A la revista 'Caminar Conociendo', nº 2, se le han ido agregando escritos. Si desea ojear el número de ella retroceda hasta encontrar el índice, el staf o los titulares de la misma.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
Lope de Vega: Soneto XXXI
matola un parto sin razón, dejando
la envidia alegre y el amor llorando,
pues ya cualquiera fuerza le retira.
El Tajo crece por mostrar su ira
y corre de la muerte murmurando:
párase el sol, el túmulo mirando,
temiendo en sí, lo que en Albania mira.
Mas él, si se eclipsara, volver puede,
y Albania no, que de volver ajeno
a Fabio deja en el postrero parto.
Venganza fue para que ejemplo quede
que quien basilisco en dar veneno,
muriese como víbora en el parto.
Lope de Vega
viernes, 7 de diciembre de 2007
José Mª Amigo Zamorano: Urbano Blanco Cea y su libre determinación
martes, 6 de noviembre de 2007
Saint-John Perse: Anábasis I
Saint-John Perse
(Anábasis I, segunda parte de la primera estrofa. Traducción de Enrique Moreno Castillo. Editorial Lumen. Primera edición 1988, página 43)
miércoles, 17 de octubre de 2007
Teresa de Ahumada, 'La Santa'
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Solo esperar la salida
me cansa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero!
Teresa de Ahumada
martes, 28 de agosto de 2007
Rabearivelo: Otro nacimiento del día
que vino el primer llamado;
pero ahora,
en sus chozas traspasadas por las estrellas
y otras azagayas de tinieblas,
los gallos se enumeran,
soplan en las caracolas marinas
y se responden de todas partes
hasta el regreso del que fue a dormir en el océano
y hasta la ascensión de la alondra
que va a su encuentro con cantos
empapados de rocío.
Jean-Joseph Rabearivelo
(Copiado del libro 'Diwan africano, poetas de expresión francesas'. Selección, prólogo y notas de Rogelio Martínez Furé. Editorial Arte y Literatura, Palacio del Segundo Cabo O'Reilly Nº 4, La Habana Vieja, Ciudad de la Habana (Cuba), 1988)
miércoles, 22 de agosto de 2007
José Mª Amigo Zamorano: Corrida del Gallo, Añacea del Gallo
Corrida del Gallo, Añacea del Gallo en Guarrate (Zamora)
La así denominada ‘Corrida del Gallo’ o ‘Fiesta del Gallo’ es digna de ser estudiada por esos que indagan en las tradiciones y costumbres de los pueblos, al estilo de antropólogos como el inglés Bronislav Kasper Malinowski o el español Julio Caro Baroja y otros. Ahora, más urgente porque está desapareciendo, obligada por la disminución alarmante de comunidades campesinas en el mundo entero.
Siempre nos ha obsesionado este festejo de algunos pueblos de la provincia de Zamora (España) que, creemos, es como una preparación o introducción al mundo adulto. Pareciéndonos, quizás nos confundamos, a ceremonias iniciáticas semejantes a las que se celebran en numerosas aldeas africanas rodeándose de ritos secretos, o semisecretos, y algunos dolorosos o sangrientos: recordamos la extirpación del clítoris en las niñas que terminan la pubertad. Aquí ya ha perdido esa aureola secreta, misteriosa, pero guarda un cierto sabor añejo a sangre.
Nosotros, como puede leerse, la hemos rebautizado con una palabra en desuso ‘Añacea’ para darle más antigüedad al asunto: en vez de ‘corrida’ o ‘fiesta’, añacea.
Si no nos falla la memoria creemos recordar que se celebra o celebraba en invierno, apellidándola ‘del gallo’ por ser un elemento primordial de la ceremonia al que todos miran, del que todos hablan y al que todos se dirigen, no en vano anuncia el pronto amanecer con su kikirikí, la apertura de un nuevo día y el fin de las tinieblas donde se fraguan las más tremendas canalladas. Lo llevan a las afueras del pueblo. Y, atado por las patas, lo cuelgan de una cuerda que une dos vigas colocadas a ambos lados de un camino cualquiera. Hacia allá se encaminan, a la caída de la tarde invernal, los habitantes de la comunidad. Luego acuden los quintos. Todos los de la quinta de ese año. Lo hacen a caballo, vestidos de militares y con espada al cinto.
La fiesta, en si, comienza cuando el capitán (el mayor de los jóvenes que entran en quinta) presenta, a los espectadores, desde su caballo, al resto de compañeros. Lo hace en verso. A veces son solo ripios. Pero eso, es lo de menos. Luego de terminada la presentación, le pide a la orquesta (la orquesta son unos pocos músicos que se colocan al lado del camino) que interpreten una pieza mientras ellos cabalgan un buen trecho. De regreso de la primera cabalgada, uno tras otro, los componentes de la quintada, todos a caballo y con espada al cinto, van recitando unas composiciones poéticas llamadas ‘Relaciones’.
(Por cierto, así nombra su Martín Fierro el poeta argentino José Hernández: “Y atiendan la relación / que hace un gaucho perseguido, / que padre y marido ha sido / empeñoso y diligente, / y sin embargo la gente / lo tiene por un bandido”)
El último en declamar su ‘relación’ es el capitán.
La forma de estas ‘relaciones’ se ajusta a cánones predeterminados: en primer lugar enumera (hace una relación) la vida del mozo que, este, quiere destacar, reparte el gallo en trozos, simbólicamente, pues sigue vivito y coleando en la cuerda a pesar de los intentos de cortarle el cuello con las espadas que los caballistas no saben manejar. En el reparto, las partes mejores se la llevan la madre, el padre y la novia (si la tiene): el corazón (generalmente para la madre), los muslos (al padre)...; y las partes peores las personas más detestadas: patas, tripas, plumas...
Las composiciones serán mejores o peores dependiendo del bardo que las escriba. Porque hay o había ciertos campesinos a los que se les daba muy bien eso de componer coplas, tanto que muchos acudían, de varios pueblos a la redonda, para solicitar de sus servicios poéticos.
Si a pesar de la escasa natalidad ha pervivido esta tradicional justa poético caballeresca, se debe a la incorporación de la mujer a la Fiesta del Gallo, a la Corrida del Gallo. Y es que, en este terreno como en otros, la mujer ha metido la cabeza para no volverla a sacar. Se venían de los más alejados núcleos de población hasta el pueblo de sus padres para participar en este festejo de origen iniciático. Con todo, hay que decirlo, el creciente abandono del campo es continuo y hay años que no se puede realizar esta celebración porque solo hay uno o nadie... Por eso decimos que es urgente que se recojan en libros estas fiestas... Que se publique el mayor número de ‘relaciones’... Hurgar en la memoria de las gentes... A lo mejor ya se ha hecho... Nosotros lo ignoramos...
En otro post se pondrá una relación hecha por nosotros.
Del texto: José María Amigo Zamorano
Tomado de: http://senocri.blogcindario.com/2007/08/00065-corrida-del-gallo-fiesta-o-anacea-del-gallo.html
martes, 7 de agosto de 2007
José Mª Amigo Zamorano: Concha Barbero de Dompablo, camino de la armonía
Lean el libro de Concha Barbero. Además está muy bien escrito. Con palabras llanas. "Llaneza muchacho que toda afectación es mala", nos aconsejaba Cervantes. Pues eso, libro llano. Rara avis en uno primerizo como es este de Concha Barbero de Dompablo.
viernes, 27 de julio de 2007
Robert Mezey: Dos recomendaciones (*)
No tengas miedo de morir. El vaso de agua se
derrama veloz dentro de la espectante copa.
Robert Mezey
No temas, vas hacia donde estabas antes
de que el nacer te empujara hacia esta fría luz.
Roberto Mezey
______
(*) El título se lo hemos puesto nosotros
martes, 24 de julio de 2007
Jaim Sabines: Tía Chofi
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias,
pero en las mañanas, en la respiración del buey
en el temblor de las plantas,
en la mansedumbre de los arroyos,
en la nostalgia de las ciudades
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.
*
Jaime Sabines
(México)
viernes, 6 de julio de 2007
Txabi Etxebarrieta: Amaneciendo
veo mis manos
que son como carriles en el amr.
Bilbao
es una cúpula de gaviotas
equilibradas por la luz.
Cada vez que emprendo el camino de mi mismo.
Me he preguntado repetidas veces:
¿Quiénes son los míos?
El silencio amplio
con que vuelan los pájaros en el campo
Con tu nombre extendí sobre la lluvia
mi país húmedo y hermoso.
El mar, cada vez más entero
entre los largos atardeceres en la carretera
hacia ti.
El unificado campo del Universo
cobra su distorsión más honda y dolida
cuando entorno el espíritu
y tu sonrisa renace en mi.
Txabi Etxebarrieta
25/9/67
jueves, 28 de junio de 2007
Aimé Cesaire: El Gran Machetazo
(Para una antología contra el racismo)
El gran machetazo del placer rojo en plena frente
había sangre y ese árbol que llaman flamígero
y que nunca merece tanto ese nombre
como en las vísperas de ciclones
y de ciudades saqueadas
la nueva sangre
la razón roja
todos los vocablos de todas las lenguas que significan
morir de sed
y solo cuando morir tenía el sabor del pan y la tierra
y el mar un gusto de antepasado
y ese pájaro que me grita que no me entregue
y la paciencia de los alaridos en cada rodeo de mi lengua
Aimé Césaire
viernes, 22 de junio de 2007
martes, 12 de junio de 2007
Octavio Robleto (Nicaragua)
no se parece en nada a la vida agitada de las calles en el día,
se ve la miseria de otro modo
la soledad del hombre puede ser recogida de la mano.
Octavio Robleto
(Nicaragua)
jueves, 24 de mayo de 2007
Iswe Letu: El Tiempo Pasa
viernes, 18 de mayo de 2007
Nkam Ntane: Como pez en charca cenagosa
domingo, 13 de mayo de 2007
Literatura Contra el Racismo: Aimé Cesaire
(Y los perros callaban)
viernes, 11 de mayo de 2007
José Bergamín / Jon Arzallus Eguiguren
ves por la luz que te dieron
los ojos que se apagaron.
Procura que tus maestros
no sean nunca los vivos
que no escuchan a los muertos.
(Begizta dezakezun oro
amatatu ziren begiek
emaniko argiz dakusazu.
Egin, beraz, kasu
ez dezazun izan hildakoenik
entzun nahi ez duen
bizidun bat maixu.)
José Bergamín
(Lo traduce al euskera Jon Arzallus)
jueves, 10 de mayo de 2007
Iswe Letu: ¿Quién...?
lunes, 7 de mayo de 2007
Iswe Letu: ¡Qué hambre de baile tiene!
domingo, 6 de mayo de 2007
Iswe Letu: Ni Pan ni Vino
Ni tiene pan, ni vino. Kuka es, en medio de las mujeres y del polvo rojo que las circunda, enclenque, escuchimizada, delgadísima, casi enana... Kuka es como una jabalina entre lanzas clavadas en la tierra.
Ha venido caminando durante días, aureolada por el frío, el polvo rojo y las moscas, pues ha sido expulsada de la aldea. Antes gustaba de comer habas egipcias, como las chicas de Astiz; o se deleitaba con la mamiya, como las jóvenes de Erraskin. Pero ahora, no tiene pan, ni vino.
Sin embargo..., ¡ah, sin embargo!... Aunque ha sido atacada por el hielo y la ardiente sequía, como es tiempo fecundo en adivinos (tiempo de tramposo optimismo), sus dientes vienen colmados de una extraña y blanca alegría... E inocente espera.
¡Inocente!... Inocente alegría como caldera de mondongo entre pucheros vacíos... Espera algún acontecimiento... Por eso mira sin cesar, mira continuamente, mira sin tregua, mira con los ojos fijos hacia el confín del horizonte en toda la rosa de los vientos.
Nadie a la redonda. Nada por ninguna parte. Pero espera. Espera y se engaña. No tiene tan siquiera un trozo de pan, ni un trago de vino de palma, ni una gota de agua, que llevarse a la boca.
Además, en ella, todo un bosque por cierto, se ocultan, temblando y sonriendo, los espíritus del miedo...De ese miedo ancestral que sabe elevarse continuamente hacia el azur... Miedo que poco a poco se van adueñando del lugar...
No hay gato montés que se encarame tan ligero, como Kuka, por sus ramas celestiales. Y, parece mentira, pero es la trágica y triste verdad , que no ha comido ni una pizca de alimento en muchos días. Desde que unos hombres, les llamaban monjes, la trajeran de otra aldea, -dicen que liberada de la esclavitud- donde machacaba continuamente el mijo, pero comía. Luego, los hechiceros y sus progenitores y las hambres del entorno la echaron del lugar.
Empero, como ahora es ese tiempo... -para unos, sorprendente y para otros, embustero. Más mentiroso que el lenguaje de estos días... Donde reina por doquier la ensoñación, el sortilegio, el hechizo, el embrujo...
Kuka es todo eso y mucho más: ¡es un milagro!... Por lo que aún palpita su corazón teniendo tibios los miembros... Y sus párpados... ¡ah, sus párpados!... no cubren por completo todavía sus ojos relucientes.
Kuka, es hija y nieta de la Hambre Viva y... del Capital Hambriento.
miércoles, 25 de abril de 2007
Iswe Letu: El peso vence
Por aquí y por allá
se oye el murmullo de las cascadas
y las hojas caen.
Matsuo Basho
El peso vence
la frágil naturaleza de la yerba
que la hoz recoge sin compasión,
precipitando
a la libélula
en un mar hostil,
donde las olas no mecen
acuchillan sus alas.
Herida,
emprende el vuelo seminal,
una vez mas
confiada al viento de la fronda,
primo hermano
del agua donde su sed abreva.
martes, 24 de abril de 2007
Borges: Al Vino
viernes, 20 de abril de 2007
Luis Izquierdo: 'Supervivencias'
ni para devanar recuerdos
no hay dársena tampoco ni señales
no hay país para embarcar
no hay faros ni añoranzas todo es norte
y se declaran las conciencias marquesinas,
simétricamente embarrando caras tristes
que se alejan hasta luego
y no hay caminos.
Luis Izquierdo
miércoles, 18 de abril de 2007
Anónimo
no tengo amor,
aires de la mía
llévame al albor.
Anónimo
(Lírica Tradicional)
domingo, 25 de marzo de 2007
lunes, 12 de marzo de 2007
RIMA VII - BECQUER
lunes, 22 de enero de 2007
Julio Valdeón Baruque: LA 'INVENCIÓN' DE LA HISTORIA
LA ‘INVENCIÓN’ DE LA HISTORIA
Por Julio Valdeón Baruque(*)
EDITORIAL: Por el camino
Por José Mª López García
Manuel Sánchez Mariana: El primer marqués de Las Navas
El primer marqués de Las Navas y el ‘encabezamiento’ de alcabalas de 1551
Por Manuel Sánchez Mariana (*)
Don Pedro de Ávila y Zúñiga, hijo del Conde del Risco y Señor de las Navas y Villafranca, había heredado los títulos de su padre en 1504. Hombre de confianza del Emperador Carlos V, y quizá uno de sus principales valedores en Castilla, recibió de aquel en 1533 el Marquesado de Las Navas, creado expresamente para premiar sus servicios. Por entonces era también alférez mayor perpetuo de la Ciudad de Ávila, por lo que tuvo ocasión de acoger como anfitrión en dicha ciudad al Emperador en 1534. También fue el principal organizador de las Cortes de Toledo de 1538, en plena guerra con Francia, cuando los asuntos de Castilla requerían especial atención. Don Pedro había casado 1524 con la hija del Marqués de Priego, doña María Enríquez de Córdoba, y en el mayor de los cinco hijos que hubieron quedó asegurada la sucesión del Marquesado.
La fidelidad de D. Pedro al Emperador dio lugar sin duda a que éste le nombrara Mayordomo de su hijo y heredero el príncipe Felipe, a quien acompañó en su viaje a Flandes en 1549. Su principal reconocimiento como hombre de estado tuvo lugar en 1553, en que fue designado embajador extraordinario en Inglaterra, encargándose al año siguiente de transportar, con gran aparato, la joya que el príncipe, futuro Felipe II, regalaba en su matrimonio a la reina María de Tudor. Varios ingenios de la época le señalan como destacado protector de las letras, aunque en esto no superase a su hermano, D. Luis de Ávila y Zúñiga, Maestre de la Orden de Alcántara, cronista y también hombre de confianza de Carlos V. Los principales rasgos biográficos de este personaje quedaron reflejados en el Memorial en que representa al rey nuestro señor la antigüedad, calidad y servicios de ssu casas, de don Diego Benavides y de la Cuesta y don Francisco Dávila y Corella, impreso en Madrid en 1660.
Pero el año de 1534 el Emperador debía de andar excesivamente preocupado para allegar caudales para financiar sus inacabables campañas. Por otro lado el debilitamiento del reino castellano, tras la guerra de las Comunidades, no solo no permitía conseguir allí grandes recursos, sino que antes bien aconsejaba acudir en su remedio. En las Cortes de Madrid de 1534 los procuradores de las ciudades y villas de Castilla debieron de hacer lo imposible por conseguir que el reparto de los impuestos fuera lo más equitativo posible, y el resultado de ello fue el lograr que se elaborase un censo o ‘encabezamiento’ en el constasen las rentas por cabeza en cada localidad. El documento resultante, terminado en Valladolid a 9 de abril de 1551, en un grueso volumen de más de mil páginas que existe en la Biblioteca Nacional (ms. 706) y al fin del mismo figura la firma original, como contador real, de don Pedro de Ávila, primer Marqués de las Navas.
domingo, 21 de enero de 2007
José Mª Amigo Zamorano: ENTREVISTA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO
“Mi relación con los amigos ecologistas o verdes es ambigua. Pienso que es más útil el ataque a lo que mata a la naturaleza que su intento de defensa”
CERCA DEL TREN, DE AQUEL CAMINO DE HIERRO QUE QUIEREN HACER DE RECUERDO, PASA AGUSTÍN GARCÍA CALVO DÍAS Y ETERNIDADES, ALLÍ DONDE EL LUGAR TOMA EL NOMBRE DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, CHARLAMOS, CON EL SOLO APARENTE HILO INTEGRADOR DE LA VOZ DE AQUEL CUYA OBRA, DISPAR E INQUIETANTE, SOBREVUELA SONORA Y RITMICA A CADA PREGUNTA
Caminar conociendo: A Ud. le gusta el tren. Es un gran defensor de este medio de transporte. Pasa buenas temporadas en Las Navas. ¿Cómo ve la relación tren-Las Navas?
AGUSTIN GARCÍA CALVO -Las Navas ha quedado en una posición curiosa porque habían querido hacer una especie de estación ejemplar, incluida la calefacción de los andenes por energía solar. No sé en qué habrá quedado todo ello. Desde luego no es de los sitios que hayan quedado abandonados. Mi queja constante es de abandono de grandes tramos de vías por la famosa rentabilidad. Mi lucha contra el auto es lo esencial. La defensa del ferrocarril se vuelve inútil si no se entiende como una lucha frontal contra la imposición de los medios inútiles de trasporte: el auto personal en primer lugar, los camionazos y los autobuses. Una inutilidad que estos medios ya tienen de sobra demostrada (no hace falta más que asomarse al tráfico de Madrid o al de una autovía), pero que siguen imponiéndose y coartando el desarrollo de los medios útiles de trasporte: ferrocarriles urbanos, tranvías, ferrocarriles entre ciudades. Si se hubieran dejado desarrollar, habrían podido llegar, no a Las Navas, que después de todo, queda al paso, sino a cualquier rincón.
Pero el problema es más profundo.
Nada de esto tiene una aplicación directa al caso de Las Navas. Es evidente que una gran parte de la vegetación está ya hecha, impuesta de una manera artificial: tipos de pinos resineros que servían en otro tiempo y que ahora ya no sirven. Eso, probablemente, ha costado el abandono de otras formas de vida, sobre todo vegetal, que podían ser, pues no sé, más de abajo, más desde la tierra. Algo podía decirse también, de la Ganadería y su relación con otras formas de vida más salvajes. Sin embargo, mi relación con los amigos ecologistas o verdes, es ambigua y no dejo de decírselo cada vez que tengo ocasión: no hay que pretender poder hacer cosas tales como defender a la Naturaleza, salvar la Fauna o la Flora, porque eso implica creer que se sabe y que se domina la Naturaleza. Yo pienso que siempre es más útil el ataque contra lo que mata, que el intento de defensa; es decir: luchar contra la imposición de los medios de trasporte inútiles, que antes decíamos, luchar contra el atontamiento de la vida por medio de la televisión; así me parece un camino más honrado y más directo. Después, ya la tierra se encargará de hacer lo que pueda.
A veces, algunos, yo mismo, nos dedicamos a esta labor. Pero no hay que olvidar que es la negación o rotura de la Literatura, para poder llegar a lo que pueda sonar de debajo de la Historia, y donde pueda haber un mensaje, en cierto modo, de voz del pueblo, pero de abajo.
Texto: José Mª Amigo Zamorano
Las Navas del Marqués (Barrio de la Estación)
7 de marzo de 1993
(ESTA ENTREVISTA REALIZADA A AGUSTÍN GARCÍA CALVO POR JOSÉ Mª AMIGO ZAMORANO, DIRECTOR DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', APARECIÓ EN Nº 2 DE DICHA REVISTA -DE JUNIO DE 1993- EN LAS PÁGINAS 9-10-11)
FANNY RUBIO: Ja-Li
Por Fanny Rubio (*)
--Aunque le llamen altitud, es una huída- se decía muy segura.
En los últimos meses habíamos conseguido un cierto entendimiento según viniera la estación: el verano solía quedarme algún tiempo en la terraza de la casa de la colina, en donde yo poseía un reducto de consuelo y sombra cuando dejaba las peleas de mis iguales, y era entonces cuando ella me retenía ya entrada la tarde una vez liberada del estricto horario de trabajo en un lugar en el colocaba -entre cientos de compañeros y una decena de jefes- pequeñas piezas de metal dentro círculos dorados que medían el tiempo. Llegaba y permanecía horas y horas sentada en la sillita de bambú y miraba con atención hasta que yo participaba de sus proyectos de camino con alegría manifiesta y planes tendentes a descubrir nuevas aves del cielo para el día siguiente. En cambio, en invierno, yo era quien pasaba a su ámbito después de dar uno de mis paseos por las afueras de la ciudad desde donde podía contemplar la balconada de la casa de la colina y, finalmente, no había jornada que no cuajara en una reunión de, por lo menos, seis horas.
Sin embargo, aquel día en el que todo comenzó –pese a que fuera invierno-, no dispusimos del tiempo de otras veces. Ni ella ni la visita que apareció de pronto repararon en mí, pero yo sí; y debo confesar que no me hizo demasiada gracia. Las visitas eran muy raras en la casa de la colina y aquella era una vista poco cordial (sin abrazos, ni presentes, ni queso, ni alegría) que yo seguí con la lengua desde el otro lado del cristal que me separaba de la reunión. Wei, con chándal blanco, pasó de largo con ellos por el pasillo de al planta alta hacia el saloncito en el que a veces en invierno nos quedábamos horas y horas jugando alrededor de una taza de té. Uno de los hombres, con lentes, portafolios y muy poco cabello, habló durante largo rato de lo que estos documentos decían; el segundo, el más joven, sonreía cortésmente a Wei hasta que ella terminó de firmar uno de los papeles que había leído el mayor muy despacio. Entonces el joven sonriente recuperó su expresión natural, ya sin rictus, se levantó con prisa y arrastró con él de un salto al señor de la calva y el portafolios mientras ella preguntó algo (imperceptible desde donde me hallaba) al visitante más anciano que el señor calvo contradijo con un tajante movimiento de cabeza camino de la puerta, dejando a Wei esperando al tiempo que los hombres se apresuraban a decir adiós y escapar a buen paso como pude comprobar a través del cristal que separaba mi zona de la de ellos. Las dos sombras rozaron la barrera donde yo había estampado mi hocico con interés, golpeando con sus gruesos zapatones el suelo y dejando tras de ella a Wei, silenciosa y leve como su fuera de puntillas y vestida como acostumbraba, con el chándal blanco de ribetes azules.
Delante de la casa había crecido un sauce, un sauce alto cuyas ramas más altas caían junto al columpio rosa sobre el que Wei cantaba para mí. Parecía un flaco gigante plateado venido abajo. Será por eso que dicen que los sauces lloran. Este lloraba, sin lágrimas, interminablemente, por lo supuse que debía de ser muy mayor. Y cuando Wei dejó de ir a la fábrica donde se preparaban los círculos dorados que medían el tiempo después de la visita, empleaba casi todo su tiempo en mirar a los alrededores, incluso al sauce. Y el sauce se crecía.
--Una ciudad llena de sauces es la estancia de la inmortalidad- repetía en mi oído mi dulce compañero Wei.
El día de la visita yo permanecí largamente detrás de la reja sin esconderme ni andar en lo mío, ni escaparme al solar de mi tribu. Ella llegó sonriendo a medias –haciéndome entender que no pasaba nada cuando yo tenía la seguridad de que algo extraño había en el ambiente-. Rascó mi frente como solía y me dijo:
--Jali, nos han dejado sin trabajo, comeremos de lo que sobre a los pajaritos.
Me tomó en brazos como acostumbraba solo en los días de fiesta, colocó sobre una mesa baja de madera un tubito de capsulas que iba gastando cada hora desde que la visita se marchó y se sentó, conmigo en su regazo, en el balancín rosa al mismo tiempo que susurraba su canción preferida: ‘este es el lugar, Ja-Li, donde las palomas visitan a los humanos’.
A partir de ese día y desde muy temprano, mirábamos cada mañana y uno a uno todos los pájaros de la ciudad, y ellos, sin duda –convencidos de que Wei defendía una ciencia antigua que adjudicaba al excremento poderes sagrados- sembraba el mirador de una especie de lluvia fina y negra que era recibida por Wei como muestra de cordialidad. Después mi compañera cantaba nuevamente sobre el balancín rosa la canción del lugar donde las palomas visitan a los humanos ofreciendo su sauce para refugio de las aves heridas.
Así que Wei, el sauce y yo comenzamos a vivir una vida ‘sauce. Llamamos a la terraza de la ciudad de Tien-ti-huei, ciudad de la inmortalidad, en el que el sauce es el árbol de la vida, el eje verde sobre el han posarse a tomar impulso los pájaros errantes, desde los mirlos cantarines a, por ejemplo, el indiscreto y burlón cuco. Cuando alguno de ellos se presentaba yo iba a todo correr hasta el cuarto donde Wei pensaba ponerla en aviso de los huéspedes cotidianos y salíamos juntas hasta la terracita, y una vez añadido el compañero, volvíamos a balancearnos con ellos de corona anudadas en la rama más larga del sauce. Era todo tan bello que Wei llegó a poner en mi oreja estas palabras:
--La felicidad es como esta paz, por eso no tiene por qué durar; y la muerte también, un mar hecho de olas de paz que mueven el balancín de nuestra vida hasta que cesa el ritmo.
Aquel año Wei y yo y el sauce permanecimos horas y horas en esa especie de goce que solo entendíamos los tres balanceados: ella en posición sedente con su chándal blanco de ribetes azules y yo con la cabeza entre sus corvas, el morro hacia la brisa que llegaba del norte y el sauce viéndonos de frente y melancólico de gusto. Tan felices éramos los tres que Wei no se incorporaba más que para reponer el agua de mi cuenco, al tiempo que nos piropeaba al sauce y a mí.
Hasta que un día Wei miró más tiempo que de costumbre al árbol. Estuvo largo tiempo acariciando una de sus ramas hacia arriba y hacia abajo, hacia abajo y hacia arriba, y cantando la canción de nuestra casa como el lugar de las palomas con el mismo chándal blanco de ribetes azules, pero sin volver la cabeza hacia donde yo estaba. Enredé mis orejas por entre sus piernas para ganar su atención, morreé los pies de mi dulce amiga con la insistencia de mi género, quise saltar hasta su cuello, pero ni entonces reparó en mí. No me advirtió ni una sola vez, ‘tranquila, Ja-Li, vale ya’ con el nombre que escogió para mí la primera vez que nos encontramos (y que quiere decir en esta lengua ‘no tiene ninguna importancia’, sigue, sigue’) sino que descubrí de pronto que ahí estaba yo solo en mi puro salto. Porque mi triste Wei dibujó una voltereta sobre la barandilla de la terraza que daba al sauce en la colina más alta de la ciudad de las palomas que la llevó directamente al sauce y de allí al suelo, suave y en progresión, como si se tratara, en el descenso, de uno de esos toboganes de parque alrededor de los hacen cola los niños. Por primera vez observé a Wei con vocación de pájaro al verla deslizarse con su cabello ondulado y brillante y su chándal blanco de ribetes azules sauce abajo y luego volar unos segundos hasta que su cuerpecillo de balancín se detuvo en seco con un solo ruido sobre la arena de la calle, donde un corro de gente parecía preparada para un espectáculo de mayor importancia.
(*)Fanny Rubio es doctora en Filología Románica, en la actualidad es profesora Titular de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid, después de haber ejercido como docente en la Universidad de Granada y haber sido Maitre de Conference en la Universidad de Fez. Colabora en prensa y televisión. Dirigió los Cursos de Humanidades de la Universidad Complutense en El Escorial y ha sido conferenciante en numerosas Universidades (UIM, El Escorial, Salamanca, Sevilla, Vitoria San Sebastián, Lisboa, Nápoles, Clemont Ferran, La Paz, Santiago de Chile, Montevideo, Berlin, Rabat, Nueva York City Kansas, etc)
Después de haber sido premiada con el "Ciudad de Jaen" por sus primeros poemas, adolescentes, ha publicado libros de poesía y narrativa breve: Acribillado amor, en VV.AA, Poemas, Madrid, Premio de poesía de la Universidad Complutense, 1970; Retracciones, Madrid. Ediciones Endymion, 1979, Reverso, en Maillot Amarillo; 1988; Retracciones y Reverso en Endymion 1989 Dresde, Madrid, Ediciones Devenir, 1990 ; En Re Menor, Málaga, Colección Tediría, 1990.Cuentos: A Madrid por capricho, Madrid, Libros del Tren, 1988. En prensa, Fuegos de invierno bajo los puentes de Madrid, (Madrid, El tercer nombre, 2006)También ha publicado libros de crítica literaria: Las revistas poéticas españolas (1939-1975), Madrid, Edtorial Turner, 1976, recientemente reeditada en facsímil por el Servivio de publicaciones de la Universidad de Alicante; Edición fascímil de Pueblo cautivo /Anónimo 1946), Madrid, Hiperion, 1978; Aportación a la historia de la poesía española de la posguerra. Las revistas de poesía (1939-1970). Hacia una bibliografía total, Granada, Tesis Doctorales de la Universidad de Granada, 1975; Poesía española contemporánea. Historia y Antología (1939-1980), Madrid, Alhambra, 1981 (en colaboración con José Luis Falcó); Noticia de Gabriel Celaya, Madrid, Biblioteca Nacional, 1987; Cuadrantes (artículos), prólogo de Rafael Alberti, Jaén, Diputación de Jaén, 1985; Edición, prólogo y notas de Hi jos de la ira de Dámaso Alonso, Madrid Espasa Calpe, 1981 y Epigramas de El Escorial de J-A. Goytisolo (premio Ciudad de Barcelona, 1995). Su último libro de ensayo hasta el momento es El embrujo de amar, Madrid, Planeta, Temas de Hoy, 2001.Durante los últimos quince años se ha dedicado a la novela: La sal del chocolate, Barcelona, Seix Barral , 1992; La casa del halcón, Madrid, Alfaguara, 1995; El dios dormido, Madrid, Alfaguara, 1998; El hijo del aire, Barcelona, Planeta, 2001. En bolsillo, El dios dormido y La casa del halcón (Madrid, Punto de Lectura, 2002) Es editora de El Quijote en clave de mujeres (Madrid, Editorial Complutense, 2005)
sábado, 20 de enero de 2007
LUIS MATEO DÍEZ: Vivir la Novela
Por Luís Mateo Díez (*)
Al pie de la última página de la novela recién terminada –cuatro años de escritura, cuatro años de obsesión, un tiempo compaginado entre la realidad cotidiana de cada día y la experiencia de un mundo de ficción superpuesto o hasta contrapuesto a esa realidad- puedo medir, en esta limitada distancia, la todavía acuciante temperatura de lo que supone ‘vivir la novela’: ese efecto tan particular, tan íntimo, de la propia experiencia creadora.
Una novela es un largo y obsesivo trabajo que se sustenta, por los caminos de la imaginación, en la construcción de un mundo donde acaece una historia vivida por unos personajes. Un mundo que solo existe como tal desde las palabras, que únicamente en la escritura puede encontrar su revelación.
Al menos por ahí se sustancian las novelas que yo intento escribir, en las cuales la iluminación de ese mundo es como el límite del hallazgo que me impongo, el acierto de alcanzar su ‘verdad’ que supone, a la vez, alcanzar su ‘certeza’.
Revelarlo es de veras crearlo, poderlo ofrecer con la fisonomía y el latido que las palabras, solo las palabras bien elegidas, procuran. Y un mundo novelesco, literario, es un mundo autónomo que puede alimentarse de la más tajante realidad o de la más tajante fantasía, pero que se justifica en sí mismo y solo en sí mismo obtiene su definitiva justificación.
Inventar y escribir la novela son labores compaginadas con la experiencia de ‘vivirla’. Desde la invención y la escritura, una vida –establecida más allá de esta inmediata en la que uno se deja discurrir- abre su obsesivo territorio con mayor insistencia que un sueño, toma su aposento con toda su solvencia imaginaria. Va invadiéndote como una sombra que aplazas y retomas, que te envuelve y te olvida.
La novela crece en proporción a esa capacidad que tienes de ir realimentando la obsesión de hacerla, y la obsesión reside en el centro de ese mundo cada vez más diáfano o más misterioso. Hacia ese indeterminado punto de donde puede surgir la postrera revelación, es hacia donde se camina entre la incertidumbre y la confianza del hallazgo.
A ello ayuda la propia novela, la materia acumulada que poco a poco va imponiendo su propio designo, evidenciando algunas pautas, envolviendo al novelista en la siempre beneficiosa niebla de su laberinto, donde continuamente hay que elegir y decidir y, por supuesto, saberse extraviar consecuentemente en los propios meandros que esa materia determina, si la invención sigue estando viva y la escritura encontró el tono y la claridad propicias para oficiar la revelación.
Lo que al novelista le queda de la novela ya finalizada es algo parecido a ese melancólico sentimiento que depositan los sueños, en los que uno invierte una pasión más rotunda que cualquiera que en la vida real pueda vivirse.
Cierto melancólico despego me invade al pie de esta última página de la novela recién terminada y, por supuesto, la certeza de que esa vida allí invertida es mucho más fuerte, más profunda y, como tal, inalcanzable y libre, que está en la que cada día me voy consumiendo siempre con la renovada esperanza de volver a escribir otra.
(*)Luís Mateo Díez es escritor
(ESTE TEXTO DE LUIS MATEO DÍEZ APARECIÓ EN EL Nº 2 DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, PÁGINA 17, EDITADA EN JUNIO DE 1993 Y CUYA PORTADA FUE REALIZADA A PARTIR DE UN CUADRO DADO POR RICARDO UGARTE DE ZUBIARRAIN)
Luis Mateo Díez
De Wikipedia, la enciclopedia libre
(*) Luís Mateo Díez (Villablino, León, 21 de septiembre de 1942) es un escritor español.
Es miembro de la Real Academia Española: elegido el 22 de junio de 2000, tomó posesión el 20 de mayo de 2001.
Su primer libro de cuentos, Memorial de hierbas, apareció en 1973. Publicó luego las novelas Las estaciones provinciales (1982), La Fuente de la Edad (1986), con la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, Apócrifo del clavel y la espina (1988), Las horas completas (1990), El expediente del náufrago (1992), Camino de perdición (1995), La mirada del alma (1997), El paraíso de los mortales (1998), Días del Desván (1999), Fantasmas del invierno (2004) y las fábulas reunidas en El diablo meridiano (2001) y en El eco de las bodas (2003), así como los libros de relatos Brasas de agosto (1989) y Los males menores (1993). Con La ruina del cielo (2000) obtuvo el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica.
Obra
Narrativa:
Memorial de hierbas (1971) Apócrifo del clavel y la espina (1977) Relato de Babia (1981) Las estaciones provinciales (1982) La fuente de la edad (1986) El sueño y la herida (1987) Brasas de agosto (1989) Las horas completas (1990) Abanito, amigo mío (1991) El expediente del náufrago (1992) Los males menores [Cuento] (1993) Valles de leyenda (1994) Camino de perdición (1995) El espíritu del páramo (1996) La mirada del alma (1997 Días del desván [relatos] (1997) El paraíso de los mortales (1998) La ruina del cielo (1999) Las estaciones de la memoria: antología (1999) Las palabras de la vida (2000) El pasado legendario ( 2000) Laciana: suelo y sueño (2000) Balcón de piedra (2001) El diablo meridiano (2001) El oscurecer (Un encuentro) (2002) Fantasmas del invierno (2004) Poesía: Señales de humos (1972) El porvenir de la ficción
JAVIER MINA ASTIZ: Segunda Sombra
Por Javier Mina(*)
La nómina de perdedores de sombra que hasta hace bien poco contaba en mis anales con la escueta presencia del personaje bosquejado por Adalberto von Chamizo, Peter Schlemihl, se ha visto engrosada por Juan de Atarrabio, sorprendente fichaje de la propia cantera Navarra. Fruto de la sensible pluma romántica uno, y procedente, el otro del robusto arcón de la leyenda, comparten la condición de desombrados y el mismo respeto por el Más Allá.
A instancias de un misterioso caballero vestido de gris, el pobre Peter Schlemihl accedió a vender su sombra por una bolsa de la que salía oro inagotablemente. Peter creyó haber hecho el negocio de su vida, mas, en cuanto se percató del horror que producía entre sus semejantes la humilde peculiaridad de carecer del taciturno complemento, de nada le valió derrochar riquezas: la gente se quedaba con el oro y con sus prejuicios, si cabe todavía más exacerbados por cuanto la avaricia suele agudizar el odio.
Lleno de dolor se fue apartando de sus semejantes, y, cuando ya se había mas o menos resignado al singular ostracismo, hubo aún de renunciar al amor de una bella, sencilla y candorosa muchacha que carecía de la entereza suficiente para aceptarle sin sombra.
Aprovechándose de que el poder de Peter no se resignaba a perder a la hermosa doncella, el caballero vestido de gris trató de revenderle la sombra, pero no a cambio de la inagotable bolsa de oro sino según precio reactualizado y cuasi inflaccionista, pues le pedía nada menos que el alma. Tras titánico tira y afloja, Peter Schlemihl se sobrepone al chantaje moral y prefiere no comprometer la salvación eterna por guardarse de una virtud al fin y al cabo tan corriente como la misantropía.
A fin de romper para siempre con el astuto revendedor arroja a un precipicio la bolsa expendedora de oro y hecho un pobre de solemnidad decide encerrarse de por vida en una mina de carbón donde además de ganar el sustento nadie echará en falta su sombra. Mas hete aquí que necesitando unas botas adquiere sin saberlo las de siete leguas y podrá dedicar el resto de sus días al solipsismo más puro, solamente mitigado por el estudio de la fauna y la flora de los países que visita.
La leyenda Navarra presenta respecto a la romántica de Adalberto von Chamizo particularidades notorias. Desde luego Juan de Atarrabio no pierde la sombra por una cuestión de compraventa sino gracias a una lección de astucia.
Resulta que en el infierno se impartían lecciones destinadas a un alumnado mortal entre el que figuraba el bueno de Atarrabio. Concluido el cursillo, hubieron de salir en hilera del infierno y a la voz de ‘El que viene detrás’ contestaban a la pregunta del demonio guardián sobre quién se quedaría en el infierno para siempre, contraprestación, por lo visto, del singular magisterio.
Juan de Atarrabio, que era el último de la fila, veía ceñirse sobre si el castigo eterno, pero, lejos de desmontarse, responde como los demás, y el demonio, sabedor de que quedaban pocos por salir y temiendo le burlasen, clavó la lanza en el que creyó su rehén y no era otra cosa que sombra, la sombra del astuto Juan.
El hecho de haber sido desposeído de la sombra no pareció incomodar sobremanera al aplicado estudiante que, después de haberse doctorado en diabluras cambia de azimut y se ordena sacerdote. La ausencia del negruzco aditamento tampoco parecía requerir la atención del respetable, y así, ni familiares ni feligreses ni amigos le echan en cara –contrariamente a como hacían con el atribulado Peter- que ande por el mundo despojado de tan común, universal y congénito atributo.
Pero es sin contar con el propio Juan que, conforme pasan los años dejando atrás la arrogancia juvenil, se huele que le han permitido ingresar en el paraíso horro de sombra, y ello a pesar de que, por consentimiento superior, su querida sombra se le reintegra cada vez que consagra la hostia en la santa misa.
Dispuesto a poner coto a sus zozobras y remediar la ausencia del imprescindible apéndice urde, de acuerdo con el sacristán, una trapaza en que se echa de ver la no inmerecida fama de brutos que nos achacan a los navarros.
El bueno de Juan de Atarrabio provee al sacristán de un garrote instándole a observar las instrucciones que con nunca vista exhortación de temor divino y prolijo de talle le prodiga poco antes de misa. Conforme ésta avanza, el chupacirios tiembla haciendo vibrar ominosamente la cachava pero oportunos reojos del oficiante le meten en cintura: ha de cumplir aunque le duela. Sin embargo, es casi seguro que más le dolió al propio coordinador del auto sacramental, pues, no bien eleva la Sagrada Forma, que el formidable sacrismoche se lanza sobre él descargándole en la crisma semejante garrotazo que ya el alma se le sale por las resquebrajaduras craneales.
Cabe suponer que el alma sonreiría (el cuerpo no estaba para semejantes trotes) viendo cómo la sombra, cogida en la trampa de la Elevación y el bastonazo, quedaba soldada para siempre a los despojos del difunto Atarrabio.
Por si fuera poco brutal la gentileza del machacamiento aún añade la leyenda truculenta coda: el pobre rapavelas además de rey de bastos hubo de hacer de destripador, ya que Juan de Atarrabio dispuso que le arrancara el corazón y lo dejase sobre una piedra para certificar si sus restos habían volado al cielo o al infierno, cosa que quedaría patente según lo tomara en el pico una blanca paloma o un torvo cuervo. Ni que decir tiene que la mensajera fue la paloma, pero la leyenda silencia la suerte corrida por el destinatario del sanguinolento mensaje, ¿acaso lo habrían colgado por culpa del precavido malasombra?
Javier Mina
TOMADO DE LA REVISTA ‘CAMINAR CONOCIENDO’, Nº 2 (JUNIO DE 1993), PÁGINAS 18 Y 19
(*)José Javier Mina Astiz
Javier Mina nace (Pamplona 1950), crece (a razón de varios libros por año y algunos centímetros sensibles, en el cordial odio al próximo, sus pompas y circunstancias pero principalmente sus dogmas) y se multiplica: Más la ciudad sin ti...(Premio Príncipe de Viana, 1985), Las camas de Emma (premio Ciudad de Irún de ensayo, 1990). Y aunque cuente, cuenta no presentarse a más certámenes por temor a estropear el porcentaje.