Al recortarnos el bigote ante el espejo, un bigote blanco, nada simétrico, porque por una parte caen los pelos sumisos y por la otra se encrespan rebeldes; al recortarnos el bigote, decimos, nos hemos acordado del viejo escritor García Luengo (D. Eusebio) ¿Por qué? Bueno, porque tenía una barba de varios días que durante toda su vida se recortó él, sin que nunca fuera al barbero; Porque tenía una barba también insumisa; porque conversamos, aquí, en Las Navas del Marqués, durante más de 15 años, todos los veranos; porque sus charlas, sus palabras, sus observaciones, sus recuerdos, desembocaron, por nuestra parte, en amistad, en querencia; porque nos acordamos de él...
(Aquí hacemos un aparte; ¿nos consideraba don Eusebio García Luengo sus amigos?... No sabríamos afirmar que fuera recíproca esa amistad; aunque esto necesitaría algunas palabras mas por añadidura; veamos: nunca mostró un rechazo, la menor animadversión, ningún atisbo de malquerencia hacia nosotros, pero, a la edad que lo conocimos, ya con 80 años, alejado de la vida literaria y después de haber luchado tanto, vivido tanto, haber conocido a tantas personas, ser de verbo fácil, pues le gustaba hablar... no podríamos asegurar asegurar, rotundamente, que nos tuviera por amigos... sería muy arriesgado declararlo. Creemos que si. Y muestras contrarias no tenemos. Pero, como hijos de campesinos, tímidos como el propio D. Eusebio y rencos además, que se le va a hacer la culpa fue de la poliomielitis, somos desconfiados. Y de todas maneras ya no lo podremos averiguar si nos tenía por amigos, no podremos preguntárselo pues murió en el 2003 a los 93 años de edad. Dulcemente, al parecer. En la cama, de su casa de la calle Ibiza de Madrid. Y además hubiéra sido inútil, pues tenía tantas conchas o más que los galápagos, y como él decía, era tan cobarde que para no tener un enemigo más, se habría envuelto en palabras de las que no se iba a salir nunca, ¡jamás!, lo asediaras por donde lo asediases. Sin embargo, alguna consideración si que debió de tener con nosotros, aunque solo fuera porque le hicimos varios homenajes, uno con categoría de nacional, a su labor literaria y nunca, jamás, mostró rechazo alguno a estos propósitos nuestros.
Como él decía, lo dimos a conocer.
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-Me has hecho popular.
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En esas palabras había cierta verdad y mucha ironía, ya que estaba harto de que lo conocieran. En toda España. Pero, si, efectivamente, lo presentamos ante un numeroso público de veraneantes y gentes naveras, quienes, sorprendidos, descubrían que bajo la apariencia de un mendigo se escondía un hombre sabio, culto, de conversación agradable y fluida, sugestiva y atrayente.
Decíamos, apariencia de mendigo, o vagabundo, o pordiosero... Y si, la tenía. Cuerpo delgado, encorbado, con cayado, cara amojamada, con barba de varios días, cada pelo por su parte, cabello blanco, gorra de plato, ropas demasiado amplias, como de prestado, unos zapatos largos, desgastados, sin lustrar, demasiado grandes para él, quizás. Todo llevaba a la conclusión de que estábamos ante un pobre de solemnidad. Si a eso le añadimos las manchas en la pechera, o en otras partes del cuerpo, corroboraba aun más esa primera impresión. Hasta él nos dijo que, una vez, le dieron unas monedas como limosna. Y como viera que por mucha explicación que les dio los que depositaron la limosna no parecían escucharlo... se guardó 'las perras' y siguió andando.
Esa apariencia de mendigo, o vagabundo, o desarrapado, o... o también marginado, desvalido, débil, indefenso... llevaba a ciertas personas a acercase a él con ánimo conmiserativo. Nos contaba, al respecto, que, la calle Ibiza, donde tenía su residencia habitual, tiene un bulevard al que acudía muy a menudo sentándose, muchos ratos, en los bancos de ese paseo. A gastar el tiempo y a ver 'pasar al personal, como dicen en Madrid'. Explicaba sus numerosos paseos por la calle porque padecía de claustrofobia...
Bueno, sigamos con lo que les queríamos contar: se dio cuenta de que hacía varios días una señora, al pasar cerca del banco donde estaba sentado, lo miraba con cierto interés. Y ya, un día, se acercó interesándose por él: que de dónde era, que si se encontraba solo, que si necesitaba ayuda... D. Eusebio García Luengo, muy amable, le contestó que no, que no se encontraba solo, que vivía con un hijo y que más allá, y don Eusebio le señaló en una dirección de la calle Ibiza, vivía otro hijo, que no, que no era madrileño, que era de Puebla de Alcocer, un pueblo extremeño de la provincia de Badajoz, pero que llevaba viviendo en Madrid muchísimos años.
-Y vivo, ahí, en frente. Ahí vivo. Ahí tiene usted su casa, señora. Verá usted, si salgo fuera, a la calle, si me ve usted, aquí, tan a menudo, es porque padezco de claustrofobia.
La señora lo miró e hizo un gesto extraño.
-¿Padece usted de claustrofobia?...
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-Si, señora. Soy claustrofóbico
-Si, señora. Soy claustrofóbico
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La señora se fue separando poco a poco del escritor y...
La señora se fue separando poco a poco del escritor y...
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-'Juyó'. 'Juyó' como alma que lleva el diablo... -nos decía Don Eusebio- ¿Qué pensaría esa buena mujer acerca de la 'claustrofobia?... Y si, reconozco 'mi torpe aliño indumentario', dicho con palabras de Machado (D. Antonio) Pero... solo ahora; antes... antes yo era muy elegante, distinguido y señorito. Modesto, pero señorito.
-'Juyó'. 'Juyó' como alma que lleva el diablo... -nos decía Don Eusebio- ¿Qué pensaría esa buena mujer acerca de la 'claustrofobia?... Y si, reconozco 'mi torpe aliño indumentario', dicho con palabras de Machado (D. Antonio) Pero... solo ahora; antes... antes yo era muy elegante, distinguido y señorito. Modesto, pero señorito.
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