lunes, 24 de septiembre de 2012

Pablo Neruda: Sube a nacer conmigo, hermano (*)


SUBE a nacer conmigo, hermano.


Dame la mano desde la profunda 
zona de tu dolor diseminado. 
No volverás del fondo de las rocas. 
No volverás del tiempo subterráneo. 
No volverá tu voz endurecida. 
No volverán tus ojos taladrados. 
Mírame desde el fondo de la tierra, 
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida 
vuestros viejos dolores enterrados. 
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco, 
decidme: aquí fui castigado, 
porque la joya no brilló o la tierra 
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis 
y la madera en que os crucificaron, 
encendedme los viejos pedernales, 
las viejas lámparas, los látigos pegados 
a través de los siglos en las llagas 
y las hachas de brillo ensangrentado. 
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.

A través de la tierra juntad todos 
los silenciosos labios derramados
y desde el fondo habladme toda esta larga noche 
como si yo estuviera con vosotros anclado, 
contadme todo, cadena a cadena, 
eslabón a eslabón, y paso a paso, 
afilad los cuchillos que guardasteis, 
ponedlos en mi pecho y en mi mano, 
como un río de rayos amarillos, 
como un río de tigres enterrados, 
y dejadme llorar, horas, días, años, 
edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre.
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(*) Poema no rotulado. Título nuestro. Poema del libro 'Canto general', parte titulada 'Las alturas de Macchu Picchu'

viernes, 21 de septiembre de 2012

Pablo Neruda: Lejos de aquí... India (*)

LEJOS DE AQUÍ

India, no amé tu desgarrado traje, 
tu desarmada poblaciòn de harapos. 
Por años fui con ojos que querían 
trepar los promontorios del desprecio, 
entre ciudades como cera verde, 
entre los talismanes, las pagodas 
cuya pastelería sanguinaria 
esparcía terribles aguijones. 
Vi el miserable acumulado, encima 
de otro, del sufrimiento de su hermano, 
las calles como ríos de congoja, 
las pequeñas aldeas aplastadas 
entre las gruesas uñas de las flores, 
y fui en la muchedumbre, centinela 
del tiempo, separando ennegrecidas 
cicatrices, certámenes de esclavos. 
Entré a los templos, estuco y pedrería 
hacen Jas gradas, sangre y muerte sucias, 
y los bestiales sacerdotes, ebrios 
del estupor ardiente, disputándose 
monedas revolcadas en el suelo, 
mientras, oh pequeño ser humano, 
los grandes ídolos de pies fosfòricos 
estiraban las lenguas vengativas, 
o sobre un falo de piedra escarlata 
resbalaban las flores trituradas.

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(*) De la obra 'Canto general', capítulo 'Yo soy'