lunes, 22 de enero de 2007

Julio Valdeón Baruque: LA 'INVENCIÓN' DE LA HISTORIA



LA ‘INVENCIÓN’ DE LA HISTORIA
Por Julio Valdeón Baruque(*)


Pensar sin referencia continua, permanente, a la historia, me parecería tan imposible como a un pez... vivir fuera del agua”, dijo en 1987 el conocido hispanista francés Pierre Vilar. En efecto, el ser humano es ante todo un ser en el tiempo”. Ciertamente vivir es proyectar el futuro, pero al mismo tiempo apoyarse en el pasado. De ahí la permanente relación dialéctica entre pasado, presente y futuro.La palabra historia, no obstante, tiene dos acepciones muy diferentes , pues significa tanto la sima de acontecimientos que protagoniza la humanidad como el discurso elaborado por la mente humana para relatar o explicar ese proceso. La historia, entendida en este último sentido, es una disciplina académica, que tiene su liturgia y sus oficiantes, que se plasma en textos escritos y se enseña en los centros escolares, que construyen unos especialistas, los “historiadores”, y manejan todos los ciudadanos. Y es que la historia, por su estrecha conexión con la formación social e ideológica, tanto de los individuos como de las colectividades, es susceptible de manipulación hasta límites inverosímiles. Por eso dijo en su día P. Valery que la historia era la elaboración más perversa de cuantos productos habían salido del cerebro de los hombres. La historia puede servir los propósitos de los amos, pero también de los esclavos. ¿No se ha dicho asimismo que toda clase de historia es un panfleto, de derechas o de izquierdas?


No obstante el terreno en que la historia ha prestado y presta más servicios, aunque con altos riesgos, es el relativo a la configuración de la conciencia nacional. La historia y su conocimiento son uno de los de los principales elementos de la conciencia nacional y una de las condiciones básicas para la existencia de cualquier nación”, ha dicho el historiador polaco J. Topolsky. Por su parte, el francés B. Gene ha puesto de manifiesto, con la mayor rotundidad, que no existe nación sin historia nacional”. Claro que este último postulado puede ser invertido: fabriquemos una historia nacional “ad usum” y habremos puesto los cimientos de una nación. Así se explica que después de tantos años de utilización en España de la historia como alimento de la conciencia nacional, incluso echando mano de una materia denominada Formación del espíritu nacional”, que básicamente se nutría de materiales históricos convenientemente aliñados, la llegada de la democracia y la puesta en marcha del estado de las autonomías hayan supuesto una nueva era para los historiadores-nacionalistas, por más que ahora los marcos territoriales sean simples partes de lo que hasta ayer era el todo. Pero, como advirtieron los profesores Barbero y Vigil, una cosa es la legitimidad de los pueblos de España a recabar su autonomía y otra convertir cada nacionalidad y región en unidades de destino en lo universal.


Sin embargo ahí está la realidad. Veamos lo que sucede en el ámbito de la educación. En las directrices generales elaboradas por el Ministerio de Educación a propósito de la Enseñanza Secundaria Obligatoria no se habla de historia de España, ni de conciencia nacional española, ni de ciudadanos españoles, quizá como parte de la penitencia que tenemos que pagar por los pasados excesos del nacional-catolicismo. Pero simultáneamente en las Comunidades Autónomas con competencias educativas, particularmente en algunas de ellas, se pretende instrumentalizar el área de Ciencias Sociales, Geografía e Historia al servicio de la formación de una conciencia nacional propia. Por su parte, los políticos de turno no dudan en organizar festivales histórico-patrióticos, conscientes de la rentabilidad que pueden obtener de los mismos. Desde las perspectivas nacionalistas no sólo se acude al arsenal de la historia para recoger aquellos elementos que convenga a los objetivos que se persiguen sino que, en caso necesario, se hace algo más sencillo, se “inventa” la historia.

Julio Valdeón Baruque, Valladolid 1993

__________
SUMARIO:
"DESDE LAS PERPECTIVAS NACIONALISTAS NO SÓLO SE ACUDE A LA HISTORIA PARA RECOGER LO QUE CONVENGA A SUS FINES SINO QUE, SI ES NECESARIO, SE 'INVENTA' LA HISTORIA"


(Este artículo de Julio Valdeón Baruque apareció en la revista “Caminar conociendo”, número 2, pag 7. Junio de 1993)


(*)J. Valdeón Baruque. Vallisoletano. Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Valladolid. Presidente de Ámbito Ediciones. Ha escrito La Edad Media en la Historia de España de la editorial Labor e Historia 16 y ha dirigido la Historia de Castilla y León de la editorial Ámbito, entre otros libros.

EDITORIAL: Por el camino



Por José Mª López García





La Cultura es un bosque misterioso e inacabable que se ha ido formando y transformando a lo largo de los siglos: en él hay viejas plantas y brotes recién nacidos, hermosos áboles, ignorados por frecuentes, y raros ejemplares que fueron quizás transplantados desde silenciosos claustros, desde pupitres de estudiantes, desde viejas carpetas de profesores.

Al inacabable bosque han llegado plantas que nacieron regadas por el sudor de las eras y cuidadas por las manos doloridas de empujar el arado. Aquí, en este bosque verdaderamente sagrado, está la memoria de hombres inmóviles sobre los microscospios o de aquellos que, acodados en la borda de una nave, repasan con ojos lentos y mínimos el nunca alcanzado horizonte del mar.

En la Cultura está el recuerdo de toda la risa y de todo el llanto de la humanidad, de su trabajo, de su razón y de su fantasía. Nuestra cultura se ha ido haciendo de miles, de millones de páginas a las que los hombres fueron cambiando la blancura por el indescrptible colorido de pueblos, paisajes y gentes reales o imaginarias... millones de páginas, y de palabras y de sonidos. Nuestra Cultura se ha ido haciendo tanto de los golpes rítmicos y monótonos de sombríos talleres o estridentes astilleros como con el sonar agudo de instrumentos en la danza de polvorientas romerías.

Ningún quehacer humano es pasado, todo ha dejado su semilla y su fruto en este bosque de la Cultura por el que nosotros ahora caminamos. Necesario será, pues, Caminar Conociendo. No podemos permitir que nuestro paso por la vida como el de ese pobre viajero que, encerrado en extraño artefacto y seducido por la velocidad, ignora o tolera que los sentidos se tornen inútiles para saber y disfrutar de cuanto pudiera rodearle en el camino. Tenemos que echar pie a tierra, tenemos que caminar al ritmo de nuestros ojos, de nuestro olfato... caminar palpando, oyendo y así saber, soborear, conocer.

Vamos a caminar con los cinco sentidos; como aquel, hoy viejísimo, Parménides que un día, en su primera juventud, deseó conocer las últimas causas de todas las cosas y, lleno de ánimo, se encaminó hacia el templo de la Verdad para preguntar a la Diosa por el camino de la Sabiduría. No estaba demasiado lejos, la Sabiduría reside en la quietud del propio ser y en el entorno que le configura. También en nuestro entorno hay un claro en el bosque para que podamos contemplar la belleza de la arboleda y la dirección de los caminos, hablamos de la Biblioteca; la Biblioteca es el lugar propicio para encontrarnos con la Diosa; desde allí, ella nos puede mostrar los árboles más sorprendentes que produce y cuida la humanidad: árboles del trabajo y de las fiestas, árboles del pensamiento y de la imaginación, añosos árboles del pasado y tallos verdes del futuro. Allí, en la Biblioteca, nos ofrecerá la Diosa el manso lomo de sus libros como cabalgadura que nos facilite el camino por el atrayente bosque del conocimiento. De la Biblioteca sale, también esta revista que no es mas que el testimonio de que no estamos solos en el sendero, de que somos un grupo de caminantes, no sé si grande o pequeño, pero alegremente decidido a Caminar Conociendo.


Por el Equipo Asesor:

José Mª López García


ESTE EDITORIAL, ESCRITO POR JOSÉ MARÍA LÓPEZ GARCÍA, SE HALLA EN EL Nº 2 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' EN LA PÁGINA 3

Manuel Sánchez Mariana: El primer marqués de Las Navas


El primer marqués de Las Navas y el ‘encabezamiento’ de alcabalas de 1551

Por Manuel Sánchez Mariana (*)

Don Manuel Sánchez Mariana, Jefe del Servicio de Manuscritos, Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional, hace, en su artículo, una semblanza biográfica del primer marqués de Las Navas, insertándolo en su momento histórico; es decir: en las dificultades económicas por las que atravesaba el gobierno de Carlos I después de la Guerra de las Comunidades.


Don Pedro de Ávila y Zúñiga, hijo del Conde del Risco y Señor de las Navas y Villafranca, había heredado los títulos de su padre en 1504. Hombre de confianza del Emperador Carlos V, y quizá uno de sus principales valedores en Castilla, recibió de aquel en 1533 el Marquesado de Las Navas, creado expresamente para premiar sus servicios. Por entonces era también alférez mayor perpetuo de la Ciudad de Ávila, por lo que tuvo ocasión de acoger como anfitrión en dicha ciudad al Emperador en 1534. También fue el principal organizador de las Cortes de Toledo de 1538, en plena guerra con Francia, cuando los asuntos de Castilla requerían especial atención. Don Pedro había casado 1524 con la hija del Marqués de Priego, doña María Enríquez de Córdoba, y en el mayor de los cinco hijos que hubieron quedó asegurada la sucesión del Marquesado.

La fidelidad de D. Pedro al Emperador dio lugar sin duda a que éste le nombrara Mayordomo de su hijo y heredero el príncipe Felipe, a quien acompañó en su viaje a Flandes en 1549. Su principal reconocimiento como hombre de estado tuvo lugar en 1553, en que fue designado embajador extraordinario en Inglaterra, encargándose al año siguiente de transportar, con gran aparato, la joya que el príncipe, futuro Felipe II, regalaba en su matrimonio a la reina María de Tudor. Varios ingenios de la época le señalan como destacado protector de las letras, aunque en esto no superase a su hermano, D. Luis de Ávila y Zúñiga, Maestre de la Orden de Alcántara, cronista y también hombre de confianza de Carlos V. Los principales rasgos biográficos de este personaje quedaron reflejados en el Memorial en que representa al rey nuestro señor la antigüedad, calidad y servicios de ssu casas, de don Diego Benavides y de la Cuesta y don Francisco Dávila y Corella, impreso en Madrid en 1660.

Pero el año de 1534 el Emperador debía de andar excesivamente preocupado para allegar caudales para financiar sus inacabables campañas. Por otro lado el debilitamiento del reino castellano, tras la guerra de las Comunidades, no solo no permitía conseguir allí grandes recursos, sino que antes bien aconsejaba acudir en su remedio. En las Cortes de Madrid de 1534 los procuradores de las ciudades y villas de Castilla debieron de hacer lo imposible por conseguir que el reparto de los impuestos fuera lo más equitativo posible, y el resultado de ello fue el lograr que se elaborase un censo o ‘encabezamiento’ en el constasen las rentas por cabeza en cada localidad. El documento resultante, terminado en Valladolid a 9 de abril de 1551, en un grueso volumen de más de mil páginas que existe en la Biblioteca Nacional (ms. 706) y al fin del mismo figura la firma original, como contador real, de don Pedro de Ávila, primer Marqués de las Navas.

(Luego del artículo viene fotocopia del final del documento con la firma del Marqués y una nota de la revista ‘caminar cconociendo’ que dice: “Final del censo o ‘encabezamiento’ de alcabalas terminado en Valladolid a 9 de abril de 1551, con la firma original de don Pedro de Ávila, como contador real y primer Marqués de las Navas. Manuscrito de la Biblioteca Nacional ‘ms. 706’)

(*) Manuel Sánchez Mariana, Jefe del Servicio de Manuscritos, Raros e Incunables de la Biblioteca Nacional


ESTE ESCRITO DE MANUEL SÁNCHEZ MARIANA SALIÓ EN LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2, PÁGINAS 5-6

domingo, 21 de enero de 2007

José Mª Amigo Zamorano: ENTREVISTA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO



ENTREVISTA A AGUSTIN GARCÍA CALVO









Mi relación con los amigos ecologistas o verdes es ambigua. Pienso que es más útil el ataque a lo que mata a la naturaleza que su intento de defensa

CERCA DEL TREN, DE AQUEL CAMINO DE HIERRO QUE QUIEREN HACER DE RECUERDO, PASA AGUSTÍN GARCÍA CALVO DÍAS Y ETERNIDADES, ALLÍ DONDE EL LUGAR TOMA EL NOMBRE DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, CHARLAMOS, CON EL SOLO APARENTE HILO INTEGRADOR DE LA VOZ DE AQUEL CUYA OBRA, DISPAR E INQUIETANTE, SOBREVUELA SONORA Y RITMICA A CADA PREGUNTA


Caminar conociendo: A Ud. le gusta el tren. Es un gran defensor de este medio de transporte. Pasa buenas temporadas en Las Navas. ¿Cómo ve la relación tren-Las Navas?


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las Navas ha quedado en una posición curiosa porque habían querido hacer una especie de estación ejemplar, incluida la calefacción de los andenes por energía solar. No sé en qué habrá quedado todo ello. Desde luego no es de los sitios que hayan quedado abandonados. Mi queja constante es de abandono de grandes tramos de vías por la famosa rentabilidad. Mi lucha contra el auto es lo esencial. La defensa del ferrocarril se vuelve inútil si no se entiende como una lucha frontal contra la imposición de los medios inútiles de trasporte: el auto personal en primer lugar, los camionazos y los autobuses. Una inutilidad que estos medios ya tienen de sobra demostrada (no hace falta más que asomarse al tráfico de Madrid o al de una autovía), pero que siguen imponiéndose y coartando el desarrollo de los medios útiles de trasporte: ferrocarriles urbanos, tranvías, ferrocarriles entre ciudades. Si se hubieran dejado desarrollar, habrían podido llegar, no a Las Navas, que después de todo, queda al paso, sino a cualquier rincón.

Caminar conociendo: Las Bibliotecas se están quedando vacías. Este hecho preocupa hasta a los países del ‘sol de medianoche’, con gran tradición de Bibliotecas…

AGUSTIN GARCÍA CALVO -¿Vacías de adeptos?

Caminar conociendo: De asistentes, de lectores

AGUSTIN GARCÍA CALVO -No de libros, pues la producción es enorme.


Caminar conociendo: De libros hay montones. Solo en Las Navas se reciben de 800 a 1.000 volúmenes al año, enviados por el Centro Coordinador… ¿Qué relación puede tener este hecho, con los Medios de Formación de Masas como Ud. los llama?


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Tiene una relación directa, por supuesto. Sobre todo con el imperio del que está a la cabeza de los Medios de Formación de Masas, la Televisión. Ya desde que se inventó, no servía más que para eso: para la formación de masas. Pero no hay que engañarse en esta lucha, porque muchos a los que oigo hablar de la televisión, como algo que mata la lectura y que, por lo tanto, tendrá la culpa de todo eso. No hay que olvidar que lo que mata la televisión es mucho más importante que la lectura: es la vida misma, es la ocasión de vivir. A la gente se la pone delante del televisor y lo que menos importaría es que no leyera; lo que más importa es que tampoco vive en ninguna otra manera, con la Televisión y con los Medios auxiliares que sirven para el mismo proceso de Formación de Masas. No hay que olvidar que los libros en su tiempo, sirvieron también, un poco, para lo mismo que la Televisión. La gran producción literaria estaba destinada, también, a la corrupción del pueblo y a la Formación de Masas. De manera que yo pienso que la lucha contra los Medios, contra la televisión en primer lugar, debe hacerse en nombre de la vida, y, si después con la vida viene también la curiosidad y por tanto la lectura, pues miel sobre hojuelas.
Pero el problema es más profundo.


Caminar conociendo: En Zamora se ha hecho un acto de desagravio al río Duero en el que Ud. participó. ¿Qué parte de la naturaleza de Las Navas, si es que hay alguna tan degradada, desagraviaría Ud.?


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Mi intervención en ese homenaje que organizaron poetas de Zamora, ese desagravio, fue un poco a contrapelo: fue para decir, sobre todo, que el agravio que la hacían al Duero era el decir que no se podía bañar en él. Cosa que yo demostraba que se podía hacer, aunque fuera entre las espumillas de las fábricas de quesos. Es decir, una intervención contra la Higiene y el Deporte, los dos grandes fantasmas que nos dominan.
Nada de esto tiene una aplicación directa al caso de Las Navas. Es evidente que una gran parte de la vegetación está ya hecha, impuesta de una manera artificial: tipos de pinos resineros que servían en otro tiempo y que ahora ya no sirven. Eso, probablemente, ha costado el abandono de otras formas de vida, sobre todo vegetal, que podían ser, pues no sé, más de abajo, más desde la tierra. Algo podía decirse también, de la Ganadería y su relación con otras formas de vida más salvajes. Sin embargo, mi relación con los amigos ecologistas o verdes, es ambigua y no dejo de decírselo cada vez que tengo ocasión: no hay que pretender poder hacer cosas tales como defender a la Naturaleza, salvar la Fauna o la Flora, porque eso implica creer que se sabe y que se domina la Naturaleza. Yo pienso que siempre es más útil el ataque contra lo que mata, que el intento de defensa; es decir: luchar contra la imposición de los medios de trasporte inútiles, que antes decíamos, luchar contra el atontamiento de la vida por medio de la televisión; así me parece un camino más honrado y más directo. Después, ya la tierra se encargará de hacer lo que pueda.


Caminar conociendo: Un poco al hilo de esto: los campesinos, los ganaderos, se han manifestado por las calles de las grandes ciudades; han caminado por senderos y carreteras; están inquietos por el porvenir; la leche de Las Navas, no hace mucho, era casi una leyenda; ahora apenas quedan ganaderos. ¿Cómo ve el futuro del campo?


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Estoy haciendo un trabajo, aprovechando todos estos acontecimientos que han protagonizado los campesinos, sobre todo para decir que el mal de fondo es la Planificación Nacional y ahora Planificación por el Mercado Central Europeo y cosas por el estilo: que hoy haga hacer a la gente abandonar el ganado de repente, o cambiar de este cultivo al otro o dejar los cultivos recibiendo, a veces, una compensación en dinero. Y esto es lo terrible: lo de la creencia en la Planificación, creer que, efectivamente, se puede planear. Esto implica desconfiar profundamente del ingenio de los campesinos para arreglárselas desde abajo si se les deja. Esta estupidez de la Planificación me parece que debería ser el punto de ataque de cualquier rebelión que pudiera surgir de los campesinos. Por desgracia, no van a ser sus dirigentes, ni los líderes sindicales, los que los lleven por este camino. Por el contrario, los harán perderse, como siempre, en reivindicaciones insignificantes y consabidas.


Caminar conociendo: Cambiando de tercio, como suele decirse: este número de la revista va a estar dedicado mayormente a las LEYENDAS. Al respecto, nos gustaría saber si esconden algún mensaje subliminal, si son reflejo de deseos, de aspiraciones…


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las leyendas o mitos hay que tomarlas de donde no podemos tomarlas; es decir, antes de la invención de la Escritura. Son, evidentemente, o fueron, o eran, una manera de lenguaje artístico, más o menos desarrollado, que vivía y que costituía tradiciones anteriores a la Cultura, anteriores a la Escritura. De esto quedan recuerdos más o menos vagos. Pero no hay que hacerse ilusiones; porque el mundo que nosotros vivimos, es un mundo histórico, es decir, fundado en al Escritura y donde, por tanto, las Leyendas siempre están como residuos de algo que en otro tiempo pudo haber. Son muy de estimar. Creo que pueden traer algo de la voz del pueblo, descubrimientos del pueblo precientíficos respecto a la Realidad, o a la memoria de la Realidad. Muchas de ellas, todavía, nos suenan de esa manera. Pero por desgracia, lo que a nosotros, hombres leídos y escribidos, nos toca, es intentar romper a través de esta capa de la Escritura y de la conversión de las Leyendas, en Literatura, para tratar de descubrir por debajo de lo Literario de las Leyendas algo que puede haber de más profundo en lo que la voz del pueblo hace.
A veces, algunos, yo mismo, nos dedicamos a esta labor. Pero no hay que olvidar que es la negación o rotura de la Literatura, para poder llegar a lo que pueda sonar de debajo de la Historia, y donde pueda haber un mensaje, en cierto modo, de voz del pueblo, pero de abajo.


Caminar conociendo: No me resisto a preguntarle, en relación con la Historia, su opinión sobre el artículo del yanquiniponito, que daba ya por concluida la Historia.


AGUSTIN GARCÍA CALVO -Caí en la tentación de publicar en la revista ‘Claves’, hace dos años o cerca, una crítica contra ese artículo, representativo de un Ejecutivo, de un alto Funcionario de Organismos Internacionales. Toda su gracia consistía en que representaba la voz de un alto Ejecutivo. Denunciaba yo allí, en dos palabras, que lo que él llama ‘fin de la Historia’, en realidad lo que quería decir era el triunfo de la Historia para siempre, como si en la intención de un ejecutivo, ya hubiéramos llegado a una situación donde la Política no es mas que Economía, en la que se ha dado satisfacción a ese ideal del Individuo que Ellos tienen, y que no es mas que dinero. Un individuo que es todo dinero. Donde, por tanto, ya no puede haber nada. Bajo la pretensión del ‘Fin de la Historia’, lo que ocultaba en verdad era esto: la pretensión de que la Historia hubiese triunfado. Es contra esto contra lo que, a propósito de las Leyendas, le recordaba que siempre por debajo de la Historia –que nunca está del todo bien hecha, que nunca llega a un triunfo-, quedan ecos, resonancias de algo que no era Historia y que está por debajo que es del pueblo.


Texto: José Mª Amigo Zamorano

Las Navas del Marqués (Barrio de la Estación)
7 de marzo de 1993


(ESTA ENTREVISTA REALIZADA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO POR JOSÉ Mª AMIGO ZAMORANO, DIRECTOR DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', APARECIÓ EN Nº 2 DE DICHA REVISTA -DE JUNIO DE 1993- EN LAS PÁGINAS 9-10-11)



FANNY RUBIO: Ja-Li

JA-LI
Por Fanny Rubio (*)


Todo comenzó el día en que –por primera vez en toda mi vida- Wei se olvidó de mirar hacia donde yo estaba. Jamás había ocurrido: cada que pasaba cerca de la puerta, que nos dividía, silbaba, daba con los nudillos en el picaporte y esperaba a ver reflejada al otro lado del cristal mi cabeza, inquieta al percibir su proximidad. La verdad es que, desde que tengo recuerdos callejeros, yo salía a su encuentro cuando percibía su cercanía a aquella casa, colgada de una colina de la ciudad, tras su jornada de trabajo en la fábrica que la retenía casi todo el día. Raras veces venía a buscarme al solar donde yo acostumbraba a esconder mis reservas alimenticias, artilugios para la dentadura y exquisitos huesos y cuadraditos de calcio en proporciones que ella llamaba ‘queso’, pues mi intuición recuperaba su presencia antes de escuchar la señales que de lo alto me enviaba. De una manera u de otra, casi al anochecer, echábamos a andar a las afueras de la ciudad mirando como verdaderas urracas todo lo que en el campo cercano se escondía de la urbe: nidos de águilas donde los pollos cambiaban de plumaje mientras aprendían a pronunciar ‘auc’, ‘auc’, ‘auc’ o la persecución de una lagartija trasnochadora por otro pájaro cualquiera buscapresas. Seguíamos con la vista a las migradoras camino del norte y descubríamos de entre todos los grupos a las heridas, rezagadas, a las que atraíamos con quietud y atención extremas. Ella me hablaba lentamente de los pájaros reconocidos como si fueran de su raza: el halcón, por ejemplo, tenía bajo el ojo una manchita roja símbolo de la fecundidad universal y era –según decía- la esperanza de la luz en el que vive en las tinieblas; el águila se escapaba a dos mil metros para huir de los hombres.
--Aunque le llamen altitud, es una huída- se decía muy segura.
En los últimos meses habíamos conseguido un cierto entendimiento según viniera la estación: el verano solía quedarme algún tiempo en la terraza de la casa de la colina, en donde yo poseía un reducto de consuelo y sombra cuando dejaba las peleas de mis iguales, y era entonces cuando ella me retenía ya entrada la tarde una vez liberada del estricto horario de trabajo en un lugar en el colocaba -entre cientos de compañeros y una decena de jefes- pequeñas piezas de metal dentro círculos dorados que medían el tiempo. Llegaba y permanecía horas y horas sentada en la sillita de bambú y miraba con atención hasta que yo participaba de sus proyectos de camino con alegría manifiesta y planes tendentes a descubrir nuevas aves del cielo para el día siguiente. En cambio, en invierno, yo era quien pasaba a su ámbito después de dar uno de mis paseos por las afueras de la ciudad desde donde podía contemplar la balconada de la casa de la colina y, finalmente, no había jornada que no cuajara en una reunión de, por lo menos, seis horas.
Sin embargo, aquel día en el que todo comenzó –pese a que fuera invierno-, no dispusimos del tiempo de otras veces. Ni ella ni la visita que apareció de pronto repararon en mí, pero yo sí; y debo confesar que no me hizo demasiada gracia. Las visitas eran muy raras en la casa de la colina y aquella era una vista poco cordial (sin abrazos, ni presentes, ni queso, ni alegría) que yo seguí con la lengua desde el otro lado del cristal que me separaba de la reunión. Wei, con chándal blanco, pasó de largo con ellos por el pasillo de al planta alta hacia el saloncito en el que a veces en invierno nos quedábamos horas y horas jugando alrededor de una taza de té. Uno de los hombres, con lentes, portafolios y muy poco cabello, habló durante largo rato de lo que estos documentos decían; el segundo, el más joven, sonreía cortésmente a Wei hasta que ella terminó de firmar uno de los papeles que había leído el mayor muy despacio. Entonces el joven sonriente recuperó su expresión natural, ya sin rictus, se levantó con prisa y arrastró con él de un salto al señor de la calva y el portafolios mientras ella preguntó algo (imperceptible desde donde me hallaba) al visitante más anciano que el señor calvo contradijo con un tajante movimiento de cabeza camino de la puerta, dejando a Wei esperando al tiempo que los hombres se apresuraban a decir adiós y escapar a buen paso como pude comprobar a través del cristal que separaba mi zona de la de ellos. Las dos sombras rozaron la barrera donde yo había estampado mi hocico con interés, golpeando con sus gruesos zapatones el suelo y dejando tras de ella a Wei, silenciosa y leve como su fuera de puntillas y vestida como acostumbraba, con el chándal blanco de ribetes azules.
Delante de la casa había crecido un sauce, un sauce alto cuyas ramas más altas caían junto al columpio rosa sobre el que Wei cantaba para mí. Parecía un flaco gigante plateado venido abajo. Será por eso que dicen que los sauces lloran. Este lloraba, sin lágrimas, interminablemente, por lo supuse que debía de ser muy mayor. Y cuando Wei dejó de ir a la fábrica donde se preparaban los círculos dorados que medían el tiempo después de la visita, empleaba casi todo su tiempo en mirar a los alrededores, incluso al sauce. Y el sauce se crecía.
--Una ciudad llena de sauces es la estancia de la inmortalidad- repetía en mi oído mi dulce compañero Wei.
El día de la visita yo permanecí largamente detrás de la reja sin esconderme ni andar en lo mío, ni escaparme al solar de mi tribu. Ella llegó sonriendo a medias –haciéndome entender que no pasaba nada cuando yo tenía la seguridad de que algo extraño había en el ambiente-. Rascó mi frente como solía y me dijo:
--Jali, nos han dejado sin trabajo, comeremos de lo que sobre a los pajaritos.
Me tomó en brazos como acostumbraba solo en los días de fiesta, colocó sobre una mesa baja de madera un tubito de capsulas que iba gastando cada hora desde que la visita se marchó y se sentó, conmigo en su regazo, en el balancín rosa al mismo tiempo que susurraba su canción preferida: ‘este es el lugar, Ja-Li, donde las palomas visitan a los humanos’.
A partir de ese día y desde muy temprano, mirábamos cada mañana y uno a uno todos los pájaros de la ciudad, y ellos, sin duda –convencidos de que Wei defendía una ciencia antigua que adjudicaba al excremento poderes sagrados- sembraba el mirador de una especie de lluvia fina y negra que era recibida por Wei como muestra de cordialidad. Después mi compañera cantaba nuevamente sobre el balancín rosa la canción del lugar donde las palomas visitan a los humanos ofreciendo su sauce para refugio de las aves heridas.
Así que Wei, el sauce y yo comenzamos a vivir una vida ‘sauce. Llamamos a la terraza de la ciudad de Tien-ti-huei, ciudad de la inmortalidad, en el que el sauce es el árbol de la vida, el eje verde sobre el han posarse a tomar impulso los pájaros errantes, desde los mirlos cantarines a, por ejemplo, el indiscreto y burlón cuco. Cuando alguno de ellos se presentaba yo iba a todo correr hasta el cuarto donde Wei pensaba ponerla en aviso de los huéspedes cotidianos y salíamos juntas hasta la terracita, y una vez añadido el compañero, volvíamos a balancearnos con ellos de corona anudadas en la rama más larga del sauce. Era todo tan bello que Wei llegó a poner en mi oreja estas palabras:
--La felicidad es como esta paz, por eso no tiene por qué durar; y la muerte también, un mar hecho de olas de paz que mueven el balancín de nuestra vida hasta que cesa el ritmo.
Aquel año Wei y yo y el sauce permanecimos horas y horas en esa especie de goce que solo entendíamos los tres balanceados: ella en posición sedente con su chándal blanco de ribetes azules y yo con la cabeza entre sus corvas, el morro hacia la brisa que llegaba del norte y el sauce viéndonos de frente y melancólico de gusto. Tan felices éramos los tres que Wei no se incorporaba más que para reponer el agua de mi cuenco, al tiempo que nos piropeaba al sauce y a mí.
Hasta que un día Wei miró más tiempo que de costumbre al árbol. Estuvo largo tiempo acariciando una de sus ramas hacia arriba y hacia abajo, hacia abajo y hacia arriba, y cantando la canción de nuestra casa como el lugar de las palomas con el mismo chándal blanco de ribetes azules, pero sin volver la cabeza hacia donde yo estaba. Enredé mis orejas por entre sus piernas para ganar su atención, morreé los pies de mi dulce amiga con la insistencia de mi género, quise saltar hasta su cuello, pero ni entonces reparó en mí. No me advirtió ni una sola vez, ‘tranquila, Ja-Li, vale ya’ con el nombre que escogió para mí la primera vez que nos encontramos (y que quiere decir en esta lengua ‘no tiene ninguna importancia’, sigue, sigue’) sino que descubrí de pronto que ahí estaba yo solo en mi puro salto. Porque mi triste Wei dibujó una voltereta sobre la barandilla de la terraza que daba al sauce en la colina más alta de la ciudad de las palomas que la llevó directamente al sauce y de allí al suelo, suave y en progresión, como si se tratara, en el descenso, de uno de esos toboganes de parque alrededor de los hacen cola los niños. Por primera vez observé a Wei con vocación de pájaro al verla deslizarse con su cabello ondulado y brillante y su chándal blanco de ribetes azules sauce abajo y luego volar unos segundos hasta que su cuerpecillo de balancín se detuvo en seco con un solo ruido sobre la arena de la calle, donde un corro de gente parecía preparada para un espectáculo de mayor importancia.


Fanny Rubio



(ESTE RELATO DE FANNY RUBIO APARECIÓ EN EL Nº 2, EN LAS PÁGINAS 12-13-14-15 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' DE JUNIO DE 1993)

(*)Fanny Rubio es doctora en Filología Románica, en la actualidad es profesora Titular de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, después de haber ejercido como docente en la Universidad de Granada y haber sido Maitre de Conference en la Universidad de Fez. Colabora en prensa y televisión. Dirigió los Cursos de Humanidades de la Universidad Complutense en El Escorial y ha sido conferenciante en numerosas Universidades (UIM, El Escorial, Salamanca, Sevilla, Vitoria San Sebastián, Lisboa, Nápoles, Clemont Ferran, La Paz, Santiago de Chile, Montevideo, Berlin, Rabat, Nueva York City Kansas, etc)
Después de haber sido premiada con el "Ciudad de Jaen" por sus primeros poemas, adolescentes, ha publicado libros de poesía y narrativa breve: Acribillado amor, en VV.AA, Poemas, Madrid, Premio de poesía de la Universidad Complutense, 1970; Retracciones, Madrid. Ediciones Endymion, 1979, Reverso, en Maillot Amarillo; 1988; Retracciones y Reverso en Endymion 1989 Dresde, Madrid, Ediciones Devenir, 1990 ; En Re Menor, Málaga, Colección Tediría, 1990.Cuentos: A Madrid por capricho, Madrid, Libros del Tren, 1988. En prensa, Fuegos de invierno bajo los puentes de Madrid, (Madrid, El tercer nombre, 2006)También ha publicado libros de crítica literaria: Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid, Edtorial Turner, 1976, recientemente reeditada en facsímil por el Servivio de publicaciones de la Universidad de Alicante; Edición fascímil de Pueblo cautivo /Anónimo 1946), Madrid, Hiperion, 1978; Aportación a la historia de la poesía española de la posguerra. Las revistas de poesía (1939-1970). Hacia una bibliografía total, Granada, Tesis Doctorales de la Universidad de Granada, 1975; Poesía española contemporánea. Historia y Antología (1939-1980), Madrid, Alhambra, 1981 (en colaboración con José Luis Falcó); Noticia de Gabriel Celaya, Madrid, Biblioteca Nacional, 1987; Cuadrantes (artículos), prólogo de Rafael Alberti, Jaén, Diputación de Jaén, 1985; Edición, prólogo y notas de Hi jos de la ira de Dámaso Alonso, Madrid Espasa Calpe, 1981 y Epigramas de El Escorial de J-A. Goytisolo (premio Ciudad de Barcelona, 1995). Su último libro de ensayo hasta el momento es El embrujo de amar, Madrid, Planeta, Temas de Hoy, 2001.Durante los últimos quince años se ha dedicado a la novela: La sal del chocolate, Barcelona, Seix Barral , 1992; La casa del halcón, Madrid, Alfaguara, 1995; El dios dormido, Madrid, Alfaguara, 1998; El hijo del aire, Barcelona, Planeta, 2001. En bolsillo, El dios dormido y La casa del halcón (Madrid, Punto de Lectura, 2002) Es editora de El Quijote en clave de mujeres (Madrid, Editorial Complutense, 2005)

sábado, 20 de enero de 2007

LUIS MATEO DÍEZ: Vivir la Novela




VIVIR LA NOVELA

Por Luís Mateo Díez (*)

Al pie de la última página de la novela recién terminada –cuatro años de escritura, cuatro años de obsesión, un tiempo compaginado entre la realidad cotidiana de cada día y la experiencia de un mundo de ficción superpuesto o hasta contrapuesto a esa realidad- puedo medir, en esta limitada distancia, la todavía acuciante temperatura de lo que supone ‘vivir la novela’: ese efecto tan particular, tan íntimo, de la propia experiencia creadora.
Una novela es un largo y obsesivo trabajo que se sustenta, por los caminos de la imaginación, en la construcción de un mundo donde acaece una historia vivida por unos personajes. Un mundo que solo existe como tal desde las palabras, que únicamente en la escritura puede encontrar su revelación.
Al menos por ahí se sustancian las novelas que yo intento escribir, en las cuales la iluminación de ese mundo es como el límite del hallazgo que me impongo, el acierto de alcanzar su ‘verdad’ que supone, a la vez, alcanzar su ‘certeza’.
Revelarlo es de veras crearlo, poderlo ofrecer con la fisonomía y el latido que las palabras, solo las palabras bien elegidas, procuran. Y un mundo novelesco, literario, es un mundo autónomo que puede alimentarse de la más tajante realidad o de la más tajante fantasía, pero que se justifica en sí mismo y solo en sí mismo obtiene su definitiva justificación.
Inventar y escribir la novela son labores compaginadas con la experiencia de ‘vivirla’. Desde la invención y la escritura, una vida –establecida más allá de esta inmediata en la que uno se deja discurrir- abre su obsesivo territorio con mayor insistencia que un sueño, toma su aposento con toda su solvencia imaginaria. Va invadiéndote como una sombra que aplazas y retomas, que te envuelve y te olvida.
La novela crece en proporción a esa capacidad que tienes de ir realimentando la obsesión de hacerla, y la obsesión reside en el centro de ese mundo cada vez más diáfano o más misterioso. Hacia ese indeterminado punto de donde puede surgir la postrera revelación, es hacia donde se camina entre la incertidumbre y la confianza del hallazgo.
A ello ayuda la propia novela, la materia acumulada que poco a poco va imponiendo su propio designo, evidenciando algunas pautas, envolviendo al novelista en la siempre beneficiosa niebla de su laberinto, donde continuamente hay que elegir y decidir y, por supuesto, saberse extraviar consecuentemente en los propios meandros que esa materia determina, si la invención sigue estando viva y la escritura encontró el tono y la claridad propicias para oficiar la revelación.
Lo que al novelista le queda de la novela ya finalizada es algo parecido a ese melancólico sentimiento que depositan los sueños, en los que uno invierte una pasión más rotunda que cualquiera que en la vida real pueda vivirse.
Cierto melancólico despego me invade al pie de esta última página de la novela recién terminada y, por supuesto, la certeza de que esa vida allí invertida es mucho más fuerte, más profunda y, como tal, inalcanzable y libre, que está en la que cada día me voy consumiendo siempre con la renovada esperanza de volver a escribir otra.

(*)Luís Mateo Díez es escritor

(ESTE TEXTO DE LUIS MATEO DÍEZ APARECIÓ EN EL Nº 2 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, PÁGINA 17, EDITADA EN JUNIO DE 1993 Y CUYA PORTADA FUE REALIZADA A PARTIR DE UN CUADRO DADO POR RICARDO UGARTE DE ZUBIARRAIN)

Luis Mateo Díez
De Wikipedia, la enciclopedia libre
(*) Luís Mateo Díez (Villablino, León, 21 de septiembre de 1942) es un escritor español.
Es miembro de la Real Academia Española: elegido el 22 de junio de 2000, tomó posesión el 20 de mayo de 2001.
Su primer libro de cuentos, Memorial de hierbas, apareció en 1973. Publicó luego las novelas Las estaciones provinciales (1982), La Fuente de la Edad (1986), con la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, Apócrifo del clavel y la espina (1988), Las horas completas (1990), El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La mirada del alma (1997), El paraíso de los mortales (1998), Días del Desván (1999), Fantasmas del invierno (2004) y las fábulas reunidas en El diablo meridiano (2001) y en El eco de las bodas (2003), así como los libros de relatos Brasas de agosto (1989) y Los males menores (1993). Con La ruina del cielo (2000) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica.
Obra
Narrativa:
Memorial de hierbas (1971) Apócrifo del clavel y la espina (1977) Relato de Babia (1981) Las estaciones provinciales (1982) La fuente de la edad (1986) El sueño y la herida (1987) Brasas de agosto (1989) Las horas completas (1990) Abanito, amigo mío (1991) El expediente del náufrago (1992) Los males menores [Cuento] (1993) Valles de leyenda (1994) Camino de perdición (1995) El espíritu del páramo (1996) La mirada del alma (1997 Días del desván [relatos] (1997) El paraíso de los mortales (1998) La ruina del cielo (1999) Las estaciones de la memoria: antología (1999) Las palabras de la vida (2000) El pasado legendario ( 2000) Laciana: suelo y sueño (2000) Balcón de piedra (2001) El diablo meridiano (2001) El oscurecer (Un encuentro) (2002) Fantasmas del invierno (2004) Poesía: Señales de humos (1972) El porvenir de la ficción

JAVIER MINA ASTIZ: Segunda Sombra

SEGUNDA SOMBRA

Por Javier Mina(*)

La nómina de perdedores de sombra que hasta hace bien poco contaba en mis anales con la escueta presencia del personaje bosquejado por Adalberto von Chamizo, Peter Schlemihl, se ha visto engrosada por Juan de Atarrabio, sorprendente fichaje de la propia cantera Navarra. Fruto de la sensible pluma romántica uno, y procedente, el otro del robusto arcón de la leyenda, comparten la condición de desombrados y el mismo respeto por el Más Allá.
A instancias de un misterioso caballero vestido de gris, el pobre Peter Schlemihl accedió a vender su sombra por una bolsa de la que salía oro inagotablemente. Peter creyó haber hecho el negocio de su vida, mas, en cuanto se percató del horror que producía entre sus semejantes la humilde peculiaridad de carecer del taciturno complemento, de nada le valió derrochar riquezas: la gente se quedaba con el oro y con sus prejuicios, si cabe todavía más exacerbados por cuanto la avaricia suele agudizar el odio.
Lleno de dolor se fue apartando de sus semejantes, y, cuando ya se había mas o menos resignado al singular ostracismo, hubo aún de renunciar al amor de una bella, sencilla y candorosa muchacha que carecía de la entereza suficiente para aceptarle sin sombra.
Aprovechándose de que el poder de Peter no se resignaba a perder a la hermosa doncella, el caballero vestido de gris trató de revenderle la sombra, pero no a cambio de la inagotable bolsa de oro sino según precio reactualizado y cuasi inflaccionista, pues le pedía nada menos que el alma. Tras titánico tira y afloja, Peter Schlemihl se sobrepone al chantaje moral y prefiere no comprometer la salvación eterna por guardarse de una virtud al fin y al cabo tan corriente como la misantropía.
A fin de romper para siempre con el astuto revendedor arroja a un precipicio la bolsa expendedora de oro y hecho un pobre de solemnidad decide encerrarse de por vida en una mina de carbón donde además de ganar el sustento nadie echará en falta su sombra. Mas hete aquí que necesitando unas botas adquiere sin saberlo las de siete leguas y podrá dedicar el resto de sus días al solipsismo más puro, solamente mitigado por el estudio de la fauna y la flora de los países que visita.
La leyenda Navarra presenta respecto a la romántica de Adalberto von Chamizo particularidades notorias. Desde luego Juan de Atarrabio no pierde la sombra por una cuestión de compraventa sino gracias a una lección de astucia.
Resulta que en el infierno se impartían lecciones destinadas a un alumnado mortal entre el que figuraba el bueno de Atarrabio. Concluido el cursillo, hubieron de salir en hilera del infierno y a la voz de ‘El que viene detrás’ contestaban a la pregunta del demonio guardián sobre quién se quedaría en el infierno para siempre, contraprestación, por lo visto, del singular magisterio.
Juan de Atarrabio, que era el último de la fila, veía ceñirse sobre si el castigo eterno, pero, lejos de desmontarse, responde como los demás, y el demonio, sabedor de que quedaban pocos por salir y temiendo le burlasen, clavó la lanza en el que creyó su rehén y no era otra cosa que sombra, la sombra del astuto Juan.
El hecho de haber sido desposeído de la sombra no pareció incomodar sobremanera al aplicado estudiante que, después de haberse doctorado en diabluras cambia de azimut y se ordena sacerdote. La ausencia del negruzco aditamento tampoco parecía requerir la atención del respetable, y así, ni familiares ni feligreses ni amigos le echan en cara –contrariamente a como hacían con el atribulado Peter- que ande por el mundo despojado de tan común, universal y congénito atributo.
Pero es sin contar con el propio Juan que, conforme pasan los años dejando atrás la arrogancia juvenil, se huele que le han permitido ingresar en el paraíso horro de sombra, y ello a pesar de que, por consentimiento superior, su querida sombra se le reintegra cada vez que consagra la hostia en la santa misa.
Dispuesto a poner coto a sus zozobras y remediar la ausencia del imprescindible apéndice urde, de acuerdo con el sacristán, una trapaza en que se echa de ver la no inmerecida fama de brutos que nos achacan a los navarros.
El bueno de Juan de Atarrabio provee al sacristán de un garrote instándole a observar las instrucciones que con nunca vista exhortación de temor divino y prolijo de talle le prodiga poco antes de misa. Conforme ésta avanza, el chupacirios tiembla haciendo vibrar ominosamente la cachava pero oportunos reojos del oficiante le meten en cintura: ha de cumplir aunque le duela. Sin embargo, es casi seguro que más le dolió al propio coordinador del auto sacramental, pues, no bien eleva la Sagrada Forma, que el formidable sacrismoche se lanza sobre él descargándole en la crisma semejante garrotazo que ya el alma se le sale por las resquebrajaduras craneales.
Cabe suponer que el alma sonreiría (el cuerpo no estaba para semejantes trotes) viendo cómo la sombra, cogida en la trampa de la Elevación y el bastonazo, quedaba soldada para siempre a los despojos del difunto Atarrabio.
Por si fuera poco brutal la gentileza del machacamiento aún añade la leyenda truculenta coda: el pobre rapavelas además de rey de bastos hubo de hacer de destripador, ya que Juan de Atarrabio dispuso que le arrancara el corazón y lo dejase sobre una piedra para certificar si sus restos habían volado al cielo o al infierno, cosa que quedaría patente según lo tomara en el pico una blanca paloma o un torvo cuervo. Ni que decir tiene que la mensajera fue la paloma, pero la leyenda silencia la suerte corrida por el destinatario del sanguinolento mensaje, ¿acaso lo habrían colgado por culpa del precavido malasombra?

Javier Mina

TOMADO DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2 (JUNIO DE 1993), PÁGINAS 18 Y 19

(*)José Javier Mina Astiz
Javier Mina nace (Pamplona 1950), crece (a razón de varios libros por año y algunos centímetros sensibles, en el cordial odio al próximo, sus pompas y circunstancias pero principalmente sus dogmas) y se multiplica: Más la ciudad sin ti...(Premio Príncipe de Viana, 1985), Las camas de Emma (premio Ciudad de Irún de ensayo, 1990). Y aunque cuente, cuenta no presentarse a más certámenes por temor a estropear el porcentaje.

viernes, 19 de enero de 2007

Pilar de Miguel Moreno: Andrés García Cortés, empresario

ANDRES GARCÍA CORTES
EMPRESARIO

ENTREVISTA DE PILAR DE MIGUEL MORENO, PSIQUIATRA

A ANDRES GARCÍA LO DEFINIA EL PUEBLO COMO UN ‘SEÑORITO’. CIERTAMENTE TENÍA UNA VIDA MAS FACIL DE LO QUE ERA PARA LOS NAVEROS. A LO LARGO DE LA ENTREVISTA SE VISLUMBRA EN ÉL UN CIERTO ORGULLO DE PERTENECER A UNA FAMILIA QUE, A TRAVÉS DEL TRABAJO, HA CONTRIBUIDO A PRODUCIR RIQUEZA. FRENTE A LA ‘ELITE’ DE LA CIUDAD DUCAL, AISLADA, PROCLIVE EN TODO CASO AL JUEGO DE LA RECOMENDACIÓN Y EL FAVOR, ANDRÉS GARCÍA SEÑALA LA EXISTENCIA DE UNA BURGUESÍA, LA SUYA, QUE NO PUEDE PERMITIRSE ESE AISLAMIENTO. LA ENTREVISTA DEJA MUCHOS INTERROGANTES. NO ESTARÍA MAL QUE ALGUIEN LOS VOLVIERA PLANTEAR, INCLUSO, DE MANERA POLÉMICA.

PAR EL PUEBLO ERAMOS ‘LOS SEÑORITOS’. LOS CHAVALES NOS TENÍAN UNA MANÍA TERRIBLE.

Pilar de Miguel: ¿Cuándo y por qué viniste a Las Navas y a la Estación?
Andrés García: Yo nací en el 15. Cuando vine a Las Navas tenía 5 años a raíz de tener una tos ferina muy fuerte. Mi padre pensó que viniendo a un sitio alto, con ganado, se me iba a quitar.
P. de M.: Por el cambio de clima.
A. G.: Así que vivíamos entonces en la huerta del tío Jilguero, que estaba donde vive Boni, en el fondo de la vaguada donde pasa un arroyuelo.
Sólo había aquí 3 hoteles: 2 de la Infanta Eulalia, otro de uno de Madrid más el Hotel Iris. Aquí no había nada: huertas de gente del pueblo. Los 2 hoteles de la Infanta estaban en venta por lo que mi padre fue a Palacio y compró los 2 por 50.000 pesetas. Todos decían que era una locura: eran los ahorros que tenía. Había venido a Madrid con los pantalones rotos y con mucho trabajo y sacrificio se había hecho comerciante
.
P. de M.: Me estás hablando de los años 20.
A. G.: Si, del 23 al 27, más o menos… Como te decía así empezó la Colonia García. El primero que vino a veranear fue el torero Vicente Pontos. Cobraba mi padre 1.600 pts. De renta. Con lo que sacaba iba construyendo otras casas.
P. de M.: Las casas las construía gente de Las Navas…
A. G.: Sí, un señor del pueblo, el señor Gumersindo hacía de maestro de obras.
Mi padre se enteró que aquí en la resinera daban baños de aguarrás para la gente que tenía reuma. Construyó entonces unos pabellones: unos con habitaciones y otro con cocina y comedores. Pero aquello fracasó porque era gente de pocos medios económicos, en fin, fue un desastre. Así que mi padre convirtió los pabellones en casitas.
P. de M.: ¿Para los veraneantes?
A. G.: Sí, el verano era entonces de 3 meses. Toda gente de dinero: burguesía alta. En lo que ahora es el Carmen se hospedaba el dueño de una tienda de Madrid., ‘El millón de corbatas’, en el piso de abajo vivía Ramos Carrión, autor de un libreto de zarzuela.
Llegaron a juntarse 20 ó 30 familias. Aquí no había de nada, ni luz eléctrica, y lo traían todo del pueblo, en una caballería. Mi padre puso una tienda y se la alquiló a un señor del pueblo para que le gente estuviera abastecida.
Nosotros éramos ‘los señoritos’ para la gente del pueblo. Los chavales nos tenían una manía terrible: ‘ya están los señoritos a quitarnos el aire’ y más de una vez te llevabas una pedrada. También estaba el miedo a los enfermos del pecho…
P. de M.: Los tuberculosos. En el Dominguillo, ¿llegó a haber un hospital?
A. G.: Había un político, Martínez Anido, que fue Ministro de la Gobernación durante la dictadura de Primo de Rivera, que quiso poner un hospital allí para niños. Pero se opuso el pueblo. La tuberculosis era una enfermedad terrible.
P. de M.: Y la Resinera, ¿qué recuerdas de la Unión Resinera?
A. G.: Se sacaba la resina con un recle, una especie de palo acabado en forma de guadaña que abría una brecha en el pino, sacando un trozo, al viruta. Así el pino iba poco a poco sangrando recogiéndose en tiestos la resina. Había mucha miseria. Los obreros en verano vivían en chozas y se alimentaban con pan y tocino. Rara vez se mataba una oveja
.
P. de M.: ¿Eran todos naveros. Y trabajaban de todas la edades. Desde niños?
A. G.: Todos naveros. Metían las resinas en latas y las llevaban a unas barricas. Era un trabajo tremendo. Siempre manchados de negro por la resina. Venían carretas de bueyes y recogían al resina para llevarla a la Resinera. De allí se sacaba la colofonia que se exportaba a Francia y con ella se hacían cosméticos y productos industriales, entre ellos el aguarrás. También había industria de la madera, pero con los árboles que iban quedando viejos.
P. de M.: ¿Era muy distinta la vegetación de lo que es ahora? ¿Había pinos?
A.G.: Muchísimos más. A veces tenías que abrirte camino con las manos de espeso que era el bosque.
Además de pinos había muchos helechos, que se empleaban para guardar quesos y mantequilla. Había cantidad de flores silvestres. Imagina, junto con la jara, qué olor maravilloso. Lagartos, lagartijas, muchos conejos y ardillas. Se ponía una hilera de hombres con conejos en la estación para vendérselos a los viajeros.
P. de M.: ¿Y la ganadería?
A. G.: Aparte de las vacas, con lo que empieza Las Navas es con cabras. Pero al hacer la Resinera repoblaciones forestales va desapareciendo el ganado caprino, bueno no del todo, quedan algunos núcleos. La cabra destrozaba el pinar y se comía la retama por lo que se transforma en una ganadería de ovejas.
P. de M.: ¿Cómo era el pueblo antes de la guerra del 36-39?
A. G.: Mucha relación no teníamos. Subíamos algún día a la fiesta del Cristo. Había bastante miseria
.
P. de M.: ¿Había cine en Las Navas?
A. G.: Había cine mudo. Yo iba más al baile. Estaba penadísimo por la Santa Madre Iglesia y cuando ibas tenías que confesarte. El pueblo era como todos muy retrógrado
desde el punto de vista religioso y el cura insistía en que el baile era malo, aunque la gente no le hacía mucho caso.
P. de M.: Los señoritos también contribuían a dar vida al pueblo, ¿no?
A. G.: Recuerdo a un señor que se llamaba Paco Segovia, que tenía negocios en Madrid. Aquí hizo algunas mejoras: hizo una casa que llamaban la casa de los pobres APRA que tuvieran los ancianos un asilo, pero no se llegó a utilizar, la gente aquí no quería el plan de meterse en un asilo.
P. de M.: ¿La gente del pueblo participaba en vuestras fiestas?
A. G.: No mucho. Había clases sociales. Las criadas a un lado, los señoritos a otro. Primo de Rivera, José Antonio o un hermano, que acampaban en el Valladar se acercaban alguna vez por aquí.
P. de M.: ¿Y la Ciudad Ducal?, ¿qué me cuentas de ella?
A. G.: La Ciudad ducal nace en la inmediata posguerra con señores de determinada posición política que viene a construirse aquí su hotel. Gente como D. Pedro González Bueno
P. de M.: Ministro de la Gobernación con Franco.
A. G.: estábamos un poco desligados de la Ciudad Ducal porque era una élite; eso sí que era una élite
.
P. de M.: Eran más élite que vosotros…
A. G.: ¡Uy, muchísimo más! Eran un mundo aparte. No querían saber nada. Alguna vez una recomendación. Cuando el Caudillo viene aquí a inaugurar el Castillo de Magalia para el Servicio Social va a tomar té a casa de González Bueno.
P. de M.: ¿Y qué pasó en Las Navas en la Guerra Civil?
A. G.: Mi padre construye el Hotel del Carmen. ¡Y lo inaugura el 18 de julio de 1936! Te puedes imaginar que inauguración fue aquella. Se llenó de milicianos. Había un señor, Ibáñez Serrador, un poco sospechoso, que venía de Valladolid a dejar la familia aquí. Se declara el Movimiento y nos dice quién era: un capitán general de Canarias que necesitaba una documentación falsa para irse y hacerse cargo de las Fuerzas de Avila. Se fue y al volver para acá se encuentra con la columna del General Mangada, que iba a Navalperal.
P. de M.: Mangada, ¿era republicano?
A. G.: Sí, y ya no entra. Aquí nos quedamos aislados.
P. de M.: Políticamente, ¿cómo eran Las Navas?
A. G.: Estaban divididos en dos bandos. Por un lado, los socialistas. Largo Caballero etnía mucha gente en Navalperal.
Y luego, los caciques del pueblo, que eran la derecha. Las represalias aquí vinieron por la gente de fuera, no de los del pueblo, para no involucrarse. En el frontispicio de la iglesia están todavía sus nombres: caídos por Dios y por España.
Los empleados de casa (teníamos ya el matadero) cogieron enseguida el fusil y se pusieron a las órdenes de las milicias socialistas.
Nos pudieron pegar dos tiros pero no lo hicieron. Teníamos mucha relación con ellos: jugábamos e íbamos juntos a cazar conejos.

Texto: Pilar de Miguel Moreno


(Entrevista aparecida en la revista ‘Caminar conociendo’ en las páginas 23, 24 y 25 del nº 2 de julio de 1993)

miércoles, 17 de enero de 2007

Jacinto Herrero Esteban: La CULEBRA y la LECHE

LA CULEBRA Y LA LECHE

Por Jacinto Herrero Esteban

Hace ya años que anduve por Muñotello, aldea cercana a Avila, tratando de hacer mi primer trabajo lingüístico y, al amor de la lumbre, espumando una sartén de leche de cabra recién ordeñada, oí una leyenda popular que explicaba el origen del pueblo (técnicamente hablando, una narración etiológica) La viejecita iba quitando la espuma blanca de la sartén colmada de leche. Nunca había visto algo igual, aunque nacido y criado en un pueblo, porque la leche en el mío se cocía en una perola y se retiraba del fuego cuando subía para luego aprovechar la nata amarillenta y mantecosa.
Fijos los ojos en la espumadera, miraba los movimientos lentos de mi huésped y su voz aclaraba el misterio del nacimiento del pueblo. Porque Muñotello no estaba aquí, sino un poco más arriba en la ladera, al resguardo del cierzo, en la solana. Y es que una vez invitaron a todos los vecinos a una boda, creo que era una boda, que usted en esto no me haga caso, pero, eso si, estaban invitados, o sea, que comerían juntos, ¿me comprende?
-Acérqueme ese dornajo para echar esta espuma. Eso es.
-Bueno, le decía que compraron vino para la comida y traían la cántara sobre la cabeza -¿me comprende?- y ávate que un águila culebrera iba volando por encima del muchacho que traía la cántara de vino, y la culebra, que había cazado el águila, se defendía, claro, y quería hincarle el diente, pero el águila culebrera la apretaba y la apretaba…
-¡Cuidado, que se va a derramar la leche!
-No creas, hijo, que esto es cosa de cada día.
Decía… pues así es que el águila apretaba a la culebra y la culebra soltó el veneno y mire por cuanto acertó a caer en la cántara de vino. Así es que los invitados bebían un vino envenenado.
-¿Y qué pudo pasar?
-Pudo pasar y pasó que no todos bebieron, pero los que bebieron, al rayar el sol, estaban muertos. De modo y manera que la boda se volvió duelo, como usted me oye; que así fue. Pero como nadie sabía lo del águila, que cómo lo iban a saber, pues corrió la voz de que eran las aguas. Así que se vinieron a vivir más abajo, aquí en medio del valle, que ya ve usted que esto es más húmedo, que más sano sería estar en la ladera, creo yo. Y así fue como Muñotello está aquí cerca del agua y entre estas piedras y estos árboles que dan mucho frescor en verano. Y a mi me gusta, ya le digo, a lo mejor porque me he criado aquí y sé defenderme del frío en el invierno, que en verano buen sitio es este para las cabras y para los hombres también. Y ahora con la carretera la capital está más cerca.
Pero la historia no termina aquí. Ya dije arriba que esto parece una leyenda etiológica. Lo que sucede es que, andando el tiempo, vine a poner los ojos en Sendebar, un libro de cuentos que vino de la India a través de los árabes y que el infante don Fadrique mandó traducir allá por 1253; y allí estaba, en el Sendebar, el cuento de Muñotello con este título: Ejemplo del home e los que convidó, e de la manceba que envió por la leche, e de la culebra que cayó la ponzoña. Poco cambiaba de lo que había oído en Muñotello: la cántara era de leche y no de vino; el águila culebrera eras un milano, y no bebieron todos sino unos pocos invitados. Así que este era un caso curioso de transmisión oral, de padres a hijos; una historia que llega desde el siglo XIII hasta la viejecita que espumaba leche en su sartén al amor de la lumbre. Nada etiológico por cierto, sino un caso de supervivencia del Sendebar, por otro nombre Libro de los engaños e los asayamientos de las mujeres.

(APARECIDO EN LA REVISTA DE LA JUNTA DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS (AVILA) ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2 PÁGINA 27)

martes, 16 de enero de 2007

Antonio Escudero: Cuando los Hebreos fundaron las Navas del Marqués

Por Antonio Escudero Ríos

El 15 del mes de Shevat, según el calendario hebreo, que corresponde al día 6 de febrero, es el Año Nuevo del Árbol para el pueblo judío. Pues bien, por la tarde y en compañía de mis amigos Pilar de Miguel, de Daniel -su inteligente y joven hijo- y del bibliotecario José Mª Amigo, como niños diligentes y animosos, nos dedicamos a plantar árboles, varios cipreses esbeltos en esta tierra de Las Navas del Marqués. Dicha villa fue fundada por los 'Hebreos de Nobucodonosor', como nos dice (suponemos que por dar gusto al imaginario ilustrado de cualquier época), el maestro Méndez Silva.
El paisaje nos devolvía el eco de los ladridos de nuestros perros -'Judas', 'Lasie', 'Nora' y el pequeño 'Gali'-, que, gozándose también en la fiesta corrían a nuestro alrededor como escolares en recreo.
Es tradicional en Israel plantar árboles, para que todos, y de manera especial los niños, aprendan a amarlos. ¿Sabéis lo que dijo Dante?... Pues dijo algo así como que, 'el que planta un árbol no ha vivido inútilmente'.
El 15 de Shevat los niños marchan por los valles y colinas de Israel, bailando, cantando y plantando árboles. Cada año se celebra esta fiesta con mayor brillantez.
El pueblo hebreo tuvo siempre un amor profundo por la naturaleza. El árbol fue considerado como el símbolo del saber y de la vida. La utilidad de éste fue tan importante que el Talmud nos advierte: 'El sol y la luna son dañados debido a loa que abaten árboles buenos'.
El hombre, asimismo, es comparado con un árbol, y cuando el hebreo no era todavía un pueblo y no tenía suelo, Moisés ordenó a los adelantados, que iban a explorar la naturaleza de la Tierra Prometida, lo siguiente: 'Y ved si hay allí árboles o no'.
Hasta con los mismos árboles tuvo atención la Ley judía diciendo, que caundo los hebreos hicieran la guerra en tierra de sus enemigos, no corten ni dañen los árboles fructíferos. Los judíos son el único pueblo en el mundo que tiene leyes específicas sobre todo lo que se refiere a los injertos entre un árbol y otro. Está prohibida la mezcla que lesione la belleza, pureza y originalidad del árbol.
El Talmud narra que los judíos olvidaron en la Diáspora qué día del mes de Shevat se celebra el Año Nuevo de los Árboles. Hubo una discusión entre las dos grandes escuelas de Shamai y de Hillel. La primera sostenía que se debía celebrar el primera de Shevat y la segunda el 15 del mismo mes. Y así quedó.
El Año Nuevo del Árbol es una festividad menor, pero alegre y muy popular; y las frutas de Israel acercan al judío de la Diáspora a la Tierra Santa, ofreciéndole esperanza y dicha.
Miro a los amigos, a los árboles, a los perros, a las rocas; contemplo el encanto infinito del paisaje y un dulce gozo me invade; gozo a rachas entenebrecido por los recuerdos apasionados que tengo de mi lindo perrito 'Dan' -qué bonito nombre, ¿verdad?- que duerme el sueño eterno, cerca de aquí, en una verde ladera, en esta tierra de las altas maravillas de Castilla y que no volverá a correr entre las jaras y pinos. Y a quien nosotros, 'los Hiperbóreos', dedicamos estos versos en emocionado homenaje:
Dan, el de los ojos tiernos,
ligero en andar,
raudo en escapar.

Aquel cachorrillo,
tan despierto,
bajo el alto pino durmiendo.

¡Qué le importa a la noche
un ladrido menos!
¡Qué le importa a la noche
tu vivo silencio!

¡Qué le importa a la noche
tu negro aguejro!
¡Qué le importa a la noche
si duermo o si velo!

Concrodia de todos y para todos. Y la bondad que jamás prescribe. ¡Shalom!

Antonio José Escudero Ríos
Las Navas del Marqués (Ávila) Barrio de la Estación, 6 de febrero de 1993 / 15 de Shevat de 5753

EN LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', Nº 2, PÁGS. 29 y 30

jueves, 11 de enero de 2007

Arturo Martínez: ESTAMPA POPULAR DE MADRID y su TIEMPO



ESTAMPA POPUILAR DE MADRID Y SU TIEMPO
Por Arturo Martínez (*)
Entre los frentes de lucha que se manifestaron contra el franquismo a finales de la década de los años 50 y mitad de los 60, se encuentra un colectivo de artistas grabadores que se formó con el nombre de ESTAMPA POPULAR DE MADRID.Es preciso al hablar de Estampa Popular, hacerlo con la medida que requiere el caso, no solo por la importancia que tuvo el colectivo de grabadores, al propiciar, con su producción de estampas, un renacer del grabado al final de los 50; sino también, por la intencionalidad expresiva en el contenido de sus obras.Fueron los años, que corresponden a la mitad del siglo, tiempos conflictivos para la mayor parte de los españoles que, en sus diferentes estratos sociales, trataban: unos, de defender derechos laborales y de libertad; otros, de conformar culturalmente una postura acorde con una ideología que no se reconocía por el régimen franquista. Pese al muro que representaba la dictadura, el malestar se generalizó en todos los sectores culturales, creándose un panorama de soterrada conflictividad en el mundo del arte y de las letras, que se reflejó en los enfrentamientos estudiantiles de 1956-57; la presencia de grupos culturales, y su actividad incansable en diferentes campos, dieron como resultado la creación de un frente común contra la represión del franquismo. En el terreno literario no hay que olvidar nombres como: J. Goytisolo, A. Ferres, J. L. Pacheco o A. López Salinas, quienes, entre otros, cultivaron una literatura de denuncia esencialmente realista. No fue tampoco casualidad que en la producción cinematográfica entraran en escena figuras como J. A. Bardem o Berlanga, que, con sus obras, pusieron de manifiesto las grandes posibilidades que tenía el cine español, aportando contenidos de gran interés, sin eludir los problemas de contenido social, acabando con las realizaciones cinematográficas que, hasta entonces, el régimen había fomentado: un cine socialmente falso, intelectualmente vacío y políticamente ineficaz.Es digno de reseñar la importante labor que, en esta línea de concienciación, supuso la obra de poetas como Celaya, Blas de Otero, Miguel Hernández, Machado y otros; cuya repercusión, a partir de los años 60, fue en aumento gracias a un buen número de cantautores que popularizaron las letras de los poetas mencionados y otros anónimos; contribuyendo, en esta parcela musical, a desvelar otro foco de protesta en las voces de Raimon y Paco Ibáñez, entre otros. En el campo escénico, hubo una figura muy representativa del momento, el dramaturgo Buero Vallejo que, por esos años, pudo estrenar una serie de obras de hondo poso poético y social.En el terreno de las artes plásticas, y en este ambiente de lucha y confusión, los movimientos culturales estaban claramente definidos: por un lado, la protección oficial a determinadas tendencias artísticas de interés para el régimen; y por otro, el grito colectivo de la cultura de la oposición, grito en favor de la libertad y la justicia, en el que se encontraban los pintores practicantes de un realismo social.En este escenario político-cultural nació el grupo de artistas grabadores, con el nombre de Estampa Popular, inaugurando su primera exposición en la Sala Abril de Madrid, integrada por los grabadores: Clavo, Garrido, Zamorano, Ortiz Valiente, Palacio Tardez, A. Valdivieso y D. Papageorgiu. Fue, esta muestra colectiva en el mundo del arte, un exponente claro en la intención que, en el futuro, iba a mantener el colectivo: hacer dentro del Realismo y Expresionismo social, un arte de fácil lectura, que fuera legible a un público mayoritario, un arte de urgencia, que llegara a núcleos sociales del mundo del trabajo que, por diferentes avatares históricos, siempre se marginan. Los artistas de Estampa Popular alcanzaron su definición a través de una insistente y significativa temática, el asunto se encarnó de tal suerte en la obra, que el resultado fue la identificación perfecta del autor con su propio tema, que aludía, directamente, a la exaltación del trabajo, del trabajador y sus problemas como fuerza social; sin caer en lo sórdido sin mas, la obra, de cada artista, tenía que ser portadora de un contenido de significación vital en el entorno en el que se desarrollaba al vida social del hombre. Asimismo, tuvo, cada uno, su particular fuente de información para la elección y realización de sus temas; pero de ninguna manera esto constituyó una especialización individual, pues alguno de los grabadores trataron, instintivamente, diversos motivos dentro del marco y la intención que caracterizó la obra de Estampa Popular. El contenido o anécdotas de las estampas queda justificado, por el sentido y la misión que se propuso cumplir este grupo: la denuncia a través de la obra gráfica de la injusticia y la explotación de un sector del pueblo. Naturalmente, con estos presupuestos queda clara la politización del colectivo.Era importante que la obra tuviera la mayor divulgación posible: en este sentido, el grabado cumplía perfectamente con la multiplicación de la obra, facilitando a la vez, su abaratamiento en al comercialización de las estampas.Estampa Popular trató de llegar al pueblo con sus grabados, en un momento en que el arte seguía unos caminos que desbordaban el entendimiento popular, y que fueron trazados, por una minorías con intereses, por un lado, políticos; y por otro, tendentes a hacer de la cultura patrimonio exclusivo de determinados sectores sociales. Es preciso constatar que, por este tiempo, abstractos e informalistas de ‘El Paso’ estaban alcanzando la cima de su reconocimiento, acaparando galerías y críticas, dentro y fuera de España; apoyados, en todo momento, por el régimen de la dictadura que descubrió, con el asentimiento de los voceros ministeriales, la manera de ofrecer, de cara al exterior, un arte totalmente alejado de la realidad de nuestro país, un arte vacío de contenido, en el que podían estimarse valores plásticos, exclusivamente al alcance de élites especializadas.A partir de 1962 el colectivo se enriqueció con la incorporación de nuevos grabadores, constituyéndose, el conjunto madrileño, con un total de 16 artistas; surgieron nuevos grupos en distintas regiones de nuestro país: Barcelona, Bilbao, Sevilla, Córdoba, etc… que permitieron la realización, en varias ocasiones, de grandes exposiciones a nivel nacional. El crecimiento y la extensión de este gran colectivo, motivaron la preocupación de las autoridades gubernamentales, quienes, en diferentes ocasiones, se personaron en las muestras prohibiendo actos que se programaban con motivo de la inauguración de las mismas.Es preciso reseñar aquí que el principal animador y creador de Estampa Popular fue el artista J. G. Ortega, apoyado muy de cerca por Ricardo Zamorano; y con la colaboración general de todos se logró que el grupo tuviera resonancia internacional.Fue muy dura la batalla que libró el conjunto de artistas grabadores por mantenerse firmes en su quehacer artístico, terminando su vida activa con la exposición que, en 1981, se celebró en la sala de arte de la Casa de Campo en Madrid. Es necesario decir que, desde su nacimiento hasta su desaparición, no contó, en ningún momento, con apoyo oficial alguno; nadie se lamentó de ello, porque, entre sus componentes, fue siempre más fuerte la idea de hacer un arte libre de compromisos oficiales; manifestando, con la mayor honradez, a través de sus estampas, la crítica y la denuncia de una sociedad injusta y represiva.Pese al olvido oficial, que, desde entonces, se ha venido arrastrando, de este colectivo, el ‘no querer’, por parte de los responsables artísticos oficiales, ojear el pasado, no ha sido motivo para que el grupo de Estampa Popular tenga su espacio artístico en la historia del realismo español, figurando en las bibliografías de arte más importantes de nuestro país.


(*) Arturo Martínez que es doctor en Bellas Artes fue miembro de Estampa Popular


TOMADO DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' PÁGINAS 31, 32 y 33 DEL Nº 2 JUNIO DE 1993

Serafín de Tapia: Un Tesoro del Tiempo de los Moros

UN TESORO DEL TIEMPO DE LOS MOROS

Por Serafín de Tapia


En los pueblos de Castilla, cuando a ciertas ruinas o parajes del lugar se les quiere atribuir un remoto origen, no exento de una pizca de misterio o de fantasía, siempre se dice que es 'del tiempo de los moros' a pesar de que en nuestro país haya habido, a lo largo de los siglos, otros muchos tiempos, como el de los romanos, como el de los visigodos, etc. Sin duda la civilización árabe es la civilización extraeuropea que más fuertemente ha impresionado a nuestro pueblo.

Había visto yo en la hoja 530 (Vadillo de la Sierra) del Mapa Topográfico Nacional, escala 1:50.000, un microtopónimo que me llamó la atención: ‘El tesoro’; estaba en las estribaciones de la Sierra de Gredos, término de Narros del Puerto, a unos 30 kms. de Avila, camino del Puerto de Menga. Una tarde de domingo de ese invierno me acerqué por allí y en el bar –el único lugar donde vi gente- me dijeron que no sabían por qué se llamaba así aquel lugar, pero que debía ser ‘por algún tesoro del tiempo de los moros’. Hasta ahí llegaba su información y su fantasía.

Mientras volvía a la ciudad reflexionaba sobre mi dificultad para fantasear sobre el asunto, a causa de que yo sí conocía el origen de aquella denominación. También pensaba en el contraste entre la fecunda imaginación que tenían los castellanos de principios del siglo XII y lo difícil que hoy nos resulta a los adultos ser ensoñadores.

Ya en casa, repasé mis notas y ficheros. Corría el año 1611 y España vivía convulsionada por la expulsión de los moriscos, aquellos 300.000 mil españoles de cultura musulmana cuya integración en la mayoría cristiano-vieja había resultado fallida. Aunque la marcha había comenzado en septiembre de 1609, todavía quedaban algunos por salir del reino, entre ellos la mitad de los de Ávila, precisamente los más ricos e integrados. Como los bandos de expulsión prohibían sacar del reino oro, plata, y joyas pronto se extendió la opinión de que los moriscos –considerados por el pueblo como muy laboriosos y avaros- estaban enterrando en lugares secretos sus tesoros. Aunque la inventiva y credulidad popular estaba mucho mejor nutrida que las faltriqueras de los expulsados, no faltaron casos en que algo debió de haber, si bien la mayoría de los tesorillos encontrados a lo largo de las siguientes décadas procedían de yacimientos prehistóricos. Por supuesto, la opinión pública siempre los atribuía a los moros y de ello se encuentran ecos en la literatura de la época.

Cervantes escribió en 1615 cómo el morisco Ricote había regresado disfrazado de peregrino alemán, a recoger los escudos que él mismo había enterrado en su pueblo manchego. Por su parte Lope de Vega, que precisamente ese mismo año estuvo en Ávila algunos días del mes de julio, escribió a las pocas semanas El ramillete de Madrid, donde dice:


Los moros de la expulsión
Dicen que en España dejan
Gran número de doblones;
Porque no los corazones,
Sino los cuerpos alejan;
Y pensando que algún día
Los podrán volver a ver,
Más los quieren esconder,
Que perderlos.


(Acto II, escena 14 B.A.E., t. IV, p.512, b)

No cabe duda de que estos versos estarían influidos por los comentarios que en Ávila suscitaría el pleito que acababa de desarrollarse entre Diego Dávila, señor de Navamorcuende y dueño de la dehesa de Narros del Puerto, y ciertos vecinos del lugar acusados, por aquel, de que en mayo de 1611 ‘do diçen la Manga, camino de Muñotello, sacaron un gran tesoro e se lo tiene oculto entre ellos’. El noble sostiene que el tesoro le pertenece por haberse encontrado en su propiedad.

Aunque en ningún momento se dice que el tesoro hubiese sido enterrado por algún morisco –ello supondría que la beneficiada sería la Real Hacienda- las diversas comparecencias del proceso permiten captar fácilmente que demandante y demandados han actuados influidos por la fiebre de los buscadores de tesoros moriscos; en efecto, un testigo afirma que aquellas tierras han estado arrendadas, muchos años, a un rico morisco de la ciudad –Gabriel de León- y que otro morisco zahorí había indicado a los cavadores que en determinado lugar ‘avía destar un torillo de piedra y entre él y un coto avía de aver un gran tesoro’. Teniendo en cuenta esta alusión a un torillo de piedra (un probable berraco vetón) y que el lugar no está muy lejos del Castro de Ulaca, lo más seguro es que hubieran desterrado restos celtas. Así es descrito lo que encuentra: ‘un jarrillo colorado… una garrafa de vidrio que haría como qaurtillo e medio… que tendría la boca que se cabría un dedo;… e queriéndola sacar entera se quebró y estava llena de tierra y de las cabaduras salían algunos clavos moosos de hierro… e dos pedazos a modo de zerçillos… e procurando saber de qué hera le pareció ques de bronce o metal’.

Y lamentablemente eso fue todo. Según el expediente conservado en la sección ‘Audiencia’ del Archivo Histórico Provincial de Ávila no hubo tal tesoro. No queda más remedio que reconocer que, con frecuencia, las aportaciones de las investigaciones históricas frustran las posibilidades de levantar sugerentes fabulaciones de pretendida fundamentación en hechos del pasado.

Sin embargo, ¿quién está seguro de que los labriegos de Narros, tanto procesados como testigos, no urdieron una perfecta confabulación para engañar al juez y al avaricioso señor de Navamorcuende? Al fin y al cabo los dos moriscos que sucesivamente habían arrendado aquellas tierras en los últimos 30 años eran bastante acaudalados: Gabriel de León, cuya fortuna se calculaba en 2.500 ducados, era un mercader que comerciaba activamente con Valencia, Sevilla y Córdoba. Le sucedió en el arriendo Vicente Avancique, también mercader, quien en 1596 había sido incluido por el Ayuntamiento de Ávila entre los 9 vecinos más ricos de la ciudad.

Según voy escribiendo estas líneas cobra cada vez más fuerza la sospecha de que los campesinos a los que me dirigí un domingo de ese invierno sabían –o imaginaban saber- más de lo que me dijeron.

(*) Serafín de Tapia es doctor en Historia


DE LAS PÁGINAS 34 y 35 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO, Nº 2. JUNIO DE 1993

martes, 9 de enero de 2007

Carlos del Valle: EL MOSTRADOR DE LOS TURBADOS (*)


EL MOSTRADOR DE LOS TURBADOS (*)

Por Carlos del Valle

Lejana está ya aquella tarde, cuando en un rincón silencioso y callado de la Biblioteca Nacional, palpaba entre mis manos trémulas aquel viejo manuscrito, curtido en generaciones y centurias, y, lleno de gozo, recreaba mis ojos en la bella escritura gótica tardía, a doble columna, y me deleitaba en las filigranas, a colores, de las primeras páginas. Qué inmenso privilegio, pensaba, tener ante mi aquella preciada joya literaria. El Mostrador de los Turbados, de R. Moisés de Egipto el cordobés, o, como él mismo se llamaba, Moisés, hijo de Maimón, el español (1138-1204), en la primera traducción castellana realizada con esmero y competencia, en un paciente trabajo de varios decenios, por Pedro de Toledo. Cierto que desde Pedro de Toledo, ‘El Enseñador de los Turbados’ al que ahora llamamos generalmente ‘La Guía de Perplejos’, ha sido traducida en la mayor parte de las lenguas cultas y al castellano se cuentan ya dos traducciones más completas y otras dos parciales. Pero la traducció0n de Pedro de Toledo tiene un encanto que no tienen ni tendrán las otras. Aparte del recio castellano viejo y rancio, inimitable e inigualable, Pedro de Toledo vivía en un medio donde aquellos conceptos filosóficos y divinos eran habituales y de ahí el dominio que muestra en su versión castellana.
Así, ahora, se comprenderá la grata sorpresa cuando tuve noticia de que por fin la vieja versión castellana del Mostrador había sido publicada en edición facsímil por Antonio J. Escudero Ríos. El gozo fue inmenso cuando logré tener un ejemplar de la obra, en su grandioso formato original y rememoré aquella emoción primera. Después conocí al editor y entendí cómo se había realizado aquella hazaña, por una especie de fervor que arde en el interior de Antonio J. Escudero, que le religa a su tierra extremeña, en donde hizo la versión Pedro de Toledo.
En la Biblioteca Nacional, en otras muchas bibliotecas, existen tantísimos otros manuscritos, con obras preciosas y preciadas, se apilan en anaqueles polvorientos ediciones raras de libros, todos casi inaccesibles o de muy difícil acceso, que están esperando esa acción redentora de un nuevo editor, de ese mismo cariño como el que ha tenido Antonio J. Escudero Ríos con el Mostrador de los Turbados de Moisés ben Maimón, el español, (el llamado por los cristianos Maimónides)
Seguro que continuará existiendo hoy más de un turbado, de un dubitante, indeciso, zozobrante, perplejo, entre lo que dice la ciencia y manifiesta la razón y lo que predica la religión. A los tales les vendrá de provecho releer con atención lo que Maimónides le decía a finales del siglo XII a sus titubeantes contemporáneos, en esta vieja versión castellana de La Guía de los Perplejos. Maimónides. Edición Facsímil de Antonio J. Escudero Rías (Madrid, 1990)

(*) El autor hace referencia a la ‘Guía de Perplejos’, libro del insigne médico cordobés Maimónides y a la versión romanzada de Pedro de Toledo que, en edición facsímil, ha publicado nuestro entrañable amigo Antonio Escudero, con la que, en su opinión, ha puesto sólo un granito de recuerdo ante el enorme legado cultural de los judíos españoles, y, de paso, rememorar y condenar su injusta expulsión de España. Desde esta página, nosotros también recordadmos y abominamos de aquella obligada diáspora, sin olvidar y por ende condenar, exilios o expulsiones, que otros pueblos. En el pasado o en el presente, sufrieron o sufren.

APARECIDO EN LA PÁGINA 36 DE ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2