Son notas que van fluyendo, siempre eternas, de una flauta silenciosa y helada que saluda, irónica, a la mañana.
Corriente que, avasalladora, recorre las profundidades de los lentos termiteros, emergiendo, de pronto, ante el espejo.
Es un río soterrado y gélido, recogiendo, estremecido, el desgarro que produce en la mirada inocente de unos ojos claros.
Indiferente mirada en derredor a todo, fría: a un talle cimbreado que ceñimos o a un tibio y alto seno que, lúbricos, tocamos.
¡Ah!, por fin te has bajado, sorprendido, de ese alto muro al que te tenía atado tu tierna y cándida mirada y que creías eterno.
Igual que la mirada, tiernamente angustiosa, sorprendida de su inocencia, del antílope kobo poco antes de su muerte.
Río helado que, fluyendo, avanza por encima y por debajo en la corriente eterna del volcán humano, hasta apagarlo.
Y nosotros colocamos, en el pentagrama de la vida, las notas heladas de silencio, saludando un mañana que no existe.