta tierra de Las Navas del Marqués. Dicha villa fue fundada por los 'Hebreos de Nobucodonosor', como nos dice (suponemos que por dar gusto al imaginario ilustrado de cualquier época), el maestro Méndez Silva.
El paisaje nos devolvía el eco de los ladridos de nuestros perros -'Judas', 'Lasie', 'Nora' y el pequeño 'Gali'-, que, gozándose también en la fiesta corrían a nuestro alrededor como escolares en recreo.
Es tradicional en Israel plantar árboles, para que todos, y de manera especial los niños, aprendan a amarlos. ¿Sabéis lo que dijo Dante?... Pues dijo algo así como que, 'el que planta un árbol no ha vivido inútilmente'.
El 15 de Shevat los niños marchan por los valles y colinas de Israel, bailando, cantando y plantando árboles. Cada año se celebra esta fiesta con mayor brillantez.
El pueblo hebreo tuvo siempre un amor profundo por la naturaleza. El árbol fue considerado como el símbolo del saber y de la vida. La utilidad de éste fue tan importante que el Talmud nos advierte: 'El sol y la luna son dañados debido a loa que abaten árboles buenos'.
El hombre, asimismo, es comparado con un árbol, y cuando el hebreo no era todavía un pueblo y no tenía suelo, Moisés ordenó a los adelantados, que iban a explorar la naturaleza de la Tierra Prometida, lo siguiente: 'Y ved si hay allí árboles o no'.
Hasta con los mismos árboles tuvo atención la Ley judía diciendo, que caundo los hebreos hicieran la guerra en tierra de sus enemigos, no corten ni dañen los árboles fructíferos. Los judíos son el único pueblo en el mundo que tiene leyes específicas sobre todo lo que se refiere a los injertos entre un árbol y otro. Está prohibida la mezcla que lesione la belleza, pureza y originalidad del árbol.
El Talmud narra que los judíos olvidaron en la Diáspora qué día del mes de Shevat se celebra el Año Nuevo de los Árboles. Hubo una discusión entre las dos grandes escuelas de Shamai y de Hillel. La primera sostenía que se debía celebrar el primera de Shevat y la segunda el 15 del mismo mes. Y así quedó.
El Año Nuevo del Árbol es una festividad menor, pero alegre y muy popular; y las frutas de Israel acercan al judío de la Diáspora a la Tierra Santa, ofreciéndole esperanza y dicha.
Miro a los amigos, a los árboles, a los perros, a las rocas; contemplo el encanto infinito del paisaje y un dulce gozo me invade; gozo a rachas entenebrecido por los recuerdos apasionados que tengo de mi lindo perrito 'Dan' -qué bonito nombre, ¿verdad?- que duerme el sueño eterno, cerca de aquí, en una verde ladera, en esta tierra de las altas maravillas de Castilla y que no volverá a correr entre las jaras y pinos. Y a quien nosotros, 'los Hiperbóreos', dedicamos estos versos en emocionado homenaje:
Dan, el de los ojos tiernos,
ligero en andar,
raudo en escapar.

Aquel cachorrillo,
tan despierto,
bajo el alto pino durmiendo.

¡Qué le importa a la noche
un ladrido menos!
¡Qué le importa a la noche
tu vivo silencio!

¡Qué le importa a la noche
tu negro aguejro!
¡Qué le importa a la noche
si duermo o si velo!

Concrodia de todos y para todos. Y la bondad que jamás prescribe. ¡Shalom!

Antonio José Escudero Ríos
Las Navas del Marqués (Ávila) Barrio de la Estación, 6 de febrero de 1993 / 15 de Shevat de 5753

EN LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', Nº 2, PÁGS. 29 y 30

jueves, 11 de enero de 2007

Arturo Martínez: ESTAMPA POPULAR DE MADRID y su TIEMPO



ESTAMPA POPUILAR DE MADRID Y SU TIEMPO
Por Arturo Martínez (*)
Entre los frentes de lucha que se manifestaron contra el franquismo a finales de la década de los años 50 y mitad de los 60, se encuentra un colectivo de artistas grabadores que se formó con el nombre de ESTAMPA POPULAR DE MADRID.Es preciso al hablar de Estampa Popular, hacerlo con la medida que requiere el caso, no solo por la importancia que tuvo el colectivo de grabadores, al propiciar, con su producción de estampas, un renacer del grabado al final de los 50; sino también, por la intencionalidad expresiva en el contenido de sus obras.Fueron los años, que corresponden a la mitad del siglo, tiempos conflictivos para la mayor parte de los españoles que, en sus diferentes estratos sociales, trataban: unos, de defender derechos laborales y de libertad; otros, de conformar culturalmente una postura acorde con una ideología que no se reconocía por el régimen franquista. Pese al muro que representaba la dictadura, el malestar se generalizó en todos los sectores culturales, creándose un panorama de soterrada conflictividad en el mundo del arte y de las letras, que se reflejó en los enfrentamientos estudiantiles de 1956-57; la presencia de grupos culturales, y su actividad incansable en diferentes campos, dieron como resultado la creación de un frente común contra la represión del franquismo. En el terreno literario no hay que olvidar nombres como: J. Goytisolo, A. Ferres, J. L. Pacheco o A. López Salinas, quienes, entre otros, cultivaron una literatura de denuncia esencialmente realista. No fue tampoco casualidad que en la producción cinematográfica entraran en escena figuras como J. A. Bardem o Berlanga, que, con sus obras, pusieron de manifiesto las grandes posibilidades que tenía el cine español, aportando contenidos de gran interés, sin eludir los problemas de contenido social, acabando con las realizaciones cinematográficas que, hasta entonces, el régimen había fomentado: un cine socialmente falso, intelectualmente vacío y políticamente ineficaz.Es digno de reseñar la importante labor que, en esta línea de concienciación, supuso la obra de poetas como Celaya, Blas de Otero, Miguel Hernández, Machado y otros; cuya repercusión, a partir de los años 60, fue en aumento gracias a un buen número de cantautores que popularizaron las letras de los poetas mencionados y otros anónimos; contribuyendo, en esta parcela musical, a desvelar otro foco de protesta en las voces de Raimon y Paco Ibáñez, entre otros. En el campo escénico, hubo una figura muy representativa del momento, el dramaturgo Buero Vallejo que, por esos años, pudo estrenar una serie de obras de hondo poso poético y social.En el terreno de las artes plásticas, y en este ambiente de lucha y confusión, los movimientos culturales estaban claramente definidos: por un lado, la protección oficial a determinadas tendencias artísticas de interés para el régimen; y por otro, el grito colectivo de la cultura de la oposición, grito en favor de la libertad y la justicia, en el que se encontraban los pintores practicantes de un realismo social.En este escenario político-cultural nació el grupo de artistas grabadores, con el nombre de Estampa Popular, inaugurando su primera exposición en la Sala Abril de Madrid, integrada por los grabadores: Clavo, Garrido, Zamorano, Ortiz Valiente, Palacio Tardez, A. Valdivieso y D. Papageorgiu. Fue, esta muestra colectiva en el mundo del arte, un exponente claro en la intención que, en el futuro, iba a mantener el colectivo: hacer dentro del Realismo y Expresionismo social, un arte de fácil lectura, que fuera legible a un público mayoritario, un arte de urgencia, que llegara a núcleos sociales del mundo del trabajo que, por diferentes avatares históricos, siempre se marginan. Los artistas de Estampa Popular alcanzaron su definición a través de una insistente y significativa temática, el asunto se encarnó de tal suerte en la obra, que el resultado fue la identificación perfecta del autor con su propio tema, que aludía, directamente, a la exaltación del trabajo, del trabajador y sus problemas como fuerza social; sin caer en lo sórdido sin mas, la obra, de cada artista, tenía que ser portadora de un contenido de significación vital en el entorno en el que se desarrollaba al vida social del hombre. Asimismo, tuvo, cada uno, su particular fuente de información para la elección y realización de sus temas; pero de ninguna manera esto constituyó una especialización individual, pues alguno de los grabadores trataron, instintivamente, diversos motivos dentro del marco y la intención que caracterizó la obra de Estampa Popular. El contenido o anécdotas de las estampas queda justificado, por el sentido y la misión que se propuso cumplir este grupo: la denuncia a través de la obra gráfica de la injusticia y la explotación de un sector del pueblo. Naturalmente, con estos presupuestos queda clara la politización del colectivo.Era importante que la obra tuviera la mayor divulgación posible: en este sentido, el grabado cumplía perfectamente con la multiplicación de la obra, facilitando a la vez, su abaratamiento en al comercialización de las estampas.Estampa Popular trató de llegar al pueblo con sus grabados, en un momento en que el arte seguía unos caminos que desbordaban el entendimiento popular, y que fueron trazados, por una minorías con intereses, por un lado, políticos; y por otro, tendentes a hacer de la cultura patrimonio exclusivo de determinados sectores sociales. Es preciso constatar que, por este tiempo, abstractos e informalistas de ‘El Paso’ estaban alcanzando la cima de su reconocimiento, acaparando galerías y críticas, dentro y fuera de España; apoyados, en todo momento, por el régimen de la dictadura que descubrió, con el asentimiento de los voceros ministeriales, la manera de ofrecer, de cara al exterior, un arte totalmente alejado de la realidad de nuestro país, un arte vacío de contenido, en el que podían estimarse valores plásticos, exclusivamente al alcance de élites especializadas.A partir de 1962 el colectivo se enriqueció con la incorporación de nuevos grabadores, constituyéndose, el conjunto madrileño, con un total de 16 artistas; surgieron nuevos grupos en distintas regiones de nuestro país: Barcelona, Bilbao, Sevilla, Córdoba, etc… que permitieron la realización, en varias ocasiones, de grandes exposiciones a nivel nacional. El crecimiento y la extensión de este gran colectivo, motivaron la preocupación de las autoridades gubernamentales, quienes, en diferentes ocasiones, se personaron en las muestras prohibiendo actos que se programaban con motivo de la inauguración de las mismas.Es preciso reseñar aquí que el principal animador y creador de Estampa Popular fue el artista J. G. Ortega, apoyado muy de cerca por Ricardo Zamorano; y con la colaboración general de todos se logró que el grupo tuviera resonancia internacional.Fue muy dura la batalla que libró el conjunto de artistas grabadores por mantenerse firmes en su quehacer artístico, terminando su vida activa con la exposición que, en 1981, se celebró en la sala de arte de la Casa de Campo en Madrid. Es necesario decir que, desde su nacimiento hasta su desaparición, no contó, en ningún momento, con apoyo oficial alguno; nadie se lamentó de ello, porque, entre sus componentes, fue siempre más fuerte la idea de hacer un arte libre de compromisos oficiales; manifestando, con la mayor honradez, a través de sus estampas, la crítica y la denuncia de una sociedad injusta y represiva.Pese al olvido oficial, que, desde entonces, se ha venido arrastrando, de este colectivo, el ‘no querer’, por parte de los responsables artísticos oficiales, ojear el pasado, no ha sido motivo para que el grupo de Estampa Popular tenga su espacio artístico en la historia del realismo español, figurando en las bibliografías de arte más importantes de nuestro país.


(*) Arturo Martínez que es doctor en Bellas Artes fue miembro de Estampa Popular


TOMADO DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' PÁGINAS 31, 32 y 33 DEL Nº 2 JUNIO DE 1993

Serafín de Tapia: Un Tesoro del Tiempo de los Moros

UN TESORO DEL TIEMPO DE LOS MOROS

Por Serafín de Tapia


En los pueblos de Castilla, cuando a ciertas ruinas o parajes del lugar se les quiere atribuir un remoto origen, no exento de una pizca de misterio o de fantasía, siempre se dice que es 'del tiempo de los moros' a pesar de que en nuestro país haya habido, a lo largo de los siglos, otros muchos tiempos, como el de los romanos, como el de los visigodos, etc. Sin duda la civilización árabe es la civilización extraeuropea que más fuertemente ha impresionado a nuestro pueblo.

Había visto yo en la hoja 530 (Vadillo de la Sierra) del Mapa Topográfico Nacional, escala 1:50.000, un microtopónimo que me llamó la atención: ‘El tesoro’; estaba en las estribaciones de la Sierra de Gredos, término de Narros del Puerto, a unos 30 kms. de Avila, camino del Puerto de Menga. Una tarde de domingo de ese invierno me acerqué por allí y en el bar –el único lugar donde vi gente- me dijeron que no sabían por qué se llamaba así aquel lugar, pero que debía ser ‘por algún tesoro del tiempo de los moros’. Hasta ahí llegaba su información y su fantasía.

Mientras volvía a la ciudad reflexionaba sobre mi dificultad para fantasear sobre el asunto, a causa de que yo sí conocía el origen de aquella denominación. También pensaba en el contraste entre la fecunda imaginación que tenían los castellanos de principios del siglo XII y lo difícil que hoy nos resulta a los adultos ser ensoñadores.

Ya en casa, repasé mis notas y ficheros. Corría el año 1611 y España vivía convulsionada por la expulsión de los moriscos, aquellos 300.000 mil españoles de cultura musulmana cuya integración en la mayoría cristiano-vieja había resultado fallida. Aunque la marcha había comenzado en septiembre de 1609, todavía quedaban algunos por salir del reino, entre ellos la mitad de los de Ávila, precisamente los más ricos e integrados. Como los bandos de expulsión prohibían sacar del reino oro, plata, y joyas pronto se extendió la opinión de que los moriscos –considerados por el pueblo como muy laboriosos y avaros- estaban enterrando en lugares secretos sus tesoros. Aunque la inventiva y credulidad popular estaba mucho mejor nutrida que las faltriqueras de los expulsados, no faltaron casos en que algo debió de haber, si bien la mayoría de los tesorillos encontrados a lo largo de las siguientes décadas procedían de yacimientos prehistóricos. Por supuesto, la opinión pública siempre los atribuía a los moros y de ello se encuentran ecos en la literatura de la época.

Cervantes escribió en 1615 cómo el morisco Ricote había regresado disfrazado de peregrino alemán, a recoger los escudos que él mismo había enterrado en su pueblo manchego. Por su parte Lope de Vega, que precisamente ese mismo año estuvo en Ávila algunos días del mes de julio, escribió a las pocas semanas El ramillete de Madrid, donde dice:


Los moros de la expulsión
Dicen que en España dejan
Gran número de doblones;
Porque no los corazones,
Sino los cuerpos alejan;
Y pensando que algún día
Los podrán volver a ver,
Más los quieren esconder,
Que perderlos.


(Acto II, escena 14 B.A.E., t. IV, p.512, b)

No cabe duda de que estos versos estarían influidos por los comentarios que en Ávila suscitaría el pleito que acababa de desarrollarse entre Diego Dávila, señor de Navamorcuende y dueño de la dehesa de Narros del Puerto, y ciertos vecinos del lugar acusados, por aquel, de que en mayo de 1611 ‘do diçen la Manga, camino de Muñotello, sacaron un gran tesoro e se lo tiene oculto entre ellos’. El noble sostiene que el tesoro le pertenece por haberse encontrado en su propiedad.

Aunque en ningún momento se dice que el tesoro hubiese sido enterrado por algún morisco –ello supondría que la beneficiada sería la Real Hacienda- las diversas comparecencias del proceso permiten captar fácilmente que demandante y demandados han actuados influidos por la fiebre de los buscadores de tesoros moriscos; en efecto, un testigo afirma que aquellas tierras han estado arrendadas, muchos años, a un rico morisco de la ciudad –Gabriel de León- y que otro morisco zahorí había indicado a los cavadores que en determinado lugar ‘avía destar un torillo de piedra y entre él y un coto avía de aver un gran tesoro’. Teniendo en cuenta esta alusión a un torillo de piedra (un probable berraco vetón) y que el lugar no está muy lejos del Castro de Ulaca, lo más seguro es que hubieran desterrado restos celtas. Así es descrito lo que encuentra: ‘un jarrillo colorado… una garrafa de vidrio que haría como qaurtillo e medio… que tendría la boca que se cabría un dedo;… e queriéndola sacar entera se quebró y estava llena de tierra y de las cabaduras salían algunos clavos moosos de hierro… e dos pedazos a modo de zerçillos… e procurando saber de qué hera le pareció ques de bronce o metal’.

Y lamentablemente eso fue todo. Según el expediente conservado en la sección ‘Audiencia’ del Archivo Histórico Provincial de Ávila no hubo tal tesoro. No queda más remedio que reconocer que, con frecuencia, las aportaciones de las investigaciones históricas frustran las posibilidades de levantar sugerentes fabulaciones de pretendida fundamentación en hechos del pasado.

Sin embargo, ¿quién está seguro de que los labriegos de Narros, tanto procesados como testigos, no urdieron una perfecta confabulación para engañar al juez y al avaricioso señor de Navamorcuende? Al fin y al cabo los dos moriscos que sucesivamente habían arrendado aquellas tierras en los últimos 30 años eran bastante acaudalados: Gabriel de León, cuya fortuna se calculaba en 2.500 ducados, era un mercader que comerciaba activamente con Valencia, Sevilla y Córdoba. Le sucedió en el arriendo Vicente Avancique, también mercader, quien en 1596 había sido incluido por el Ayuntamiento de Ávila entre los 9 vecinos más ricos de la ciudad.

Según voy escribiendo estas líneas cobra cada vez más fuerza la sospecha de que los campesinos a los que me dirigí un domingo de ese invierno sabían –o imaginaban saber- más de lo que me dijeron.

(*) Serafín de Tapia es doctor en Historia


DE LAS PÁGINAS 34 y 35 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO, Nº 2. JUNIO DE 1993

martes, 9 de enero de 2007

Carlos del Valle: EL MOSTRADOR DE LOS TURBADOS (*)


EL MOSTRADOR DE LOS TURBADOS (*)

Por Carlos del Valle

Lejana está ya aquella tarde, cuando en un rincón silencioso y callado de la Biblioteca Nacional, palpaba entre mis manos trémulas aquel viejo manuscrito, curtido en generaciones y centurias, y, lleno de gozo, recreaba mis ojos en la bella escritura gótica tardía, a doble columna, y me deleitaba en las filigranas, a colores, de las primeras páginas. Qué inmenso privilegio, pensaba, tener ante mi aquella preciada joya literaria. El Mostrador de los Turbados, de R. Moisés de Egipto el cordobés, o, como él mismo se llamaba, Moisés, hijo de Maimón, el español (1138-1204), en la primera traducción castellana realizada con esmero y competencia, en un paciente trabajo de varios decenios, por Pedro de Toledo. Cierto que desde Pedro de Toledo, ‘El Enseñador de los Turbados’ al que ahora llamamos generalmente ‘La Guía de Perplejos’, ha sido traducida en la mayor parte de las lenguas cultas y al castellano se cuentan ya dos traducciones más completas y otras dos parciales. Pero la traducció0n de Pedro de Toledo tiene un encanto que no tienen ni tendrán las otras. Aparte del recio castellano viejo y rancio, inimitable e inigualable, Pedro de Toledo vivía en un medio donde aquellos conceptos filosóficos y divinos eran habituales y de ahí el dominio que muestra en su versión castellana.
Así, ahora, se comprenderá la grata sorpresa cuando tuve noticia de que por fin la vieja versión castellana del Mostrador había sido publicada en edición facsímil por Antonio J. Escudero Ríos. El gozo fue inmenso cuando logré tener un ejemplar de la obra, en su grandioso formato original y rememoré aquella emoción primera. Después conocí al editor y entendí cómo se había realizado aquella hazaña, por una especie de fervor que arde en el interior de Antonio J. Escudero, que le religa a su tierra extremeña, en donde hizo la versión Pedro de Toledo.
En la Biblioteca Nacional, en otras muchas bibliotecas, existen tantísimos otros manuscritos, con obras preciosas y preciadas, se apilan en anaqueles polvorientos ediciones raras de libros, todos casi inaccesibles o de muy difícil acceso, que están esperando esa acción redentora de un nuevo editor, de ese mismo cariño como el que ha tenido Antonio J. Escudero Ríos con el Mostrador de los Turbados de Moisés ben Maimón, el español, (el llamado por los cristianos Maimónides)
Seguro que continuará existiendo hoy más de un turbado, de un dubitante, indeciso, zozobrante, perplejo, entre lo que dice la ciencia y manifiesta la razón y lo que predica la religión. A los tales les vendrá de provecho releer con atención lo que Maimónides le decía a finales del siglo XII a sus titubeantes contemporáneos, en esta vieja versión castellana de La Guía de los Perplejos. Maimónides. Edición Facsímil de Antonio J. Escudero Rías (Madrid, 1990)

(*) El autor hace referencia a la ‘Guía de Perplejos’, libro del insigne médico cordobés Maimónides y a la versión romanzada de Pedro de Toledo que, en edición facsímil, ha publicado nuestro entrañable amigo Antonio Escudero, con la que, en su opinión, ha puesto sólo un granito de recuerdo ante el enorme legado cultural de los judíos españoles, y, de paso, rememorar y condenar su injusta expulsión de España. Desde esta página, nosotros también recordadmos y abominamos de aquella obligada diáspora, sin olvidar y por ende condenar, exilios o expulsiones, que otros pueblos. En el pasado o en el presente, sufrieron o sufren.

APARECIDO EN LA PÁGINA 36 DE ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2

Aurelio del Portillo: UNA ESTACIÓN ENTRE NUBES


Una estación entre nubes
Por Aurelio del Portillo

Parece una calle grande, la calle mayor de una ciudad irreal, de cine, de ésas que visitamos en ocasiones especiales cuando la imaginación concibe las ciudades y las calles sólo para la magia. No tiene adoquines ni asfaltos, casi ni suelo. Está hecha de hierro, madera, piedras pequeñas blancas y afiladas, y tiempo… Quizás no mucho tiempo… (Allá cada cual con su valoración y medida de ese Dios contra el que los hombres pintan, fotografían y escriben)
Es una extraña avenida por la que no se pasea. Sólo tiene aceras para parar o partir. O para estar y soñar. A un lado y a otro su rotunda simetría dibuja distancias. Pensamos, con mucha curiosidad, en qué hará detrás de la curva donde las montañas se tragan las vías del tren. Y soñando vamos siguiendo con el pensamiento esa doble línea, paralelas que se unirán en el infinito (según la física) y sentimos vértigo. A veces despertamos del sueño porque ese infinito puede parecerse demasiado a la muerte.
Por esa calle mineral, tallada entre bosque, transitan los trenes, la imaginación y el aire. Un aire puro que nos alimenta, acaricia e invoca: respirar hondo, vivir aquí y ahora, permanecer, ser uno más (lectores, escritores, comerciantes, ganaderos, vecinos…) habitantes de nuestro propio sueño, personajes y paisajes en un mismo decorado, espectadores y actores, aunque solo sea a ratos y no nos demos cuenta de ello.
Las estaciones son unos escenarios excelentes para rodar películas o reportajes. Eso lo sabemos bien quienes dejamos gran parte de nuestra energía en ese empeño. Cualquier encuentro, situación, acción o diálogo cobra aquí aspecto de ficción, se carga de magia en sus entrañas. No sabría explicar por qué, pero lo siento. En esa memoria fantástica que se construyó en cada uno de nosotros viendo películas, y que muchos intentamos hacer crecer ávidamente, hay cientos de estaciones de ferrocarril. Ya hace casi un siglo de aquella ‘llegada del tren’ con la que los hermanos Lumière iniciaron la alucinación colectiva del cinematógrafo. Aquello fue, de alguna manera, el primer sortilegio que embrujó para siempre los trenes y las estaciones.
Yo creo que todas las estaciones (llegar, estar, partir, soñar) son un pequeño mundo y junta a ellas gira un pequeño universo. En ‘Las Navas’ yo he tenido la fortuna de conocer algunas ‘estrellas. Las del cielo limpio de sus noches y las que protagonizan el barrio-universo de la estación. ‘Las Navas del Marqués’… Parece el título de un relato. ¿No e cierto? Y ahí está, escrito en los muros y en carteles luminosos que permanecen encendidos por las noches para que los que pasan sepan del lugar al menos de su nombre. Muchos pasan de largo. Otros cruzamos las vías.
A veces imagino que cruzar las vías del tren es transgredir una ley, violar un código especial, ser insumiso y andar a contracorriente. Porque, asumiendo los riesgos que supone, cortamos con nuestros pasos una línea rotunda y poderosa, la tachamos, ignoramos las distancias que representa y reivindicamos así que preferimos ese lugar, que nos quedamos aquí, que serán otros los que sigan la dirección que imponen los raíles. Voy de la Cantina al Martinón y del Martinón a la Cantina. (La titánica percusión metálica de los trenes como música de fondo) Dejo pasar el tiempo, con vino y con amigos.
La estación de ‘Las Navas’ está muy alta, sobre las montañas. Algún día el cielo se queda dormido en los valles. La luz es entonces muy blanca y el aire casi agua. El paisaje se convierte en humo, desaparece. Aquel día parecía que flotábamos en el vacío. Estaba con Lola y con Antonio y así, sobre nubes, paseamos hasta la Cantina (claro está cruzando las vías. El sol fue calentando, como es su obligación, y mientras bebíamos y bebíamos el vino del mediodía, las nubes treparon entre los pinos y se acurrucaron junto a nosotros. Niebla y silencio. Así era el mundo que encontrábamos, pasando un largo rato, al salir del bar. Me quedé hipnotizado por la imagen de las vías hundiéndose en la nada y me detuve en el centro, sin cruzar del todo. Lola y Antonio se alejaban hacia la casa y estuve unos minutos solo. Pero poco después algo surgió del silencio: un crujido de pasos, en la grava que sujeta los raíles, se acercaba poco a poco. Nada veía. Confieso que la fantasía ocupó, una vez más, el lugar de la razón. La imaginación dibujaba personajes en fracciones de segundo. En un lugar así, una estación entre nubes, cualquier aparición era posible. El sonido, rítmico y juguetón, aumentó su intensidad anunciando la proximidad del ‘hijo de la niebla’. Y le vi aparecer como en fundido encadenado (de nuevo todo parece cine) Era un muchacho, un niño que llevaba jersey de colores vivos hacía bailar adelante y atrás una bolsa de plástico de esas de la compra. Miraba hacia el suelo y, sin dejar de caminar como si su cuerpo no pesase (como andan los niños) De vez en cuando daba una patada a una piedra. Pasó ante mí, creo que sin mirarme, cruzando las vías. Una imagen cotidiana, un recado de mediodía, nada trascendente. Mientras el chico se alejaba el aire se movió disolviendo olores de leña y guisos, es decir, de hogar. En los raíles, aún entre la niebla comenzó a vibrar la titánica percusión metálica del tren. Y casi me pareció, cuando doblaba la curva, un intruso. Como una visita inesperada que por un momento deshizo la sensación de andar por casa que tanto me reconforta cuando estoy en este lugar.
¡Qué afortunados los que aquí viven! Los de toda la vida, y también los van y vienen, los que siempre vuelven, los que construyen sus casas en este espacio mágico junto a las vías del tren.
Caminé hacia la casa contento de compartir el privilegio.

Aurelio del Portillo es realizador de Televisión Española

DE LAS PÁGINAS 37 y 38 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO, Nº 2