Novela: 'Los crímenes del Museo del Prado'
Autor: Tomás García Yebra
Balconear:
1. tr. Arg. y Ur. Observar los acontecimientos sin participar en ellos.
2. tr. Ur. Examinar una situación.
3. intr. coloq. Arg., Guat., Hond., P. Rico y Ur. Mirar, observar con curiosidad desde un balcón o cualquier otro sitio elevado. U. t. c. tr.
El escritor cuando emprende la redacción de un artículo, relato, ensayo... sabe que tiene que utilizar un lenguaje determinado acorde, claro, con la materia que maneja. Es un problema técnico que se le presenta casi en el primer momento. Hay otros.
En su novela, 'Los crímenes del Museo de Prado', Tomás García Yebra lo toca brevemente, si mal no recordamos, al hablar de cómo narrar una novela de crímenes sin que haya uno sólo muerto. O cómo llevar a cabo el asesinato del narrador. Y si lo hace, qué obstáculos pudiera encontrar a la hora de resolver la desaparición, así porque si, del dios de la narración, ese omnipotente ser que todo lo ve, que todo lo sabe, que es el que nos orienta por entre los vericuetos del alma de los protagonistas de la historia que se está contando.
Ese escoger las palabras adecuadas no es asunto menor, porque nos da el tono general de toda la trama novelada que leemos.
En el caso de la obra citada más arriba, Tomás García Yebra debió darse cuenta enseguida, por encima del entretenimiento de construir una novela, del polvorín que estaba manejando con su pluma: denuncia de turbios asuntos en torno a uno de los emblemas de la cultura nacional española; denuncia de la manipulación informativa a la que estamos sometidos. Ambos temas con suficiente potencia explosiva como para llevarlo por delante y convertirlo en picadillo. Si a esto se le agregan temas artísticos relacionados con Velazquez podría resultar un tocho abstruso de imposible digestión lectora. Metiéndose de hoz y de coz en un pantanoso intríngulis estúpido en el que los lectores tendrían la última decisión: meter el libro en la estantería para que comience el sueño de los justos, en el mejor de los casos.
Si a la hora de ponerse a redactar su novela la orientaba en plan de choque, como los periodistas de investigación, ya no era una novela sino un reportaje periodístico novelado con nombres y apellidos, que también se podía hacer. O lo dirigía como un relato agrio sobre y contra esos negocios tenebrosos; o esos intereses, lógicos pero amorales, de una publicación periódica que, solo y únicamente, tiene por objetivo vender a toda costa poniendo lo que el lector quiere y apartando la veracidad de lo que se cuenta, en aras de recoger la mayor cantidad de pasta gansa. Si se encaminaba por esa vereda, no podía más que llegar al callejón sin salida, que también se puede hacer, de disgustos sin cuento: jucios, amenazas, secuestro de obra, pérdida de empleo...
No. Necesitaba distanciarse, tenía obligación de forrarse de ironía, desenfado, gracia, chispa cordial... una cierta levedad de ser para flotar, como mucho rozar, por encima de tiempos y personas. Reirse de todo, hasta de su misma persona.
Estaba forzado a mirar desde una cierta altura para que la perspectiva transformara a los actores de los desaguisados en gusanitos arrastrándose lo más cómicamente posible. Necesitaba elevarse, flotar, balconear. Para eso tenía que subirse al balcón del cachondeo a fin de que la acritud fuera lo menos ácida posible. Podía corroerle por dentro las entrañas.
Desde el balcón balconeaba. Realizaba un balconeo saltándose edades, épocas, siglos. Conjugar el americanísimo verbo balconear. Y por lo tanto apartar los rostros repelentes de hoy en día de la proximidad de sus ojos.
No por casualidad utiliza, muy a menudo, en su novela, Tomás García Yebra, este término que, como ya hemos dicho, no es precisamente nacido en España.
Ese mirar desde una cierta altura sin involucrase en los acontecimientos era necesario para la buena realización de la novela. Nosotros nos fijamos en esa palabra porque ya hace tiempo compusimos algunos escritos introduciendo americanismos y palabras en desuso, cosa que no es nada apropiado porque te separa del común de las gentes, pero lo hicimos. Aquí una muestra:
"Allá quedó la desequida tierra
y el caz asolvado con barruecos.
Balconeo desde esta silampa
las albas flores del almendro."
Autor: Tomás García Yebra
Balconear:
1. tr. Arg. y Ur. Observar los acontecimientos sin participar en ellos.
2. tr. Ur. Examinar una situación.
3. intr. coloq. Arg., Guat., Hond., P. Rico y Ur. Mirar, observar con curiosidad desde un balcón o cualquier otro sitio elevado. U. t. c. tr.
El escritor cuando emprende la redacción de un artículo, relato, ensayo... sabe que tiene que utilizar un lenguaje determinado acorde, claro, con la materia que maneja. Es un problema técnico que se le presenta casi en el primer momento. Hay otros.
En su novela, 'Los crímenes del Museo de Prado', Tomás García Yebra lo toca brevemente, si mal no recordamos, al hablar de cómo narrar una novela de crímenes sin que haya uno sólo muerto. O cómo llevar a cabo el asesinato del narrador. Y si lo hace, qué obstáculos pudiera encontrar a la hora de resolver la desaparición, así porque si, del dios de la narración, ese omnipotente ser que todo lo ve, que todo lo sabe, que es el que nos orienta por entre los vericuetos del alma de los protagonistas de la historia que se está contando.
Ese escoger las palabras adecuadas no es asunto menor, porque nos da el tono general de toda la trama novelada que leemos.
En el caso de la obra citada más arriba, Tomás García Yebra debió darse cuenta enseguida, por encima del entretenimiento de construir una novela, del polvorín que estaba manejando con su pluma: denuncia de turbios asuntos en torno a uno de los emblemas de la cultura nacional española; denuncia de la manipulación informativa a la que estamos sometidos. Ambos temas con suficiente potencia explosiva como para llevarlo por delante y convertirlo en picadillo. Si a esto se le agregan temas artísticos relacionados con Velazquez podría resultar un tocho abstruso de imposible digestión lectora. Metiéndose de hoz y de coz en un pantanoso intríngulis estúpido en el que los lectores tendrían la última decisión: meter el libro en la estantería para que comience el sueño de los justos, en el mejor de los casos.
Si a la hora de ponerse a redactar su novela la orientaba en plan de choque, como los periodistas de investigación, ya no era una novela sino un reportaje periodístico novelado con nombres y apellidos, que también se podía hacer. O lo dirigía como un relato agrio sobre y contra esos negocios tenebrosos; o esos intereses, lógicos pero amorales, de una publicación periódica que, solo y únicamente, tiene por objetivo vender a toda costa poniendo lo que el lector quiere y apartando la veracidad de lo que se cuenta, en aras de recoger la mayor cantidad de pasta gansa. Si se encaminaba por esa vereda, no podía más que llegar al callejón sin salida, que también se puede hacer, de disgustos sin cuento: jucios, amenazas, secuestro de obra, pérdida de empleo...
No. Necesitaba distanciarse, tenía obligación de forrarse de ironía, desenfado, gracia, chispa cordial... una cierta levedad de ser para flotar, como mucho rozar, por encima de tiempos y personas. Reirse de todo, hasta de su misma persona.
Estaba forzado a mirar desde una cierta altura para que la perspectiva transformara a los actores de los desaguisados en gusanitos arrastrándose lo más cómicamente posible. Necesitaba elevarse, flotar, balconear. Para eso tenía que subirse al balcón del cachondeo a fin de que la acritud fuera lo menos ácida posible. Podía corroerle por dentro las entrañas.
Desde el balcón balconeaba. Realizaba un balconeo saltándose edades, épocas, siglos. Conjugar el americanísimo verbo balconear. Y por lo tanto apartar los rostros repelentes de hoy en día de la proximidad de sus ojos.
No por casualidad utiliza, muy a menudo, en su novela, Tomás García Yebra, este término que, como ya hemos dicho, no es precisamente nacido en España.
Ese mirar desde una cierta altura sin involucrase en los acontecimientos era necesario para la buena realización de la novela. Nosotros nos fijamos en esa palabra porque ya hace tiempo compusimos algunos escritos introduciendo americanismos y palabras en desuso, cosa que no es nada apropiado porque te separa del común de las gentes, pero lo hicimos. Aquí una muestra:
"Allá quedó la desequida tierra
y el caz asolvado con barruecos.
Balconeo desde esta silampa
las albas flores del almendro."
Pues eso, balconeemos.
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