No hay alegría como la mía.
He estado comiendo poesía.
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La bibliotecaria no puede creer en lo que ve.
Sus ojos están tristes
y camina con las manos en el traje.
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Los poemas se han ido.
La luz es opaca.
Los perros están en las escaleras del sótano y suben.
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Les giran los globos de los ojos,
sus patas rubias se encienden como broza.
La pobre bibliotecaria empieza a patalear y llora.
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No entiende.
Cuando me arrodillo a lamerle la mano
ella grita.
Mark Strand
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(*) Título nuestro
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