Quiso ser él, sólo él, sin mezcla alguna. Fue después de ver una película por televisión. Le vino de pronto ese deseo al darse cuenta de que, cada vez que metía más y más imágenes de vidas ajenas se vaciaba de la suya. Era como si le estuvieran extrayendo su esencia poniéndole otra. Al final pensaría tal y como los hacedores o creadores de las películas que iba viendo. Una marioneta de esos peliculeros.
Y eso le sublevaba.
Había apagado el imaginario (lease televisión) y sentado a la mesa de su salón contempla el hule que la cubre. Alargó la vista viendo el bolígrafo, el cenicero y el periódico diario. Miró hacia la ventana. A esa hora de la noche, en la calle, no había nadie. El silencio era casi absoluto...
Se cortó en su razonamiento. Llegado a esos puntos suspensivos, y acababa de empezar su recorrido mental en pos de una posible recreación, de una necesaria purificación, se dio cuenta de que toda esa reflexión, en puridad, nacía con elementos propios de una sociedad y de un tiempo determinado que se abalanzaba sobre su persona poniéndose en lugar que él, por derecho propio, debería protagonizar dejándole fuera de escena. Pues lo hacía componiendo sus pensamientos con ideas, con objetos, con conceptos que le habían sido dados: silencio, periódico, absoluto, bolígrafo... Todo eso no era él. Se lo habían impuesto.
Volvió a fijar la vista en el hule, hule cuadriculado en blanco y marrón. Logró meterse tanto en el tapete de hule que lo percibía, en ese momento, como una superficie de colores difuminados. Y en el medio se paseaba señor de esa tierra plana, o del cielo llano, o del infierno sin escabrosidades. Se veía en medio de una meseta ajedrezada y neblinosa. Tierra, cielo o infierno. Era un principio de despojamiento. Pero no quería eso. ¿Qué anhelaba entonces? Deseaba ser y caminar en la mera pureza. Sin que nada ajeno viniera a introducirse en si mismo.
A ese respecto recordaba a un conocido que reivindicaba la idea de no leer jamás a escritores para que no le influyeran. Quiso ser original antes que él.
Si partiera del vacío, de la nada... entonces... quizás... podría considerarse...
Seguía ultilizando, continuaba valiéndose de conceptos que no salían de su mollera. Ajenos a su ser. Impuestos. O heredados.
Mas él tenía que ser original, singular, único. Donde cada idea que sacara viniera exclusivamente de su magín, de su coco, de su cerebro. Y sin imperfecciones. Y sin impurezas. Y sin...
¿Cómo decirlo? ¿Cómo describir la idea? ¿De dónde extraer la materia que dibujara plásticamente ese pronto surgido de la nada del vacío?
Solo los dioses tenían el poder de sacar de la nada algo... Incluso esa idea de un dios había surgido fuera de su ser. Lo había leido por ahí. Y oido. Era de otros, sin duda, que acuciados por la necesidad de una inmaculada esencia y al no poder encontrarla al parecer se inventaron un ser para esconder esa incapacidad.
Al llegar a este punto viose acorralado de imposibilidades. ¿Qué hacer?... ¿Por donde tirar?... ¿Por cual sendero encaminarse?...
Empero pensando, como pensaba, como lo había pensado siempre, que no hay callejones sin salida se dijo para si que el mejor método era la destrucción de todo lo que no era su persona. Se ensimismaría totalmente. Haría desaparecer del entorno todo lo que no era su esencia pura: televisión, sillas, cenicero, periódico, casa...
¡Volvería a las cavernas!
Allí frente al fuego...
-¡No no! ¡Tampoco! -exclamó.
Retrocedería aun más: al tiempo de los macacos en los árboles saltando de rama en rama...
-Ni con esa opción conseguiré encontrarme conmigo mismo en esa meseta o llanura celeste, terrenal, o infernal, sin imperfecciones, sin desniveles... pura... sin mácula alguna... cuajada de vacío, de nada, para poder comenzar desde el principio una nueva vida.
-¡Ya está! ¡Albricias! ¡Lo logré!
Saltó de alegría, de júbilo. Pero solo un instante. Y muy fugaz. Diose cuenta de un hecho cierto: para renacer necesitaba el concurso de otros que, sin duda, consciente o inconscientemente, vertirían alguna herencia en el nuevo nacido; herencia que recibirían de otros anteriores, quienes, a su vez, serían influidos por ancestros que sacarían sus...
En este punto estaba cuando brilló en el cielo un relámpago. Al poco el trueno rompió el silencio de la noche haciendo temblar los cristales de las ventanas. Se asomó a la calle. Comenzaba a llover mansamente. Las gotas mojaron su cara como acariciándole. Se sintió muy a gusto aunque la lluvia no fuera algo intrínseco de él, sino del mundo exterior...
Pero, ¿no era él parte del mundo exterior, de ese cosmos?...
Alargó los brazos. Abrió las manos que la lluvia humedeció. Y, así, mojadas, las pasó por su cara, respirando profundamente agradecido de ser impuro y no una seca e inmaculada idea, tan esteril como el polvo estéril de la seca meseta. De ese reino no saldrá jamás, nunca, por ejemplo la pintura paisajística. Ni aunque se juntasen todos los dioses en asamblea. Si acaso... sacarían secas cañalejas sin sonido.
Parece que se hubiera liberado de un peso que lo aplastaba, de un empeño sin pies ni cabeza, de un sinsentido, que lo había preocupado primero, luego angustiado y por fin lo redujo a la mínima expresión cerebral llegando a la conclusión, como llegó, de que era un ser de una capacidad cerebral reducida al no hallar, como no halló, respuesta cabal a las preguntas que se hizo...
Mientras desechaba, definitivamente, 'las secas cañalejas' de la erial originalidad bañada de vacío y de nada que eso es la idea pura en el ser puro, recordó un poema anónimo africano que decía así, más o menos:
Yo digo: De los alimentos de la tierra, el gusto de ellos va conmigo.
E insisto: De mi amada tan querida, los goces que tuve van conmigo.
Prosigo: De la carne tan rica que comí, el placer de ello va conmigo.
Reitero: De las bebidas del mundo, el sabor que tuve va conmigo.
y repito: De las pipas que me fumé, el placer que saqué va conmigo.
Le quedaba un último desasimiento: ¡Nacer de nuevo!
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