Preguntó de pronto en alta voz dónde estaban Laura y Taavetti, por qué no estaban allí y si se quedarían en los ataúdes. Todos los presentes formaron una sola familia cuando las palabras de la niña resonaron en la iglesia. Luego se oyeron las notas del órgano, lo que constituyó para Silja un recuerdo imperecedero. Aquellos sones acompañaron, seguramente, en su conciencia debilitada, al piar de las golondrinas en aquel amanecer en que, junto a la estufa de Kierikka, echó a volar su alma. Pero ahora vivía, y no podía comprender que su hermano y su hermana no vivieran ya. Al regresar, cuando pasó por delante del cementerio, pidió que les fueran a buscar. Su madre le explicó que estaban en el cielo y que no volverían nunca más. Silja reflexionó en sillencio sobre esta respuesta hasta llegar a la casa. ¿Qué alegría podían experimentar por el esplendor celestial si no le era posible volver para contarlo?
(Frans Eemil Sillanpää en 'Silja')
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(*) El título se lo hemos puesto nosotros. Que nos perdone el gran escritor finlandés.
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